En medio de las dificultades y los desafíos de la vida, hay una verdad eterna que el presidente Henry B. Eyring nos recuerda con ternura: el Señor ha sentido tus dolores y penas, y por eso sabe cómo consolarte. Estas palabras resuenan con la promesa divina de que, sin importar nuestras circunstancias, el Señor nos conoce personalmente y nos ama profundamente.
Jesucristo pagó el precio de todos nuestros pecados, no solo como un acto de redención, sino también como una demostración de Su perfecto entendimiento de nuestros sufrimientos. Cuando enfrentamos pruebas, cuando sentimos que la carga es demasiado pesada, podemos recordar que Él ya ha caminado por ese sendero. Él ha sentido lo que sentimos, y por eso está perfectamente calificado para darnos consuelo y fortaleza.
Eres un hijo amado de tu Padre Celestial. Antes de llegar a este mundo, Él ya te conocía, te cuidaba y te preparaba para el propósito que tienes aquí. Aunque algunas de las horas de nuestra vida pueden parecer interminables en su dificultad, el Padre Celestial y Jesucristo nunca nos abandonan. Ellos siempre extienden la mano a través de Sus siervos, de aquellos que son instrumentos de Su amor para levantarnos cuando caemos.
El presidente Eyring también nos recuerda la enseñanza del profeta Alma:
“Consulta al Señor en todas tus hechos, y él te dirigirá para bien; sí, cuando te acuestes por la noche, acuéstate en el Señor, para que él te cuide en tu sueño; y cuando te levantes por la mañana, rebose tu corazón de gratitud a Dios; y si haces estas cosas, serás enaltecido en el postrer día” (Alma 37:37).
Estas palabras son una invitación a vivir en constante comunión con el Señor. Al consultar con Él en nuestras decisiones y confiarle nuestras preocupaciones, encontramos guía y paz. Al despertarnos con gratitud y acostarnos con fe, experimentamos Su cuidado y protección en cada aspecto de nuestra vida.
El mensaje del presidente Eyring es una suave confirmación de que nunca estamos solos. No importa lo que estemos enfrentando, podemos sentir la presencia del Señor en nuestras vidas, recordándonos que somos amados, guiados y consolados por Él.