El élder L. Tom Perry, quien ha servido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles desde 1974, falleció el 30 de mayo de 2015. Le precedieron en la muerte su primera esposa, Virginia Lee, quien falleció en 1974, y su hija, que falleció en 1983. Tom y Virginia Lee tienen tres hijos. Le sobreviven su segunda esposa, Barbara Taylor Dayton, con quien el élder Perry se casó en 1976, y dos hijos.
Nació de buenos padres
Lowell Tom Perry nació el 5 de agosto de 1922 en Logan, Utah,EE. UU.; hijo de Leslie Thomas Perry y Nora Sonne Perry. Era uno de los seis hijos de la familia. Los padres de Tom amaban y enseñaban el Evangelio en su hogar en cada oportunidad que tenían. Esa crianza recta fue una fuente de fortaleza para el élder Perry durante toda la vida.
En su primer discurso de conferencia general como apóstol, el élder Perry dijo de su niñez: “Cada mañana no sólo nos vestíamos con impermeables, sombreros y botas para protegernos de las inclemencias del tiempo, sino que además, nuestros padres nos vestían con la armadura de Dios. Cuando nos arrodillábamos para orar y escuchábamos a nuestro padre, un poseedor del sacerdocio, volcar su alma al Señor e implorar protección para su familia contra los dardos de fuego del maligno, eso añadía una capa más de protección a nuestro escudo de fe. Mientras nuestro escudo se fortalecía, el de ellos siempre estaba disponible, porque ellos estaban disponibles, y nosotros lo sabíamos”1.
Desde temprana edad, Tom aprendió a trabajar arduamente. Ayudó en las tareas de la familia, incluso el sembrado y el cuidado de un gran huerto. “¡Cuán agradecido estoy a mi padre, que tuvo la paciencia para enseñarme el arte de cuidar un huerto!”, dijo él. “En mi familia no sólo se nos enseñó el arte de almacenar y utilizar alternativamente los víveres almacenados, sino también la forma de producir las frutas y legumbres necesarias para poder llenar las botellas vacías otra vez”2.
Su madre fue una gran maestra en el hogar; enseñó a sus hijos verdades académicas y del Evangelio en cada oportunidad que tenía, incluso mientras hacían los quehaceres de la casa. “La enseñanza era algo innato en ella y era mucho más exigente con nosotros que nuestros maestros de la escuela o de la Iglesia”3.
Por la noche, se quedaba fuera de la puerta de la habitación el tiempo suficiente para asegurarse de que sus hijos hicieran sus oraciones.
De su madre, el élder Perry dijo: “… reconocía que a los padres les es confiado educar a sus hijos y, en última instancia, que los padres deben asegurarse de que a sus hijos se les enseñe lo que su Padre Celestial desea que aprendan”4.
Un edificador del reino
L. Tom Perry estuvo entre los primeros infantes de marina que desembarcaron en las costas de Japón tras firmarse el tratado de paz al final de la Segunda Guerra Mundial. Cuando llegaron a las ruinas de Nagasaki, recordó tiempo después, “fue una de las experiencias más tristes de mi vida”.
Al contemplar la vasta destrucción ante él, Tom decidió que quería hacer todo lo posible por ayudar. Las tropas de ocupación se establecieron y ya tenían bastante trabajo por delante; aun así, Tom y varios soldados querían hacer más.
Le pidieron permiso al capellán de la división para ayudar a reconstruir las iglesias cristianas de la zona. La mayoría de las iglesias habían sido prácticamente clausuradas durante la guerra debido a las restricciones gubernamentales; las pocas que existían necesitaban reparaciones desesperadamente. Tom y los otros soldados explicaron que harían el trabajo de reparación durante su tiempo libre. Se concedió el permiso y Tom y los demás se pusieron manos a la obra.
“No entendíamos el idioma”, recuerda él. “Todo lo que podíamos hacer era el trabajo físico de reparación. Buscamos a los clérigos que no habían podido ministrar durante la guerra y les instamos a volver al púlpito. Fue una experiencia maravillosa la que vivimos con esas personas al tener la libertad de practicar sus creencias cristianas otra vez”.
Cuando llegó la hora de subir al tren que salía de Nagasaki, los otros soldados se burlaron de Tom y los que habían trabajado en reconstruir las iglesias. Esos otros soldados estaban con sus novias; se reían del grupo de Tom y se burlaban de ellos por haber perdido el tiempo con el yeso, los martillos y los clavos.
Entonces, ocurrió algo que Tom recordaría el resto de su vida. Justo en el punto más intenso de las burlas, aparecieron unos doscientos japoneses cristianos en una loma, no muy lejos de la estación de trenes. Caminaban hacia la estación, al mismo tiempo que cantaban “Con valor marchemos”. Ese grupo de cristianos dieron regalos a Tom y a los otros soldados que habían trabajado tan arduamente para servirles.
Los japoneses cristianos se pusieron en fila a lo largo de las vías. “Cuando el tren se puso en marcha, ellos y nosotros estiramos las manos y nos tocamos los dedos para despedirnos”, dijo él. “No podíamos hablar; ahogados por la emoción; pero estábamos agradecidos por haber podido ayudar, de una manera pequeña, a restablecer el cristianismo en un país después de la guerra”5.
El élder L. Tom Perry fue un edificador toda su vida. A veces, eso significaba edificar una capilla de entre los escombros; otras veces significaba edificar un alma o una nación que necesitaba de su inagotable optimismo, entusiasmo y poder espiritual.
Dondequiera que fuera, el élder Perry dejaba las cosas más fuertes de lo que estaban antes de que él llegara.
Un líder en el Reino
El élder Perry sirvió en muchos llamamientos de liderazgo a lo largo de su vida. Sirvió en dos obispados, en un sumo consejo de estaca, como segundo consejero de la presidencia de la Estaca American River, como presidente de misión de estaca, como asistente especial del presidente de la Misión de los Estados del Este (donde pasó muchas horas ayudando con el pabellón de la Iglesia en la Feria Mundial de 1964-1965 en Nueva York), como segundo consejero de la presidencia de la Estaca Boston y como presidente de la Estaca Boston. En 1972, fue llamado como Ayudante de los Doce; y en 1974 fue sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles.
El élder Perry predicó y vivió con profundo poder espiritual y entusiasmo. Su potente voz resonaba en el corazón de los oyentes mucho después de que dejaba el púlpito.
Un hombre de familia
Tom conoció a su esposa, Virginia Lee, cuando estaba contando la asistencia en una reunión de líderes de estaca. Tiempo después dijo que le había salido bien el recuento de los hombres jóvenes, pero cuando llegó el momento de contabilizar a las mujeres jóvenes, sus destrezas matemáticas se bloquearon. “De repente, mis ojos vieron a una encantadora y bella joven; y perdí por completo la habilidad de contar”.
En aquél entonces,Tom asistía al Colegio Agrícola del Estado de Utah (hoy la Universidad del Estado de Utah), y estaba muy ocupado. Aun así, su noviazgo con Virginia Lee fue lo más importante6.
Ocho meses después de esa reunión, L. Tom Perry y Virginia Lee se casaron en el Templo de Logan. Tuvieron tres hijos.
El tiempo en familia era muy importante para Tom; siempre apartaba tiempo para los cumpleaños, las vacaciones en familia, las tradiciones familiares, así como para otros eventos importantes.
En cuanto a ello, hay una experiencia que dejó en él una impresión duradera. Cuando Tom y su familia se mudaron a la costa del Este por motivos de trabajo, empezaron a buscar casa cerca de su trabajo. A medida que la búsqueda continuaba, empezaron a buscar más lejos. Al final, encontraron una casa de la que toda la familia se enamoró; era una hermosa casa de una planta, en los bosques de Connecticut. La última prueba era comprobar cómo era el viaje al trabajo. Tom regresó a casa desanimado. El trayecto había durado hora y media de ida, y otra hora y media de vuelta.
Planteó el problema a la familia, diciendo que podían tener o bien la casa o el padre. La respuesta que le dieron lo sorprendió. “Nos quedamos con la casa”, le dijeron, “porque tú no pasas mucho tiempo con nosotros de todas maneras”.
Ese fue un momento decisivo para Tom. “Era preciso que me arrepintiera de inmediato”, dijo él; “mis hijos necesitaban a su padre en casa más tiempo”. Tomó la lección muy en serio. “… cambié mis hábitos de trabajo a fin de pasar más tiempo con mi familia”7.
Tom y Virginia Perry criaron a sus hijos en rectitud y amor. El 14 de diciembre de 1974, solo ocho meses después de haber sido llamado a ser apóstol, el élder Perry perdió a su esposa debido a una batalla de cinco años contra el cáncer. “Ahora ella está sana otra vez y estoy seguro de que el paraíso es un lugar más alegre porque ella está ahí”8, dijo él como tributo a su esposa.
El 28 de abril de 1976, el élder Perry se casó con Barbara Taylor Dayton en el Templo de Salt Lake. El élder y la hermana Perry viajaron por el mundo juntos, predicando y enseñando codo a codo.
A lo largo de su ministerio, el élder Perry a menudo habló de su crianza, su propia familia y la necesidad de que las familias permanezcan fuertes y tenga una estrecha relación. Eso era tan importante para él, que varias veces habló directamente a los miembros de su familia como parte de sus discursos de conferencia general9.
Un próspero hombre de negocios
Toda su vida, L. Tom Perry tuvo el talento de aplicar destrezas y conocimientos que aprendió en un ámbito de su vida a los otros ámbitos. Después de algunos años de casado, recibió el llamamiento de servir como segundo consejero en un obispado. El llamamiento le llegó en un momento de su vida profesional en el que no podía imaginar cómo acomodaría semejante cometido en su horario; apenas tenía tiempo para dormir lo suficiente10.
Aun así, no vaciló en aceptar. Una de las primeras destrezas que aprendió en el nuevo obispado fue a delegar y organizar. Aplicó esos principios a los negocios y pronto empezó a tener más tiempo en el trabajo y en casa. Esas destrezas, en definitiva, ayudaron a propulsar a Tom a los altos niveles de gerencia en su carrera en la industria de las tiendas minoristas.
Otra ocasión en la que la capacitación que recibió en la Iglesia le sirvió de ayuda fue justo después de aceptar un empleo con una importante empresa de Nueva York. Parte de sus nuevas responsabilidades incluía hacer presentaciones de presupuestos a un consejo de administración difícil de complacer.
Intimidado al principio por la asignación, Tom fue a ver la sala donde iba a hacer la presentación. En la sala descubrió una gran sección de la pared cubierta de franela, probablemente por motivos de acústica. “Al mirar esa gran pieza de franela, pensé en mi maestra de la Primaria que enseñaba con la ayuda del franelógrafo y mandé pedir a Salt Lake papel con reverso de franela”.
Tom creó varios componentes de su presentación en papel con franela y cautivó al consejo de administración en la reunión de presupuestos. “La presentación pareció ser muy eficaz y, cuando terminé, me felicitaron, gracias a mi maestra de la Primaria”, dijo11.
Aunque se destacó en los negocios, Tom nunca dejó que su profesión comprometiera su integridad o sus valores. Durante una etapa de su carrera profesional, su jefe lo invitó a asistir a varias cenas de negocios, así como a la hora social que las precedían. Al no querer que se le viera teniendo en la mano nada que se asemejara a una bebida alcohólica en esos encuentros sociales, Tom empezó a llevar en la mano un vaso de leche.
“Con el pasar del tiempo, vi con asombro que muchos de mis colegas también se servían leche durante la hora que pasábamos juntos”, comentó. “Descubrí… que el ser diferente en el mundo suscitaba reacciones interesantes en los demás; pero la obediencia a la ley de Dios siempre acarrea Sus bendiciones”12.
Un patriota
L. Tom Perry estaba sirviendo como misionero de tiempo completo en la Misión de los Estados del Norte cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en todo su apogeo. Al mes de regresar a casa de su misión, se alistó en la Infantería de Marina.
Sirvió a su país con honor y regresó a casa aun más patriota que antes. En noviembre de 2013, el élder Perry y la hermana Perry fueron invitados de honor en la Gala del 238º aniversario de los “Marine Corps”. “Me gustaría decir que siempre me he sentido orgulloso del tiempo que serví en la Infantería de Marina”, dijo él en la celebración13.
Al principio de su llamamiento como apóstol, el élder Perry fue invitado a Washington, D.C, para participar en una reunión de líderes religiosos, con el fin de analizar maneras de incluir a las congregaciones en la participación del bicentenario de la independencia de Estados Unidos. Al principio el élder Perry estuvo encantado; deseaba ayudar a unificar las voces de las iglesias en gratitud por la guía y protección de la mano de Dios en el establecimiento del país.
Para su asombro, el grupo no estaba dispuesto a realizar tal declaración. Cualquier referencia al Señor, nuestro Dios, debía ser prohibida, puesto que no querían ofender a los ateos. El élder Perry se sintió profundamente entristecido por el resultado. Sin embargo, en la conferencia general, dio un solemne testimonio de las verdades que los líderes religiosos en Washington no habían querido expresar. “Proclamaré mi firme convicción de que la base de cualquier gobierno justo, es la ley que se ha recibido del Señor para dirigir y guiar los asuntos de los hombres. El gobierno justo recibe guía del Señor”14.
El élder Perry fue un patriota durante toda su vida.
Una amigo de todos
Dondequiera que fue, el élder Perry se hizo de amigos. Un relato de su vida ilustra la habilidad que él tenía para forjar amistades en prácticamente cualquier ámbito. Después de que él y su familia se mudaron a Nueva York por motivos de trabajo, se dio cuenta de cómo la gente se aislaba en sí misma en las calles y en el metro.
Tom ideó un plan durante su viaje al trabajo por la mañana para conocer a alguien. Observó a un hombre, en la parada del metro, que seguía la misma rutina cada mañana. El hombre llegaba a la misma hora, compraba el periódico, esperaba de pie en el mismo lugar del andén y se sentaba en el mismo asiento del metro todos los días, sin variar.
Tom quería alterar un poco las cosas y ver si podía entablar una amistad. Un día llegó temprano y se ubicó exactamente en el lugar favorito de ese hombre; luego se sentó en el asiento favorito del hombre en el metro. Después de dos días de hacer lo mismo, Tom llegó y vio que el hombre había llegado antes de lo normal y había retomado su lugar en el andén. El hombre le hizo una pequeña mueca a Tom, quien a su vez se acercó al hombre y empezó a reírse, explicándole lo que había hecho.
“Pensó que eso era lo más interesante que jamás había oído”, dijo el élder Perry. El hombre y él se subieron al tren y viajaron juntos, y pronto se hicieron buenos amigos. Cada mañana era una carrera para ver quién llegaba primero al andén. Pronto la carrera se amplió a tres, luego a cuatro, luego a diez viajeros que se apresuraban cordialmente para reclamar para sí el preciado lugar.
“Dio vida a todo el andén”, dijo el élder Perry. En el proceso, todos los que participaron formaron un grupo muy unido. Durante unas Navidades, como diez de ellos cantaron juntos villancicos en el andén. “Entablé algunas de las mejores amistades que jamás haya tenido”.
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