El siguiente es un extracto de la biografía del Presidente Eyring, “I Will Lead You Along”, escrito por Robert I. Eaton y Henry J. Eyring.
“Mientras buscaba la guía del Señor, él decidió seguir adelante con su compromiso militar. En ese momento no sabía que las experiencias misionales pronto llegarían a él de una manera que no lo hubiera esperado.”
Un domingo, varios años después, cuando Hal, llamado así por sus amigos y familiares, casi a finales de sus estudios de física en la Universidad de Utah, el Obispo Dyer lo invitó a la oficina de la capilla.
Le dijo que pronto sería relevado como Obispo para servir como Presidente de la misión de los Estados del Centro de la Iglesia. “Me han llamado como Presidente de Misión en Independence”, dijo el Obispo Dyer con entusiasmo, “y quiero que vengas conmigo”.
La declaración del Obispo Dyer sorprendió a Hal. La Guerra de Corea estaba en pleno apogeo, y las oportunidades de servicio misional eran muy limitadas. De hecho, durante los dos años anteriores, 1951 y 1952, la Iglesia no pudo llamar a ningún hombre de los Estados Unidos al servicio misional.
Fue sólo por un acuerdo especial con el gobierno de los Estados Unidos, realizado por el hermano Gordon Hinckley, un empleado de la Iglesia, que cada barrio podría comenzar a enviar un misionero por año al campo. “Acabo de recibir este permiso”, le dijo el Obispo Dyer con emoción a Hal. “Puedo enviar a una persona”.
También te puede interesar: “26 piezas inspiradoras de arte del Presidente Eyring + dónde puedes verlas en persona”
Hal tuvo sentimientos encontrados. Su padre, Henry, no había podido servir una misión de tiempo completo debido a las deudas que tuvo su familia durante la depresión económica posterior a la Primera Guerra Mundial.
Aún con esa excepción, Hal descendía de unos de los misioneros más fieles de la Iglesia. Su bisabuelo Henry Eyring sirvió en tres misiones de tiempo completo. Otro bisabuelo suyo, Miles Park Romney, dejó dos veces a su familia en respuesta a los llamamientos misionales.
Al igual que el abuelo de Mildred, John Bennion, ambos hombres trabajaron esencialmente como misioneros durante toda su vida. La tradición del servicio misional se extendía profundamente en la familia Eyring.
Por otro lado, a la edad de veintiún años, Hal había asumido que el tiempo para servir una misión había pasado. Estaba saliendo con una joven y esperaba casarse y formar una familia. Además, su compromiso como un oficial de reserva significaba que tendría que servir dos años en la Fuerza Aérea, probablemente en Corea o Japón, inmediatamente después de graduarse de la universidad.
Con docenas de jóvenes elegibles para servir una misión en el barrio del Obispo Dyer, incluidos algunos exentos del servicio militar debido a limitaciones físicas, Hal no anticipó recibir un llamamiento misional.
Asimismo, en aquellos días el servicio misional era admirado pero no esperado en la Iglesia. Pasarían otros veinte años antes de que el Presidente Spencer W. Kimball declarara:
“Ciertamente, cada varón de la Iglesia debe servir una misión.”
Debido a su edad y su obligación militar, Hal se sintió justificado al hacer una pregunta fatídica. “Obispo”, dijo, “necesito saber algo, ¿es el Señor quien me lo pide o sólo usted?” El Obispo Dyer hizo una pausa un momento antes de responder: “Soy yo, Hal”.
Hal dejó la oficina del Obispo sin darle una respuesta final. De regreso a casa, sus padres dejaron clara su posición. Con una guerra terrestre brutal en la península coreana, a Mildred en particular no le gustó la idea de que Hal abandonara el Cuerpo de Entrenamiento para Oficiales de Reserva y que posiblemente fuera reclutado después de su misión; ella había visto a una de sus amigas darle la bienvenida a casa a su hijo retornado sólo para perderlo como una de las víctimas de la guerra en Corea.
Además, el hermano mayor de Hal, Ted, había regresado recientemente de una misión inusualmente difícil a Francia, donde sus problemas con los oyentes no receptivos y sus compañeros desobedientes habían afectado significativamente su salud física y emocional.
Mildred dejó que Hal tomase la decisión, pero compartió su recomendación, basándose en una impresión que tuvo al orar: “Es mejor que le digas que no.”
Hal le dio esa respuesta al Obispo Dyer. “Lo siento. No puedo ir. Déle la oportunidad a alguien más. Es algo maravilloso”. El Obispo Dyer aceptó la decisión de Hal sin discusión.
Al salir del edificio de la Iglesia, Hal se sorprendió al encontrar a su tío, Spencer Kimball, del Quórum de los Doce, afuera. El Elder Kimball y su esposa, Camilla, la hermana mayor de Henry, vivían a pocas cuadras de los Eyrings.
El Elder Kimball amaba a Henry y Mildred y a sus hijos, a quienes veía a menudo en reuniones familiares. Tomó un interés personal en Hal y sus hermanos quienes se sentían cómodos llamándolo “tío Spencer”.
“¿De qué estabas hablando con el Obispo, Hal?”, preguntó el tío Spencer. Hal relató brevemente su conversación sobre el servicio misional con el Obispo Dyer.
“¿Qué le dijiste?”
“Le dije que no, porque mi madre oró y tuvo la impresión de que no debía ir.”
“Bueno, Hal”, preguntó el tío Spencer, “¿oraste tú?”
“No”, respondió Hal honestamente, “pero mi madre es una persona espiritual, y yo respeto sus sentimientos.”
“Ya veo”, dijo el tío Spencer, dejando que Hal siguiera su camino sin más comentarios.
Más adelante, en el 2012, en un entrevista el Presidente Eyring compartiría:
“No dijo una palabra. Supe que fue un muy grave y trágico error. La idea de servir una misión lo era todo, y yo le agradaba. Nunca dijo una palabra; simplemente se marchó…
Ese gran hombre conocía mi corazón y cuán mal me sentiría, pero ese día no intentó cambiar mi opinión. Podría haberlo hecho, pero él creía que uno debía dejar que la gente tomara sus propias elecciones y luego intentaría ayudar.”
Al final, la decisión tenía que ser de Hal. Mientras buscaba la guía del Señor, él decidió seguir adelante con su compromiso militar. En ese momento no sabía que las experiencias misionales pronto llegarían a él de una manera que no lo hubiera esperado.
En su segundo domingo en Nuevo México, se le pidió a Hal que se reuniera con el presidente Clement Hilton del Distrito de Albuquerque de la Iglesia. El presidente Hilton lo llamó para servir como misionero del distrito. Hal tenía sentimientos encontrados en cuanto al llamamiento.
Se cumplió una promesa hecha en una bendición dada a Hal antes de que dejara su hogar. En esa bendición, su nuevo Obispo, Weldon Moore, le dijo que el servicio militar sería su misión. Sin embargo, sus órdenes militares eran claras. “Me complacería servir”, le dijo al presidente Hilton, “pero me iré en cuatro semanas”.
“No sé nada al respecto”, respondió el presidente Hilton, “pero lo hemos llamado a servir.”
Dejando de lado sus dudas, Hal aceptó el llamamiento y se puso a trabajar, pasando las diez horas recomendadas en charlas enseñando a los investigadores.
Hacia el final de sus seis semanas de entrenamiento militar, Hal fue llamado a una reunión con un oficial militar de alto rango. Se le dijo que en lugar de ser transferido se quedaría en Albuquerque.
Un oficial había fallecido inesperadamente, y la educación en física y el rendimiento de Hal durante el entrenamiento lo llevaron a ser recomendado para ocupar el puesto vacante. No sólo se quedaría en Albuquerque, sino que también trabajaría con un equipo de oficiales superiores, incluidos coroneles y generales de la fuerza aérea, el ejército y la marina.
El beneficio más inmediato de esta asignación inesperada fue la continuación de sus labores misionales. La Iglesia en Albuquerque era pequeña, pero sus misioneros de distrito estaban muy bien organizados.
Trabajaron bajo la dirección del Presidente A. Lewis Elggren de la Misión de los Estados del Oeste, que tenía su sede en Denver. Hal finalmente recibió la responsabilidad del presidente Elggren de un grupo de diez misioneros en el área de Albuquerque. . . .
Hal sirvió exactamente dos años como oficial de la fuerza aérea y como misionero del distrito, estuvo profundamente agradecido por ambas oportunidades. Regresó a su hogar en Salt Lake City en el verano de 1957 y fue sorprendido al recibir un certificado de relevo honorable de su misión y una invitación para discursar en la conferencia semestral de la Estaca Bonneville donde vivían sus padres.
El día después de la conferencia de Estaca, su tío Spencer lo llamó y lo invitó a ir a su casa. Se reunieron en el pequeño estudio que era conocido por los vecinos por tener una luz encendida a altas horas de la noche…
El Elder Kimball sufría de cáncer a la garganta; en el plazo de un mes, pasaría por el quirófano para remover aquel mal, junto con parte de sus cuerdas vocales. Tío y sobrino sentados rodilla con rodilla.
“Hal”, susurró el tío Spencer, “Quiero que me cuentes tu experiencia en el ejército.”
Cuando Hal describió lo que había estado haciendo durante los últimos dos años, el tío Spencer expresó su mayor interés en sus labores misionales. Le pidió a su sobrino que relatara las historias de sus investigadores y compañeros de misión.
Quería aprender los detalles de cada persona y la obra que Hal hizo con ellos. Hablaron durante una hora. Finalmente, cuando el tío Spencer pareció satisfecho. “Hal”, dijo solemnemente, “mientras estés con vida, cuando te pregunten si has servido una misión, tienes que responder ‘sí’”.
Este artículo fue escrito originalmente por Robert I. Eaton y Henry J. Eyring y es una adaptación del libro “I Will Lead You A Long: The Life of Henry B. Eyring” y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “How Serving in the Military Instead of on a Mission Led to President Eyring’s Unexpected Missionary Service”