Por Terrie Lynn Bittner
Hace poco leí un artículo en el cual el autor dijo que los mormones adoraban a Mormón y a Jesús, con lo que él sentía que había probado que los mormones no eran cristianos. El autor no había hecho su tarea. Los mormones, un sobrenombre en ocasiones dado a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no adoran a Mormón. Creen que fue una persona real, pero fue un profeta, no un dios y los mormones lo ven de la misma manera en que ven a Moisés o Noé. Su historia es interesante e ilustra una verdadera vida cristiana. Sin embargo, el verdadero nombre de la Iglesia define a quién ellos en realidad adoran.
El concepto erróneo viene del título de un libro de escrituras que los mormones utilizan además de la Biblia. Se llama el Libro de Mormón y es un segundo testimonio de la divinidad de Jesucristo. Debido a que los sucesos descritos ampliamente en él tuvieron lugar en algún lugar del continente americano, ayuda a probar que Jesús realmente vivió y que verdaderamente resucitó, ya que Él los visitó después de Su muerte. Pone en claro que Jesús no era sólo el Salvador de un pequeño grupo de cristianos en las tierras santas, sino de toda la gente en todo lugar.
El libro lleva el nombre de Mormón no porque el libro sea acerca de él, sino porque él, y después de su muerte, su hijo, compilaron las escrituras de los profetas que contribuyeron al libro y lo pusieron en la forma que José Smith recibió del hijo de Mormón, Moroni, que entonces era un ángel. Debido a que el Libro de Mormón es tan conocido, los no miembros empezaron a llamar a los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días mormones; y en ocasiones nosotros mismos lo hacemos, aunque en realidad no es el nombre correcto.
Cuando Mormón tenía diez años, un profeta llamado Ammarón escondió los grabados en un monte. A cada profeta se le había pedido escribir la historia de su pueblo y sus convenios con Dios. Ahora una guerra estaba a punto de empezar y necesitaban tener a salvo estos grabados. Ammarón fue a Mormón y dijo: “Veo que eres un niño serio, y presto para observar”. Él instruyó a Mormón retirar los grabados de su escondite cuando tuviera veinticuatro años. En el entretanto, debía prestar atención a la historia de su pueblo para que cuando tuviera los grabados, pudiera agregarlos a ellos. Dado que estos grabados fueron conservados sólo por profetas, esto era efectivamente su llamado a ser el próximo profeta. Sin embargo, debía sólo tomar un juego de los grabados y dejar el resto. Estos grabados eran hechos en planchas de bronce.
En el momento que José Smith tradujo el Libro de Mormón, se creía que los pueblos antiguos no guardaban grabados en planchas metálicas. Hoy en día, se ha encontrado grabados realizados en planchas de metal y que datan de tiempos antiguos.
Cuando Mormón tenía once años, su familia se mudó a un lugar llamado Zarahemla. Las guerras empezaron y la gente se volvió muy malvada. A la edad de quince años, Mormón, seguía siendo un joven serio, queriendo predicar a los malvados, pero Dios no se lo permitía. Eran demasiado malvados y no lo habrían escuchado. De hecho, tal predicamento lo habría puesto en peligro y le habría impedido llevar a cabo el plan de Dios para él.
Al año siguiente, aunque tenía sólo dieciséis años, fue elegido para dirigir a su pueblo en la batalla. Era alto para su edad y tenía una figura imponente. Las batallas no siempre salen bien. Al pueblo se le había prometido que siempre serían protegidos mientras obedecieran a Dios, pero el pueblo de Mormón, los nefitas, no lo hacía, así que sus enemigos, los lamanitas fueron capaces de experimentar cierto éxito. Mormón trabajó para reunir a todos los nefitas en un solo lugar para que fuera más fácil protegerlos.
Con el tiempo, los nefitas estuvieron abrumados por la maldad del mundo y empezaron a expresar su malestar sobre las maneras del mundo. Mormón estaba muy contento por esto, no sólo por ser su líder militar, sino también espiritual. Esperaba, con el optimismo de la juventud, que estuvieran tristes por su propia contribución a la maldad del mundo, pero pronto se daría cuenta que sólo estaban infelices porque Dios no los estaba protegiendo en su iniquidad. No tenían interés en arrepentirse, sólo en obtener la protección que no merecían más de lo que merecían sus enemigos. Querían que Dios los hiciera felices aunque continuaran pecando.
Con el tiempo, fueron forzados a huir, y cuando Mormón alcanzó la edad de veinticuatro años, la edad en la que fue ordenado retirar algunos de los grabados, se encontró a sí mismo cerca de su escondite. Desenterró los grabados y registró la iniquidad y pruebas de su pueblo.
Él continuó dirigiendo a su pueblo en la batalla, pero se dio cuenta de que ellos estaban rechazando la oportunidad de tener la ayuda de Dios. Sin embargo, al final se las arreglaron para llegar a un acuerdo con los lamanitas y recuperar algunas de sus tierras y lo hicieron con la ayuda de Dios, a pesar de no ser dignos. Con una pausa de diez años en la lucha, Mormón los ayudó a prepararse para las siguientes batallas, y trató de ayudarlos a entender que sobrevivieron sólo porque Dios intervino. Sin embargo, no vieron las cosas de ese modo.
Cuando empezó la guerra nuevamente y el pueblo empezó a fanfarronear que estaban ganando solamente debido a su propia brillantez, Mormón decidió que había soportado suficiente. Se rehusó a seguir dirigiéndolos. No estuvieron dispuestos a arrepentirse y a vivir el evangelio de Jesucristo. Año tras año, los nefitas combatieron contra los lamanitas. Finalmente, cuando Mormón, siendo un observador y su profeta, aunque ellos estuvieran ignorándolo, vio que la ciudad estaba a punto de ser tomada, regresó al monte y recuperó todos los grabados para protegerlos. En este punto, Mormón aceptó una vez más ser su líder militar.
En este momento, estaba programada una gran batalla entre dos grupos. Mormón, ahora mayor, comprendió que sería la batalla final y el final de una civilización que una vez fue grande. Él era, recordemos, un profeta. Terminó los grabados y los escondió en el monte Cumorah porque Dios le había ordenado protegerlas de los lamanitas, quienes querían destruirlas. Le dio algunas planchas a su hijo, Moroni, pero las demás fueron escondidas.
La mayoría de los nefitas, alguna vez el pueblo de Dios, fueron muertos en esta batalla. Aquellos que sobrevivieron fueron forzados a esconderse, uno por uno, fueron encontrados y asesinados. Finalmente, Mormón fue asesinado también.
Con el tiempo, su hijo, Moroni, fue el último nefita que quedaba, la única buena persona restante en su parte del mundo. Los lamanitas se habían convertido en malvados sin medida y estaban enfocados totalmente en el asesinato, incluso de su propia gente. Escondido, el adolescente Moroni trabajó para compilar los grabados a un tamaño manejable y luego los escondió. Huyó y viajó por muchos años. Finalmente en secreto regresó y agregó más al registro antes de esconderlos e irse nuevamente. Su historia, la cual comparte en el Libro de Mormón, es una de las historias más conmovedoras jamás escritas, de un adolescente que había perdido a toda su familia y a todos sus amigos y a quien quedara vivo sólo para hacer la obra de Dios.
Aunque puedan no haber escuchado sobre Moroni, pueden haber visto la estatua del ángel que aparece sobre la mayoría de los templos mormones. Esta es una representación de Moroni, que regresaría como un ángel para guiar a José Smith antes de la restauración del evangelio y quien guiaría a José a los grabados por los que él pagó tan alto precio.