Con todas las recientes tragedias ocurridas en el mundo, sentí que debía hablar sobre el dolor y el mal que pasamos, y las razones por las que Dios permite que tales cosas sucedan.
Pensando en esto, recordé las palabras de un profeta y pensé que podía compartirlas aquí, ayudándonos a comprender un poco más sobre la adversidad y su propósito en nuestras vidas.
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El presidente Spencer W. Kimball fue el doceavo Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Él respondió a la pregunta de este artículo, pero antes de compartirles lo que dijo, debo decirles que el Profeta experimentó por si mismo un gran dolor y pena. Él perdió a su hermana menor y luego, a penas a sus once años, perdió a su madre.
“Fue [difícil] para el joven Spencer la noticia que recibió dos años después, la mañana en que lo llamaron junto con sus hermanos para que regresaran a casa de la escuela.
Corrieron hasta su casa y allí encontraron al obispo, que los reunió a su alrededor para decirles que su madre había muerto el día anterior.
Vivían en Arizona y el padre había llevado a la madre a Salt Lake City para su atención médica. El obispo se enteró del fallecimiento por un telegrama. El presidente Kimball relató esto:
“Fue como si un rayo me hubiera caído encima. Salí corriendo de la casa al patio de atrás, para estar solo con mi mar de lágrimas. Al estar donde nadie pudo verme ni oírme, al estar lejos de todos, lloré y lloré; y cada vez que decía la palabra ‘mamá’, volvían a inundarme las lágrimas, que corrían hasta que parecían agotarse. ¡Mamá, está muerta! ¡No podía ser cierto! ¿Cómo seguiríamos viviendo sin ella?… Mi corazón de once años parecía a punto de estallar”. (Spencer W. Kimball p.46)
Él también enfrentó diversas dificultades, inclusive un cáncer terrible. En los días posteriores a su recuperación, después de las varias cirugías a las que fue sometido, cincuenta años después de la muerte de su mamá, sin poder dormir, empezó a recordarla.
“Siento ganas de llorar otra vez… al llevarme mis recuerdos por esos tristes caminos.” (Spencer W. Kimball p.46)
Con toda su experiencia, habiendo pasado por mucho dolor y habiendo visto mucho dolor en el mundo, y sentido el poder de Aquel que puede sanarnos, el profeta Kimball nos dejó con esta gran lección:
“Si contemplamos la vida terrenal como el total de nuestra existencia, entonces el dolor, el pesar, el fracaso y la vida truncada serían una calamidad. Pero si la vemos como un proceso eterno, que se extiende desde nuestro pasado preterrenal hasta el futuro de la eternidad después de la muerte, entonces podemos poner en la debida perspectiva todos sus sucesos.
¿No hay, acaso, sabiduría en el hecho de darnos pruebas Él para que nos elevemos por encima de ellas, responsabilidades para que cumplamos metas, trabajo para que fortalezcamos los músculos, pesares para probar nuestra alma?
¿No se nos expone a la tentación para poner a prueba nuestra fortaleza, a la enfermedad para que aprendamos a tener paciencia, a la muerte para que seamos inmortalizados y glorificados?
Si todos los enfermos por los que oramos sanaran, si todas las personas rectas fueran protegidas y los inicuos destruidos, el plan entero del Padre quedaría anulado y el principio básico del Evangelio, el albedrío, llegaría a su fin. Nadie tendría por qué vivir por la fe.
Si se dieran instantáneamente gozo, paz y recompensas a los que hacen el bien, no existiría el mal: todos harían el bien, pero no porque sería correcto hacerlo. No habría pruebas de fortaleza ni desarrollo de carácter, no habría aumento de poderes ni albedrío, sólo dominio satánico.
Si todas las oraciones se contestaran de inmediato de acuerdo con nuestros deseos egoístas y nuestro entendimiento limitado, entonces el sufrimiento sería mínimo o no existiría, y no habría dolor, desilusión, ni siquiera muerte; y si todo eso no existiera, tampoco habría gozo, éxito, resurrección ni vida eterna y divinidad…
Para el que muere, la vida continúa y sigue gozando de su albedrío; y la muerte, que a nosotros nos parece una calamidad, puede ser una bendición disimulada…
Si dijéramos que la muerte prematura es una calamidad, un desastre o una tragedia, ¿no sería como decir que la vida en la tierra es preferible a una entrada temprana en el mundo de los espíritus y finalmente, a la salvación y exaltación?
Si la vida terrenal fuera el estado perfecto, la muerte sería una frustración; pero el Evangelio nos enseña que no hay tragedia en la muerte, sino sólo en el pecado. “…bienaventurados los muertos que mueran en el Señor…” (véase DyC 63:49).
Es muy poco lo que sabemos; nuestro juicio es sumamente limitado y juzgamos las vías del Señor con nuestro estrecho punto de vista.”
El Presidente Kimball, profeta de la Iglesia desde 1937 a 1985, también citó al Elder Orson F. Whitney:
“Ningún dolor que sintamos, ninguna prueba por la que pasemos se desperdicia. Todo ello contribuye a nuestra educación, al desarrollo de cualidades como la paciencia, la fe, la entereza y la humildad.
Todo lo que sufrimos y todo lo que sobrellevamos, particularmente si lo sobrellevamos con paciencia, nos ennoblece el carácter, nos purifica el corazón, nos expande el alma y nos hace más sensibles y caritativos, más dignos de ser llamados hijos de Dios…
Es por medio del pesar y el sufrimiento, del esfuerzo y la tribulación, que obtenemos el conocimiento que vinimos a adquirir aquí y que nos hará más parecidos a nuestro Padre y a nuestra Madre Celestiales…”
Este artículo fue escrito originalmente por Lucas Guerreiro y fue publicado originalmente por maisfe.org bajo el título “Por que há tanta dor, tragédias e mal? Veja a resposta de um Profeta”