Esta es la historia de Delia Rochon, una de las mujeres más jóvenes en servir como presidenta de la Primaria. Ella nos comparte cómo respondió a un llamamiento inesperado del Señor, incluso al batallar contra el cáncer.
En las escrituras, encontramos relatos en los que se destaca la importancia de estar dispuestos, ya sea simbólica o literalmente, a dar un paso adelante y sumergirnos antes de lograr avances significativos. Esta metáfora ha resonado en varias ocasiones a lo largo de mi vida.
Criado en una colonia suiza en Uruguay, mi familia tenía una profunda conexión con la fe protestante. Desde temprana edad, aprendí sobre Jesucristo y confié en Él de manera innata.
Sin embargo, cuando los misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días visitaron nuestro hogar, la idea de profetas vivientes fue inicialmente rechazada por los miembros de mi familia. No obstante, para mí, el relato de la Primera Visión presentado por estos misioneros resonó de manera poderosa, y acepté con facilidad la figura del profeta José Smith.
Presidenta de la Primaria con tan solo 13 años
A pesar de mi corta edad de 13 años, decidí sumergirme en las aguas frías de un río para ser bautizada, convirtiéndome así en uno de los primeros 30 miembros de nuestra pequeña rama en 1962.
Poco después, fui llamada a servir como presidenta de la Primaria. Guiada por el Espíritu y bajo la dirección divina, este servicio me enseñó los fundamentos del liderazgo: obedecer los mandamientos, seguir al profeta, amar al Señor y servir a nuestros semejantes.
A lo largo de mi vida, he tenido la oportunidad de residir en aproximadamente 40 países diferentes, mientras buscaba discernir y aceptar las invitaciones del Señor para mí.
Sirvió en una isla mientras batallaba contra el cáncer
Hace unos siete años, recibí uno de los llamamientos que más impacto han tenido en mi vida: una misión en Haití, donde trabajaría junto a educadores locales y el equipo del Comisionado de Educación de la Iglesia para facilitar el acceso a la educación para más jóvenes.
Sin embargo, en ese momento también enfrentaba el desafío de un reciente diagnóstico de melanoma facial, y según el oncólogo, estar en una isla caribeña no era la mejor opción para alguien con cáncer de piel.
Ante este diagnóstico, me preguntaba por qué el Señor me asignaría a un lugar tan soleado. La situación parecía casi imposible. Aun así, decidí confiar en el Señor y busqué una bendición del sacerdocio para recibir orientación y sanación. Afortunadamente, recibí la bendición de ir adelante y hacer lo que el Señor tenía planeado para mí.
Eso fue suficiente para mí; sentí en mi corazón que debía dirigirme a Haití. Mi llamamiento se pospuso hasta que el cáncer estuviera bajo control, y luego me embarqué en mi misión, tomando todas las precauciones necesarias para proteger mi piel del sol.
Durante mi tiempo en Haití, desarrollé un profundo amor por su hermoso país y su gente. Mi fe se fortaleció enormemente, al recibir repetidamente la confirmación de que los hijos de Dios nunca son olvidados.
Si hay algo que he aprendido, es que cuando Jesucristo nos invita a caminar con Él sobre las aguas, no debemos temer en aceptar ese llamado.
Fuente: LDSliving