Recuerdo que una vez sentada en la oficina de mi obispo, (un obispo es un pastor laico mormón) le comentaba muy molesta acerca de las acciones de una persona que me había hecho daño. Estaba concentrada en hacerle saber al obispo sobre lo horrible que era ese hombre, delineando todos los detalles de su faltas contra mi persona. Mi obispo me dejo despotricar. Cuando mi ira estaba casi descargada, hice un último comentario sarcástico-si yo pudiera salirme con la mía, empujaría a este hombre por un precipicio. Yo hablaba en broma, para hacer notar la intensidad de mi ira. Yo nunca haría en realidad una cosa tan terrible. Solo que en ese momento se sentía tan bien decirlo. Mi obispo sonrió. Luego se cruzó de brazos y dijo: “Bueno, si usted lo hubiera empujado, sería como si uno de los extremos de una cuerda estaría atada alrededor de su tobillo y el otro extremo alrededor del suyo, y usted caería inevitablemente detrás de él”. Mi ira contra el ofensivo hombre rápidamente se volvió contra mí. ¿Que estaba logrando verdaderamente mi indignación? Me senté hacia atrás y dejé que mi obispo me enseñara una lección acerca de las armas de guerra de hoy en día.
¿Cuán destructivo es lastimar a otros?
En Alma, uno de los libros en el Libro de Mormón, un grupo de personas pasó décadas dedicando sus vidas al odio. Su odio comenzó por generaciones de mentiras en contra de sus hermanos, los nefitas. Entonces, un nefita valiente y humilde llamado Ammón vino entre ellos y les mostró un patrón de bondad y honor. Esto condujo a una conversión milagrosa de su rey y todo su pueblo. Cuando miraron hacia atrás a sus transgresiones pasadas, les entristeció profundamente saber que habían estado tan sedientos de sangre. Ellos tomaron una monumental decisión -sepultar sus armas de guerra en lo profundo de la tierra y nunca más matar a otra persona por la ira.
¿Cuán destructivo es el chisme? ¿Cuán dañino es el bullying? ¿Cuán doloroso es el abuso verbal? Todos ellos son suficientemente dañinos para hacer que una persona se sienta incómoda en su propio entorno de la Iglesia, sienta que no es valorada en su familia y aun puede ser la causa de que un niño se suicide. El abuso verbal pulula a nuestro alrededor, hasta el punto en que es difícil escaparse de él. Y al igual que los lamanitas de la antigüedad, es una forma moderna de hacer la guerra. El sarcasmo––comentarios vicioso enmascarados en humor––es la comidilla del día. Cuando nos ofenden y nos indignamos justificamos nuestro dolor emocional lanzando ataques verbales contra el agresor. Y ellos toman represalias con el mismo abuso.
El lenguaje ofensivo es nuestra moderna arma de guerra hoy en día, más que fusiles automáticos o bombas atómicas. Podemos ver la destrucción dejada en la estela de la guerra. Pueden pasar décadas para reconstruir. Pero el arma de las palabras poco amables es mucho más destructiva. Esta arma tiene la intención de destruir a la familia: nuestras familias personales, así como a nuestras familias de la Iglesia, o barrios. Nos separa el uno del otro y, finalmente, nos separa de nuestra Familia Celestial, y nuestro hogar eterno.
Dios ama a todos sus hijos–incluso aquellos con quienes usted está enojado.
Si recordamos cómo somos amados por nuestro Padre en el Cielo, también podemos recordar Su amor por nuestros hermanos. Esto puede no ser suficiente para evitar que estemos enojados unos con otros, a veces, pero puede ser suficiente para ayudarnos a enterrar nuestras armas de guerra. Nuestro Padre Celestial nos ama y nos ha dado las herramientas para ser como Él. Una vez que entendamos la naturaleza tóxica de los chismes podremos ser rápidos para enterrar este hábito para siempre. Pero, ¿cómo mantenemos nuestras armas enterradas? Los lamanitas nos han dado la respuesta.
Los lamanitas enterraron sus armas en la profundidad del suelo. Una tumba poco profunda no era suficiente. Debió haberles tomado horas el cavar el hoyo. La tierra debió haber pesado poco cuando se acumulaba en la parte superior de las armas. No dejaron huella, para no tener la oportunidad de recuperarlas ¿Qué se interpone entre nosotros y nuestras armas de guerra? Debemos poner algo aún mayor que montículos de tierra, aún más profundo que un hoyo. Nuestro Salvador Jesucristo está dispuesto a interponerse entre nosotros y nuestras armas de guerra.
Jesucristo es la razón de que los lamanitas hicieran su promesa. Él es también el camino en el cual podemos mantener nuestras promesas. Podemos decirnos a nosotros mismos: “Me niego a los chismes”. Pero simplemente hacer el enunciado es como tirar las armas al suelo y alejarse del lugar. Todavía están allí para recogerlas en el segundo en que un mal pensamiento apareciera en nuestras cabezas. Pero si primero excavamos la zanja haciendo nuestro compromiso con el Señor a través de convenios y promesas a Él, estaremos entonces en nuestro camino. El siguiente paso es llenar el hoyo con un comportamiento semejante al de Cristo, acciones que sean contrarias a las palabras chismosas. También podemos visualizar al Salvador en el pozo, impidiéndonos bajar en busca de nuestras antiguas armas. Vea Su rostro amoroso que le ha perdonado tantas veces. Deje que Él le lleve en sus brazos en lugar de que usted pueda tomar las armas. Luego, vuélvase a su agresor y ofrézcale palabras de amabilidad. Aun puede ocurrir un milagro.
Más adelante en la historia de Ammón, convertidos en (llamados así los hijos de Ammón) enfrentaron a sus propios oponentes. Qué difícil debe haber sido saber que iban a morir a manos de sus enemigos porque no querían tomar las armas en contra de ellos–su promesa al Señor era así de importante para ellos. Pero su falta de acción provocó un milagro aún mayor––sus enemigos estaban tan sorprendidos por el despliegue de fe que muchos se convirtieron a causa de ella.
Y así, el milagro puede ocurrir entre nosotros y nuestros agresores también. Cuando nos enfrentamos a ataques verbales, tenemos al Salvador de pie a nuestro lado. Cuando tomamos el camino correcto, cuando usamos la moderación, cuando suplimos la ira con amabilidad, le estamos dando una parte de el Salvador a nuestro atacante. Un día, el mismo enemigo podría sorprenderle. Él puede ser impresionado con su fe––impresionado lo suficiente como para cambiar también sus caminos hacia la compasión. Él puede decidir enterrar sus armas porque ve algo más grande.
Este artículo fue escrito por
Nanette O’Neal ha sido una miembro activa de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde su conversión en 1989. Ella vive en New Jersey como esposa y madre, autora y músico.