MORIR PARA VIVIR
Recordemos nuestra niñez: íbamos a la escuela, seguíamos las instrucciones de algún maestro para luego, de acuerdo a nuestro comportamiento, obtener algún reconocimiento o reproche de nuestros padres. Tal como esto, el nacimiento es el medio mediante el cual venimos al mundo, aquí tenemos la guía del Espíritu Santo o de líderes eclesiásticos, para luego comparecer ante Jesucristo y ser juzgados por nuestras obras. Obviamente, el máximo reconocimiento será alcanzar la vida eterna. Para lograr este reconocimiento, es menester tratar acerca de la muerte: un suceso inevitable que es parte fundamental del Plan de Salvación que Dios ha declarado a su pueblo.
La muerte no determina el fin de nuestra existencia. Tal como el nacimiento, la muerte es un paso en nuestra ruta espiritual.
Antes de nacer en la tierra, vivíamos con Dios como hijos espirituales (Moisés 3:4-7). Luego, para venir a la tierra, adquirimos un cuerpo físico que nos dará albedrío pero a la vez nos convertiría en responsables de nuestros actos. En ese sentido, esta vida llega a ser un estado de probación, un tiempo de preparación para presentarse ante Dios (Alma 12:24). La muerte es parte del plan con el que vinimos al mundo. El Élder Russel M. Nelson explica que el regreso a nuestro Padre Celestial nos exige pasar a través de las puertas de la muerte. Nacimos para morir y morimos para vivir. [1]
Como las semillas de los lirios que maduran al terminar el verano, sólo abrimos los botones al final de la vida y florecemos en el cielo.
El primer lugar al que llegaremos tras cruzar el velo de la muerte se denomina como paraíso, siendo éste un lugar donde los espíritus de los que son justos serán recibidos en un estado de felicidad donde descansarán de toda aflicción (Alma 40:12). Pero el tiempo en el paraíso tiene su fin con la resurrección. La resurrección conlleva a la reunión entre cuerpo y espíritu después de la muerte. Toda persona que llega a la tierra resucitará gracias a la expiación de Jesucristo, alcanzando un estado de inmortalidad en el que cuerpo y espíritu no volverán a separarse (1 Corintios 15:21-23). La resurrección es un nuevo paso dentro del Plan de Salvación donde se nos prepara para ser juzgados por el Señor Jesucristo. Y mediante el juicio final se llamará como herederos del reino de los cielos, donde se encuentra nuestro Creador, a quienes vivieron justamente en la tierra.
En tal sentido, durante nuestra vida terrenal debemos prepararnos para comparecer ante Dios (Alma 34:32). Pensemos que éste día es el día en el que debemos rendir cuentas al Salvador, vivamos cada día para ser dignos de alcanzar la gloria eterna. No posterguemos nuestras buenas acciones. El Élder Henry B. Eyring señala que postergar conlleva un gran peligro, debido a que podríamos descubrir que se nos ha acabado el tiempo. Dios nos da cada día como un tesoro y querrá que justifiquemos nuestros hechos en cada uno de ellos.[2] Por ello debemos contemplar cada momento como una bendición para actuar según las enseñanzas de Jesucristo.
Finalmente, cabe destacar que las relaciones de amor continuarán más allá de las puertas de la muerte gracias a las sagradas ordenanzas de nuestro evangelio (Mateo 16:19).
No temamos a la muerte, vivamos cada día buscando ser merecedores de volver a la presencia de Dios. Amemos la vida para afrontar la muerte como un paso más para alcanzar la vida eterna.
[1] NELSON, Russel M. Las puertas de la muerte. Conferencia General Anual Nº 162 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, abril de 1992.
[2] EYRING, Henry B. Este día. Conferencia General Anual Nº 177 de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, abril de 2007.