Hablaba por teléfono con una amiga hace varios años. Nos quejábamos de nuestros esposos y nos reíamos de lo que parecían ser fallas universales respecto al sexo. Criticaba a mi esposo y me burlaba de sus fallas y deficiencias, repitiendo las mismas letanías de ofensas que las mujeres en los “talk shows” y en las revistas y libros parecían encontrar en sus propios esposos. ¿Por qué son así los hombres? ¿Por qué él no puede ver mi punto de vista más perfecto y hacer las cosas simplemente a mi manera? ¡Es ciertamentemás fácil que lo que él está haciendo! Mi amiga y yo nos reíamos y nos maravillábamos de las maneras locas de los hombres.
De repente me di cuenta de que mi joven hijo me estaba escuchando. Rápidamente re-evalué mi conversación y lo que la misma debía haberle sonado a él. Había denigrado a su padre y lo había insultado a él como muchacho. Me di cuenta que no le estaba enseñando respeto por sí mismo, moldeando un ejemplo de una amorosa esposa y madre o construyendo su autoestima como hombre. En realidad, había hecho exactamente lo opuesto.
Mientras más pensaba en ello, me daba cuenta de que las cosas que había dicho sobre los hombres serían absolutamente escandalosas si un hombre hubiera estado hablando así de las mujeres. Yo habría estado totalmente indignada. Con la aparición del feminismo y la igualdad de derechos, las mujeres con el transcurrir de los años han logrado grandes avances en exigir respeto y ser tratadas con dignidad. Pero me preguntaba cómo el péndulo había oscilado ya que ahora era tan aceptable que las mujeres hablen de los hombres en términos tan despectivos y encontrarlo gracioso.
James E. Faust ha dicho:
Existen algunas voces en nuestra sociedad que degradarían algunos de los atributos de la masculinidad. Algunos de éstas son mujeres que erróneamente creen que ellas construyen su propia causa femenina destruyendo la imagen de la hombría. Esto trae serias disfonías debido a que un problema primario en la inseguridad de los hijos e hijas puede ser la disminución del rol de la imagen del padre.
Hagamos entender a cada madre que si ella hace algo para denigrar al padre de sus niños o rebajar su imagen ante los ojos de los hijos, ello puede herir o causar daño irreparable a la autoestima o seguridad personal de los mismos niños. Cuán infinitamente más productivo y satisfactorio es para una mujer edificar a su esposo en vez de destruirlo. Vosotras mujeres sois tan superiores a los hombres en tantas maneras que vosotras os denigráis a vosotras mismas al desvalorizar la masculinidad y la hombría.
En términos de dar a los padres amor y comprensión, se debería recordar que los padres también tienen tiempos de inseguridad y duda. Todos sabemos que los padres cometen errores -especialmente ellos mismos. Los padres necesitan toda la ayuda que puedan conseguir; principalmente ellos necesitan amor, apoyo, y comprensión de los suyos. (James E. Faust, “El Padre dedicado” Liahona, Sep 2006, 2-6)
Doctrina y Convenios nos recuerda: “Continúa con el espíritu de mansedumbre y cuídate del orgullo. Deléitese tu alma en tu marido y en la gloria que recibirá” (D. y C. 25:14). He descubierto que a medida que trato de encontrar formas de ser agradecida por nuestras diferencias soy más feliz. Veo más claramente que necesito la hombría de mi esposo para balancear mi femineidad. Él posee habilidades, talentos y bendiciones que son dones para nuestra familia y que son diferentes de los mías, pero ciertamente no menos valiosos. Mi esposo siempre encuentra maneras de hablar a nuestros niños acerca de lo bello de la femineidad y les muestra que ellos deberían respetarme como su madre y como mujer. Ahora encuentro muy satisfactorio el buscar maneras de edificar a su padre ante sus ojos y darle la deferencia y el respeto como un testimonio del alto valor que doy a la hombría.
Tengo cuatro hijos que se harán hombres algún día. Deseo que ellos se casen con la clase de mujer que los amará, respetará, honrará y los servirá. Eso significa que yo necesito ser esa clase de mujer para que ellos sepan qué es lo que tienen que buscar cuando estén listos para el matrimonio. Muchos años después, cuando ellos estén felizmente casados por la mayor parte de sus vidas, y tengan sus propios hijos, deseo que den una mirada retrospectiva a su propia niñez y digan, “No dudamos que nuestras madres lo sabían”. (Alma 56:48)
Por Andrea Lewis el 29 de noviembre de 2007