Hace unos años, envié a mi hija a la BYU con grandes esperanzas para su futuro. Ella era sin duda activa en la iglesia cuando salió de la casa, y parecía que estaba dispuesta a seguir participando en el futuro. Parecía que ella amaba el evangelio lo suficiente. Sin embargo, unos años más tarde, cuando se cambió a otra universidad, simplemente ella nunca encontró el camino a su nueva congregación. Ella dejó de asistir a la iglesia, y parecía que ya ni la extrañaba.
Pensé que esto era temporal y que podría ser fácil de arreglar si tan sólo supiera el proceso correcto para poner en marcha. Intenté todo lo que se me vino a la mente. La llamé todos domingos por la mañana, pero el teléfono sonaba y sonaba. Traté de llamar a sus amigos para que la llevaran, pero ellos tenían sus propios problemas. Traté de llevarla por mi misma, pero yo vivía al otro lado del país, por lo que no era una buena solución a largo plazo. Le envié sus artículos. Hablé con ella. Llamé a su obispo, pero me dijo que habían algunas personas así como ella en sus registros. Me preocupé. Oré. Y empecé a llorar.
Al principio, era tan difícil aceptar lo que estaba sucediendo. No estaba dispuesta a creer que se trataba de nuestra nueva realidad. No me gustaba que ella estuviese extendiendo sus alas o probando su fe. Yo sólo la quería de vuelta. Apenas podía pensar o hablar de cualquier otra cosa con otra persona. Yo era un desastre caminante de emoción y miseria, y casi cada momento de tranquilidad estaba lleno de ansiedad y retorcijones de manos por las acciones de mi hija. Ella estaba a 2000 millas de distancia, sin embargo siempre estaba en mi mente. Cuando entraba a mi auto y empezaba a pensar en ella, las lágrimas salían de mis ojos, y parecía que yo no podría conseguir la perspectiva y la paz que tanto quería y necesitaba.
Para hacer frente, busqué amigos con quien hablar, y tuve muchas conversaciones con otros en situaciones similares. Tuve la suerte de encontrar personas que me dijeron cosas muy útiles. Compartieron ideas que habían funcionado para ellos, y finalmente, mi dolor disminuyó. Fue un gran alivio para mí ser capaz de sentir un poco de paz que decidí escribir lo que aprendí. Empecé a sentir la necesidad de escribir un libro (mi primer) sobre cómo la gente podía encontrar paz en esta situación. Sabía que no había casi ningún libro sobre este tema, y parecía que este esfuerzo podría ayudar a otras personas que estuviesen pasando por lo mismo que yo.
En el proceso, aprendí algunas importantes lecciones acerca de los errores comunes que se cometen después de que un ser querido deja la fe de los Santos de los Últimos Días. Aprendí que hay un montón de maneras de empeorar las cosas, pero que estos errores podrían evitarse.
Error # 1: Predicar a los que se han alejado
El primer error que la gente comete es tratar de predicar a la persona para que regrese al redil. A todo el mundo le encanta un buen consejo, ¿no? Por desgracia, eso no es siempre cierto. Puede ser difícil de mantener la boca cerrada cuando sentimos que sabemos lo que alguien debería estar haciendo. Pero si tú estuvieras en sus zapatos, ¿querrías oír tu condena? Pronto aprendí que darle la larga lista de lo que yo pensaba que mi hija estaba haciendo mal no estaba ayudando en absoluto. Es muy probable que las palabras que deseas decir ya esté resonando en sus cabezas. Por el contrario, este puede ser el momento para amar y aceptar el camino en dónde se encuentran, y hablar de otros temas más seguros como de mascotas, niños, o eventos familiares.
Error # 2: Echarse la culpa por sus decisiones
Después de que alguien deja la iglesia, puede ser especialmente difícil para los padres quienes empiezan a culparse a sí mismos. Ellos comienzan a recordar cada error y cada oportunidad perdida que tuvieron para mostrarles el camino correcto a sus hijos. Sin embargo, los hijos suelen hacer las cosas a su manera, independientemente de las acciones de los padres. No te castigues a ti mismo. No es tu culpa. A mí me ayudó mucho recordar que algunas familias impresionantes de las Escrituras tuvieron sus propios desafíos, como Adán y Eva, Lehi y Sara, y hasta el mismo Dios. Nosotros nunca culparemos a Dios por las elecciones de sus hijos. ¿Realmente necesitamos culparnos a nosotros mismos? Tal vez podríamos haber hecho algunas de las cosas mejores, pero ¿acaso no estábamos haciendo lo mejor que sabíamos y podíamos en ese momento? Probablemente. Afortunadamente, nuestras Escrituras están llenas de ejemplos de gente que no es perfecta. Nuestros hijos tienen su propio albedrio y el riesgo de que se alejen es sólo parte del paquete de la crianza de los hijos. Nosotros no tomamos el crédito de todas sus buenas opciones, entonces ¿por qué estamos tratando de echarnos la culpa por las decisiones que no nos gustan?
Error # 3: Evitar el tema de la iglesia por completo
Algunas familias deciden que es demasiado difícil incluso hablar sobre religión si un miembro de la familia ya no comparte las mismas creencias. Esto también puede ser un error. Cuando la iglesia es una gran parte de tu vida, evitar por completo el tema no es necesariamente saludable. Por el contrario, busca momentos de belleza en tus experiencias religiosas y compártelas. ¿puedes incluir a tu familiar en la conversación de manera de que ambos se sientan cómodos y respetados? Si bien esto puede tomar tiempo, vale la pena el esfuerzo. Un padre explicó que su hijo solía insultar su fe, pero a medida que pasaba el tiempo, ambos aprendieron que la religión no tenía que ser un punto de fricción entre ellos. El truco para el padre era aprender a no estar a la defensiva, y compartir los tipos adecuados de experiencias. Ambos tenían que aprender a escuchar. Después de años de incomprensión, el hijo ahora le pide a su padre que comparta sus experiencias religiosas, e incluso asiste a la iglesia en ocasiones familiares especiales.
Ten en cuenta tu motivación al discutir sobre religión. ¿Sigues intentando convertir a tu ser querido de nuevo a la iglesia? Los problemas pueden surgir cuando la gente habla sobre religión con la meta de cambiar la manera de pensar de alguien. Lo que funciona mejor es si simplemente compartir lo que te está sucediendo en tu vida, sin segundas intenciones a reconvertir. Ahora espero a contarle a mi hija historias inspiradoras de la iglesia sobre temas no amenazantes como el servicio y el amor, o sobre la gente que experimenta intervención divina en sus vidas. Afortunadamente, a mi hija no le afecta escuchar algunas historias espirituales durante nuestras conversaciones, y siempre estoy dispuesta a pasar una pequeña dosis de la espiritualidad, ya que ahora no la recibe en otros lugares. Ella es lo suficientemente generosa para estar interesada en lo que está pasando en mi vida, y las dos hemos aprendido que no se trata de traerla de vuelta al evangelio, sólo de estar cerca.
Por otro lado, si hay una historia de dolor en el tema de la religión, llegar a este punto puede tomar algún tiempo. En ese caso, sé paciente. Las heridas serán curadas.
Error # 4: Dejar de hablar con ellos
Hay un montón de razones por las que las personas podrían querer dejar de hablar con el miembro de la familia que ha dejado de asistir a la iglesia. Una mujer explicó que no tenía idea de qué decirle a su hermano después de que se alejó, así que simplemente dejó de comunicarse con él. A veces las personas dejan de invitar a las personas que dejan la iglesia a las reuniones familiares, ya que desaprueban su estilo de vida. En otras ocasiones, las personas pueden tener miedo a la confrontación sobre temas delicados. Ellos no quieren saber los detalles, ya que la discusión de estos temas pueden ser amenazantes y dolorosos. Sin embargo, si los apartamos podría parecer como si los estuviéramos rechazando. Un sabio consejo de la esposa del presidente Spencer W. Kimball, Camilla, era: “preservar la relación” con la familia siempre que sea posible.
Jesús nos mostró un notable ejemplo de amor y aceptación de las personas que no vivían las enseñanzas del evangelio (ver Juan 8). Quizá sea el momento de aceptar esta nueva realidad. Quizás sea el momento de llamarlos y escuchar las historias de dolor que han hecho que nuestros seres queridos se retiren, quizás sea el momento para escuchar con el corazón abierto, y resistir la tentación de responder con ira. La esencia del amor y la religión es encontrar una manera de abrazar a una persona, sin importar las decisiones que toman. ¿Qué mejor manera de practicar esto que aferrándonos a nuestros seres queridos? A medida de que nos demos cuenta de que Dios los ama más de lo que nosotros podemos, reconoceremos que nuestro trabajo ahora es solamente amarlos, sin importar lo que pase.
Fuente: LDSLiving.com