En Doctrina y Convenios 128:18 se habla sobre una clase de “eslabón conexivo” que tiene que existir entre los padres y los hijos para poder ser perfeccionados.
Y como se explica, sin ellos nosotros no podemos perfeccionarnos, ni ellos pueden perfeccionarse sin nosotros.
La palabra “eslabón conexivo” sugiere una cadena, algo fuerte que se mantiene bajo tensión y presión. S. Michael Wilcox, autor original del artículo, relata cómo la conexión con sus antepasados lo ayudó a sobrellevar los problemas de la actualidad.
Hace años, mis hijos y yo realizábamos bautismos en el Templo de Jordan River, Utah, en nombre de nuestros antepasados. Los espejos del templo cubrían las paredes a cada lado de la fuente, y podíamos ver reflejos eternos que se explayaban hacia el espacio infinito.
Mirando a lo largo de esos largos corredores de tiempo simbólico, las palabras de José Smith al decir “un eslabón conexivo” entraron en mi mente. Mientras reflexionaba sobre los lazos de “los padres y los hijos”, el Espíritu susurró: “¡Estás mirando el eslabón!”
Ese pensamiento me detuvo. Reflexioné sobre ello durante mucho tiempo, vi que el reflejo en los espejos parecían una cadena y pensé: cada reflejo que retrocede es otro eslabón.
El primer reflejo detrás de mí representaba a mis padres, luego a mis abuelos, luego a mis bisabuelos, y así sucesivamente en el tiempo.
Mirando al futuro, pensé en mis hijos, luego en mis nietos y bisnietos y así hasta el último borde de la existencia. Permanecía tanto en mis antepasados como en mis descendientes.
Mis antepasados que miraban hacia el eslabón donde yo estaba parado podían verse reflejados en mí, al igual que mis hijos mirando hacia atrás en la cadena. Yo estaba en ellos y ellos estaban en mí.
Éramos una “unión íntegra, completa y perfecta”, soldada entre sí. Ese momento en el templo fue profundo. Sentí la fuerza, la fe y las convicciones de mis antepasados, sus esperanzas y deseos, sus experiencias y elecciones fluyendo por ese corredor, a través de esos vínculos.
Ya sea que hayan tenido la luz completa del evangelio o no, han transmitido valiosos dones.
Cuando llegan los momentos difíciles, me dirijo a una sala de sellamiento en el templo, miro los reflejos en los espejos, reflexiono sobre el mensaje del eslabón, y escucho a las generaciones pasadas susurrarme: “¡Saca fuerzas de nosotros!”
Mi corazón de hijo se vuelve hacia esos padres y madres y escucho a las generaciones suplicar: “¡No rompan la cadena! ¡Transmite los dones y la bondad!”
Es entonces que mi corazón de padre se vuelve hacia mis hijos.
Cumplimos ambos lados de esa ecuación bíblica y espiritual. ¡Somos padres! ¡Somos hijos! Los corazones giran en ambas direcciones.
Muchos de ustedes son el comienzo de la cadena del evangelio, el eslabón inicial. ¡Cuánta confianza debe tener el Padre en ti para colocarte en una posición tan poderosa, decisiva y significativa!
Debemos recordar que cuando elegimos, a menudo elegimos por generaciones.
En la sección 86 de Doctrina y Convenios, el Señor habla del privilegio y la necesidad de transmitir los dones otorgados; habla particularmente del sacerdocio, pero sus palabras se aplican a todos los dones del evangelio.
Cuando examinamos nuestra herencia individual podemos enfatizar la tradición y el honor, y aceptar las bendiciones de nuestra herencia, confiar en la fe de nuestros antepasados, estudiar sus experiencias y pensar en sus vidas y los buenos dones que nos han transmitido y cuáles de esos dones queremos pasar a nuestros propios descendientes.
Estas memorias crearán una conexión que nos ayudará a resistir, permitiendo que otros nos eleven.
Fuente: LDS Living