Estoy exhausto del odio. Y no del odio que instiga el genocidio, incendia pueblos y engendra terror. Ese odio rompe mi corazón, pero me mueve a tender la mano, a luchar con amor y a librarme de peligrosos prejuicios.
El odio que me desgasta, que me tienta a tomar represalias y perpetuar el odio es la clase que existe entre vecinos, entre miembros de la Iglesia, entre amigos. Es el odio mezquino, el juicio y los chismes que construyen muros y provocan ataques personales. Es la búsqueda constante de discutir y malentenderse mutuamente; mirar más allá del significado buscando sólo razones para no estar de acuerdo o herirse, enfadarse u ofenderse; ignorar el dolor de otra persona y rehusar admitir errores y disculparse; para justificar todas nuestras acciones; temer y evitar la diferencia o la incertidumbre en lugar de tratar de entenderla.
Entiendo que hay mucho dentro de la cultura mormona que necesita cambiar:
Entiendo que los miembros de esta Iglesia nunca serán perfectos. Entiendo que las cosas dolorosas se dicen y hacen. Pero también entiendo que tenemos que dejar de derribar y empezar a construir. Necesitamos dedicar más tiempo en reconocer lo bueno en vez de solo quejarnos de lo malo. Tenemos que entender que esta es la Iglesia del Señor, así que tal vez así deba ser.
Un día, cuando fui abrumado por el número de defectos y problemas que vi en la cultura de la Iglesia, en los líderes y miembros, un pensamiento me golpeó con tanta fuerza, que pude sentir que se hundía profundamente en mi estómago. Necesito dejar de esperar que la Iglesia -y lo más importante, la gente dentro de ella- sea perfecta. Si lo fuera, nunca pertenecería a ella.
La Iglesia tiene su “tara” y sus miembros son defectuosos por una específica y hermosa razón. Nuestro Padre Celestial no está solo mirándonos trastabillar mientras se niega a ayudarnos. Esto es parte de Su plan. Este es Su genio y diseño divino.
Cuando nuestro Salvador estuvo en la tierra, Él sanó a los enfermos, a los ciegos, a los quebrantados, a los pecadores porque “los sanos no tienen necesidad de médico”. Entonces, ¿por qué iba a crear una Iglesia que sólo incluyera lo perfecto o lo casi perfecto? ¿Por qué iba a crear un evangelio sólo para aquellos que no lo necesitaban?
Como dijo el élder Jeffrey R. Holland:
“Excepto en el caso de Su Hijo Unigénito perfecto, Dios se ha tenido que valer de gente imperfecta, lo cual ha de ser terriblemente frustrante para Él, pero se conforma con ello; y nosotros debemos hacerlo también. Y cuando vean alguna imperfección, recuerden que la limitación no radica en la divinidad de la obra “.
Muchos de los problemas o discusiones en la Iglesia surgen cuando esperamos la perfección, de nosotros mismos o de los demás. En lugar de esconder y odiar nuestros defectos y los de otros, creo que sería mejor que los abrazáramos porque son las razones por las que pertenecemos a esta Iglesia.
Así que voy a ponerme una meta para mí mismo de hacer todo lo posible para evitar juzgar a los demás, especialmente etiquetar a otros con juicios. He descubierto recientemente que en el momento en que empiezo a usar mis propias ideas y estándares para juzgar a los demás, es cuando estoy más lejos del Salvador y de todo lo que espero llegar a ser. Es imposible tener caridad, amor, virtud, esperanza y cualquier otro atributo de Cristo si no podemos reconocerlo en otros.
Estoy tan agradecida de pertenecer a una Iglesia dirigida por gente imperfecta. Es por eso, que sé que pertenezco a ella.
Y sé que podemos crecer y sanar, juntos.
Este artículo fue escrito originalmente por Danielle B. Wagner y fue publicado en ldsliving.com, con el título Why We Need More Flawed, Imperfect People in the Church Español © 2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | English © 2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company