La mayoría de nosotros fuimos criados con las historias de los Profetas de Dios. Nos dijeron sus muchas fortalezas y nos enseñaron a emular su rectitud.
Sin embargo, al igual de las muchas fortalezas que tenían y de las que podemos aprender, también es importante recordar que cada Profeta tenía debilidades de las que también podemos aprender.
Moisés, Nefi e incluso Brigham Young; todos las tenían. Aquí hay cinco profetas y las debilidades que los hicieron fuertes.
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1. Nefi: Ceder a la tentación
En 2 Nefi 4:17–18, Nefi se lamenta:
“Mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades… Me veo circundado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me asedian.”
Si bien Nefi nunca nombra los pecados específicos con los que luchó, en el resto de este capítulo se confirma varias veces que pasa por desafíos:
“Y, ¿por qué he de ceder al pecado a causa de mi carne? Sí, ¿y por qué sucumbiré a las tentaciones?…”. -2 Nefi 4:27
“¡Despierta, alma mía! No desfallezcas más en el pecado… no des más lugar al enemigo de mi alma!”. –2 Nefi 4:28
¿Qué podemos aprender de esto?
A pesar de los pecados con los que Nefi luchó, nunca dejó que eso le impidiera ser obediente en todo lo que pudiera en el futuro. Él dejó que su debilidad le recordara su deber y la importancia de obedecer los mandamientos del Señor.
Después de todo, este es el mismo Nefi que dijo audazmente “iré y haré lo que el Señor me ha mandado” (1 Nefi 3:7) e hizo todas las cosas difíciles que el Señor le pidió. Sus últimas palabras para nosotros fueron “porque así me lo ha mandado el Señor, y yo debo obedecer” (2 Nefi 33:15).
¡Qué increíble ejemplo a seguir! Todos y cada uno de nosotros hemos cedido ante la tentación o cometido errores.
Al igual que Nefi, no debemos permitir que nuestras almas “permanezcan en el valle del dolor” (2 Nefi 4:26), sino que debemos clamar al Señor por Su perdón y luego usar esa experiencia para motivarnos hacia una mayor obediencia a Sus mandamientos.
2. Moisés: Hablar en público
Moisés, el hombre que abandonó las riquezas y el privilegio por la pobreza y las dificultades, quien ayudó a liberar a los hijos de Israel a pesar de la inmensa oposición, quien, con la ayuda de Dios, abrió el Mar Rojo, quien guió a los israelitas a través del desierto durante 40 años y habló con Dios.
Él también tenía una debilidad.
Moisés no era un orador público muy bueno, y él lo sabía. Mientras hablaba con el Señor en Éxodo, capítulo 4, Moisés expresó su preocupación de que él no era un hombre de “fácil palabra, ni en el pasado, ni desde que [Dios] hablaba a [Su] siervo”, sino que era “tardo en el habla y torpe de lengua” (Éxodo 4:10).
Esto no fue una debilidad que Moisés venció con algún milagro. Era algo que continuamente lo atormentaba, tanto que el Señor llamó a su hermano Aarón a actuar como el portavoz de Moisés (Éxodo 4:14-16).
Del texto en Éxodo 4, queda claro que Moisés era consciente de sus propias debilidades. Intentó dos veces convencer al Señor de llamar a alguien más antes de que el Señor sugiriera a su hermano, Aarón.
Imagina cómo se debe haber sentido al pedirle a Aaron que hable por él. Sin embargo, Moisés no dejó que el orgullo o la vergüenza lo detuvieran. Él le dijo a Aarón “todas las palabras de Jehová con las que le enviaba” (Éxodo 4:28) y juntos trabajaron para liberar a los hijos de Israel.
Al igual que Moisés, no tenemos que superar todas nuestras debilidades por nuestra cuenta. Dios nos ha bendecido con miembros de la familia, amigos, líderes de la Iglesia e incluso con Su Hijo, Jesucristo, para que podamos tener la ayuda que necesitamos para convertirnos en Santos.
Si tienes miedo de hablar en público, no debe darte vergüenza pedirle a alguien que te ayude a prepararte para dar un discurso, o pedirle a alguien que te permita practicar, o incluso pedir una bendición del sacerdocio si la necesitas.
Al pedir a aquellos en quienes confiamos que nos ayuden con una debilidad personal, no sólo bendecirá tu propia vida, sino también la de aquellos que acuden en tu ayuda.
3. Pedro: El miedo
Aunque Pedro fue nombrado líder de la Iglesia después de que Jesús subiera al cielo, todavía tenía muchas debilidades. De hecho, al leer los cuatro evangelios, a menudo parece que Cristo reprende a Pedro más que a cualquier otro Apóstol.
La razón, en su mayoría, estaba relacionada con lo que creo que era la mayor debilidad de Pedro: el miedo.
Cuando Pedro caminó sobre el agua con Jesús, fue el miedo lo que hizo que se hundiera (Mateo 14:30), y cuando Jesús estaba siendo “juzgado”, fue el temor lo que hizo que Pedro negara a su Señor tres veces (Mateo 26:69-75).
Sin embargo, el Señor pudo usar incluso esa debilidad para fortalecer a Pedro.
Al utilizar el poder habilitador de Jesucristo, Pedro usó su momento más oscuro para aprender y superar la debilidad que lo había atormentado durante tanto tiempo.
Podemos ver esto en la forma en que respondió a una situación más adelante en su vida, registrada en Hechos 4 y 5.
En esos capítulos, Pedro estaba predicando a la gente cuando fue arrestado. Allí se le ordenó que cesara su predicación sobre Jesucristo.
Se enfrentó a las mismas consecuencias que enfrentó en Mateo 26, pero esta vez Pedro no cedió ante el miedo. Él continuó predicando y fue arrestado nuevamente.
Sus captores le preguntaron: “¿No os mandamos estrictamente que no enseñaseis en ese nombre?” Pedro respondió diciendo: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres.” Pedro ya no temía porque su fe era firme con la esperanza de Cristo.
Nunca antes habíamos necesitado tanto un ejemplo como el de Pedro como en la actualidad. Jesús nos advirtió que en estos últimos días, “desfallecerá el corazón de los hombres, porque el temor vendrá sobre todo pueblo.” (DyC 88:91, véase también Lucas 21:26).
Los desastres, las guerras, las enfermedades, todas estas cosas, junto con nuestros días oscuros y traumas personales, podrían darnos muchas razones para temer.
Sin embargo, debemos seguir el ejemplo de Pedro y aprender de estos puntos débiles para que podamos emerger llenos de fe y confianza en el Señor y en Su plan.
4. Brigham Young: La ira
Para que no empieces a pensar que sólo los profetas en las Escrituras tenían debilidades, echemos un vistazo a algunos profetas modernos.
El presidente Brigham Young, el “León del Señor”, luchó contra la ira. Por su propia admisión, una de sus debilidades más frecuentes fue su temperamento:
“Puedo decirles que no hay un solo hombre en esta casa que tenga un temperamento más indomable e inflexible que el mío.”
Aunque a veces fallaba, el Presidente Young siempre trabajó para convertirse en un maestro del autocontrol, especialmente en esa área. Él escribió:
“Pero no existe en este mundo hombre alguno que no pueda controlar sus emociones si sólo trata de lograrlo… oren para poder sobreponerse… [si] sus rodillas vacilan en doblarse, digan: “Rodillas, dóblense”; oblíguenlas a postrarse y permanezcan firmes hasta obtener el Espíritu del Señor.”
En una ocasión, una silla bastante costosa había caído al suelo y había sido pisoteada por los caballos durante toda la noche. El presidente Young reunió a los trabajadores y, en su enojo, los reprendió a todos.
Después de gritarle a los que trabajaban en su establo, el presidente Young tomó su propio consejo. Se encerró en su oficina y se le oyó decir: “¡Arrodíllate, Brigham, arrodíllate!”
Ya sea que suframos de ira, lujuria o una tentación similar, nuestra capacidad para ejercer el autocontrol es una de las cosas más importantes que haremos en esta tierra.
El Elder Bednar ha dicho:
“La naturaleza precisa de la prueba de la vida terrenal puede resumirse con esta pregunta: ¿Responderé a las inclinaciones del hombre natural o me someteré al influjo del Santo Espíritu, me despojaré del hombre natural…?”
Considerando tu propia debilidad, hay mucho que podemos aprender sobre el autocontrol del Presidente Young.
5. George Albert Smith: La salud mental
El presidente George Albert Smith sufrió de depresión y ansiedad severa. Sus nietos informaron que algunos días simplemente no podía reponerse y que se iba a acostar durante varios días.
En 1909, mientras se desempeñaba como Presidente de la Iglesia, su depresión y ansiedad se volvieron tan graves que durante la mayor parte del año estuvo en cama o fuera de Salt Lake recuperándose.
El presidente Smith, en medio de todo su sufrimiento, le dijo al Señor que “si [su trabajo] estaba terminado y si [Dios] se estaba preparando para [regresarlo] a casa, que [él] estaba listo para ir, pero si es que había más trabajo por hacer, a [él] le gustaría recuperarse.”
Fue la primera vez que el presidente Smith le dio verdaderamente lo único que le quedaba a la voluntad del Señor: su vida. Después de ese momento, el presidente Smith comenzó a mejorar dramáticamente.
Aunque todavía luchaba con sentimientos de insuficiencia y una carga de trabajo abrumadora, ya no lo envolvía sentimientos de depresión, y estaba complacido de trabajar mientras el Señor le diera fuerzas.
En nuestros días, no somos ajenos a la enfermedad mental. Nosotros y aquellos a quienes amamos, enfrentamos una amplia gama de problemas de salud mental y niveles de gravedad.
No se equivoquen, esta debilidad, una pesada carga de llevar, puede no ser “curada” de la misma manera que lo fue para el presidente Smith, pero podemos recibir consuelo y fortaleza sabiendo que las personas justas, como el presidente Smith, han atravesado ese camino y salido victoriosos.
Cada desafíos será diferente, pero al someter nuestra voluntad a la del Señor y buscar los tratamientos que mejor nos funcionen, encontraremos la fuerza para continuar.
Ya sea por un pecado, la dificultad de nuestro hablar, el miedo, la ira, la depresión o algo más, es alentador recordar que los Profetas han tenido luchas similares a las que tú y yo hemos tenido.
La debilidad los hace humanos, y si son humanos, podemos emular sus ejemplos.
Ninguno de estos hombres habría sido tan inspirador como lo fueron sin sus debilidades y las formas en que las superaron. Como dijo el Señor:
“Doy a los hombres debilidad para que sean humildes… si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos.” (Éter 12:27).
Fuente: LdsLiving