En el Libro de Mormón encontramos buenos ejemplos de muchos personajes. Al inicio encontramos el relato de Nefi y su familia y cunado nos referimos a la familia de Nefi, no podemos omitir a Lamán y Lemuel, personajes que no siempre fueron ejemplares. Sin embargo, existe cierta enseñanza que podemos aprender de ellos. A continuación las enseñanzas del élder Neal A. Maxwell en cuanto a ellos:
Consideremos, por lo tanto, cómo la aplicación de las siguientes palabras va mucho más allá de ellos dos: “Y así era como Lamán y Lemuel… murmuraban… porque no conocían la manera de proceder de aquel Dios que los había creado” (1 Nefi 2:12; véase también Mosíah 10: 14).
La falta de comprensión de los “tratos” del Señor con Sus hijos- de Su relación con ellos y de Su forma de tratarlos-es fundamental. El murmurar no es más que un síntoma, tampoco es su única consecuencia; en realidad, esa falta ¡afecta a todo lo demás!
La mala interpretación de algo tan crucial hace imposible conocer a Dios, que erradamente aparece así como un ser inalcanzable, inaccesible, indiferente e inepto, una deidad incapacitada y disminuida, de cuyas aparentes limitaciones hay quienes, irónicamente, se quejan.
Desde el principio, Lamán rechazó la función que le correspondía y quería, en cambio, ser el mandamás, re sentido constantemente ante la dirección espiritual de Nefi; y Lemuel no sólo era fiel seguidor de Lamán sino que también le facilitaba el camino, prestándole atención cuando lo “incitaba” (véase 1 Nefi 16:37-38). Si Lamán hubiera estado completamente aislado, algunas consecuencias habrían sido muy diferentes. En nuestra sociedad también tenemos personas “facilitadoras”, que se dejan incitar para oponerse a lo bueno; a ésas tampoco se les puede considerar inocentes. Aunque, como Lemuel, pasan relativamente inadvertidas, su hipocresía se destaca.
En resumen, la propia falta de carácter de Lamán y Lemuel fue lo que les impidió entender ¡el carácter perfecto de Dios! No es de extrañar que el profeta José Smith haya dicho que “si los hombres no entienden el carácter de Dios, no se entienden a sí mismos” (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 424 425).
Laman y Lemuel no entendían que el Señor los amaba
Lamán y Lemuel tampoco se dieron cuenta de que un Dios amoroso tiene que ser, inevitablemente, un Padre que enseñe, que quiera que Sus hijos sean felices y regresen al hogar. Al no comprender bien los tratos de Dios, no pudieron entender el atributo más importante de Su carácter: Su amor. Por eso, sus murmuraciones eran síntoma de un profundo y patético mal espiritual.
Lamán y Lemuel tampoco entendieron que en los tratos de Dios está implícito el hecho de que haya profetas que adviertan a la gente. El Señor había llamado para ello a Lehi, pero aparentemente a Lamán y Lemuel les avergonzaba el papel tan poco popular de su padre y su firme desafío en cuanto a la manera de pensar prevaleciente en Jerusalén.
En cuanto a su importancia espiritual, Lamán y Lemuel fueron lamentables ceros. Es cierto que podríamos saber más acerca de ellos, pero eso no afectaría el análisis final. Si parecen, en ciertos aspectos, personajes vagos, es porque el suyo era un vacío tétrico, que podría haberse llenado con el “amor de Dios”. En la visión hubo una desolada escena en la que Lehi miró ansiosamente buscando a Lamán y Lemuel, “por si acaso los veía”; finalmente los vio “pero no quisieron venir… para comer del fruto” (1 Nefi 8:17-18; véase también 1 Nefi 11:25; 8:35; 2 Nefi 5:20). De todos los castigos que nos acarreamos nosotros mismos, este epitafio describe el más terrible y grave.