Supongo que realmente no existe ninguna combinación de palabras que posiblemente pudiera reunir para resumir todas las cosas increíblemente maravillosas del ministerio de Cristo en la tierra y más allá. Sin embargo, observar el entorno negativo también puede ser instructivo.
Junto con todas las cosas del ministerio de Cristo, hubo cosas que Jesucristo no hizo o dijo. Aquí, menciono cinco de esas cosas que hoy podrían ser de gran valor para nosotros.
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1. Cristo no escogió a las mejores personas para ser Sus apóstoles
Durante el ministerio de Cristo en la tierra, Él escogió a un puñado de pescadores, un recolector de impuestos y a otros cuyas ocupaciones aparentemente no eran suficientemente importantes como para ser escritas. Por supuesto, la ocupación de alguien necesariamente no es un reflejo de lo que es como persona, pero las decisiones durante el ministerio de Cristo seguramente no eran lo que pudiste esperar.
¿Eran los candidatos más inteligentes? Probablemente no.
¿Eran los más sabios? Probablemente no.
¿Eran los más justos? Probablemente no.
¿Eran los más preparados? Quizás.
¿Eran los más dispuestos? Sí.
Cristo tiene el hábito de escoger a personas normales para hacer cosas extraordinarias. Esas personas normales venían con cargas: debilidades, pecados, preocupaciones, paradigmas y opiniones. No eran absolutamente diferentes a nosotros, pero como nosotros, Cristo puede darnos poder para hacer cosas increíbles.
2. Cristo no permitió que las personas pasaran sobre Él
A veces, las personas crean un Jesús etéreo e inhumano en sus mentes. Él es angelical, pasivo, da la otra mejilla sin problemas. En algunas oportunidades, imaginamos un Jesús que, esencialmente, deja pasar a las personas sobre Él.
Podríamos olvidar que Jesús estaba haciendo reformas en su tiempo. Él fue un revolucionario en su eépoca. Estaba cambiando las tradiciones judías en sus mentes, en el lugar más santo, el templo. Él declaró ser el tan esperado Mesías.
Jesucristo curó en el día de reposo. Además, Él enseñó “expresiones difíciles” sobre beber su sangre y comer su carne. Asimismo, Él defendió todas estas acciones y enseñanzas cuando las personas que discordaban con Él, lo confrontaban.
Sí, el Salvador fue como un “cordero al degolladero” para que pudiera expiarnos. Sin embargo, incluso, en ese momento de total sumisión a su Padre, sus opresores todavía no lo podían controlar. Después de que Pedro “hirió a un siervo del sumo sacerdote y le cortó la oreja,” Jesús no solo respondió curando al siervo sino también enseñándole a Pedro un camino mejor.
Cristo dijo:
¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre ahora, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo, pues, se cumplirían las Escrituras de que así debe suceder?
Incluso, en los momentos en que Él parecía el más indefenso, Cristo en realidad decidió conscientemente someterse a la voluntad de su Padre y le dio a sus opresores control sobre Él.
La humildad y la sumisión que Jesucristo demostró al final de su vida, ofrecen un contraste notable con los tiempos en que no se sometió a sus enemigos.
Cuando Cristo purificó el templo, Él fue todo menos un cordero. Jesucristo fue severo. Tenía la misión de purificar la casa de Su Padre. Él fue tenazmente insistente.
El Élder Talmage en “Jesús El Cristo” afirma:
El incidente de la purificación del templo que Cristo efectuó por la fuerza es una contradicción del concepto tradicional que nos lo representa como de un ser tan dócil y retraído en su porte, que le da la apariencia de carecer de virilidad. Benigno era, y paciente en las aflicciones, misercordioso y longánime en su trato con los pecadores contritos, pero a la vez severo e inflexible cuando se encaraba con la hipocresía, e irrefrenable cuando denunciaba a los que persistían en hacer lo malo.
La actitud de Cristo durante la purificación del templo refleja lo que Cristo dice en Mateo 10: 34:
“No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada.”
Cristo era humilde y sumiso a su Padre hasta el mismo final de Su ministerio en la tierra. Sin embargo, Él no dejó que las personas pasaran sobre Él.
Cristo no enseñó a los gentiles
“Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mateo 28:19)
“Ya no hay judío, ni griego; no hay esclavo, ni libre; no hay varón, ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3:28)
Dios ama a todos sus hijos y los trata por igual… ¿verdad? Entonces, ¿por qué Cristo dijo que Él vino solo para enseñar a “las ovejas perdidas de la casa de Israel” o los judíos?
Como aprendemos al estudiar las escrituras, Dios tiene una orden patriarcal de otorgar el derecho de nacimiento al “primogénito.” El hijo primogénito era considerado como pertenencia de Dios asimismo los primogénitos machos de los animales también le pertenecían a Dios y eran utilizados para sacrificios.
Los primogénitos heredaron el liderazgo después de que el padre murió y se les delegó llevar la palabra de Dios y sus leyes al resto de sus hijos. Israel recibió el legado del primogénito y por eso, cuando Cristo vino, Él vino para instruir a los primogénitos o “las ovejas perdidas de la casa de Israel” para que pudieran llevar la palabra a aquellos que estaban a su alrededor. (Mateo 15:24)
Solo después de que Cristo murió… Pedro, más tarde el más nuevo profeta, fue instruido para llevar el evangelio a los gentiles. (Hechos 10-11).
Sabemos que después de que la iglesia cayó en apostasía, todos los apóstoles fueron asesinados y por eso, en cumplimiento de la profecía, en estos últimos días cuando el evangelio se restauró, los gentiles fueron los primeros en recibir el evangelio.
“Así, los primeros serán postreros y los postreros, primeros.” (Mateo 20:16).
El tiempo y la manera de instrucción de Dios tienen un orden y una razón. Él decide cuándo y dónde las cosas se harán y Jesucristo “solo hace lo que ha visto al Padre.” (Juan 8:38).
Dios ama a todos sus hijos y Él les ha mostrado ese tiempo y el tiempo nuevamente a lo largo de la historia. No podremos entender completamente por qué Cristo llevó primero el evangelio a los judíos y luego, a los gentiles, pero podemos recibir esto como otra manifestación del tiempo del Señor que se conocerá con mayor detalle en el último día.
4. Cristo no sana a nadie
Él solo sanó a aquellos que tenían fe en Él.
Durante el ministerio de Cristo en Palestina, Él esperó que los enfermos y afligidos se acercaran a Él con fe antes de que los curara. Aquellos que carecían de fe y luego, no buscaban a Cristo, no se sanaban.
En el tiempo del ministerio de Cristo como se informa en el Libro de Mormón, Él se ofrece a sanar a todos, pero solo después de aclarar, “veo que vuestra fe es suficiente para que yo os sane.”
En otro contexto, las sanaciones solo se otorgaban a los fieles que buscaban a Jesús. Asimismo, seguramente hay muchas bendiciones esperando por nosotros, pero primero debemos pedirlas. Necesitamos mostrar nuestra fe.
5. Cristo no vino a abrogar la ley sino para cumplir la ley
En las palabras de Cristo mismo:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.” (Mateo 5: 17)
Google define la palabra “cumplir” como: “dar por terminado o realidad; alcanzar o realizar (algo deseado, prometido o predicho)” o, “realizar (una tarea, responsabilidad o función) como se requiere, promete o espera.”
Por el contrario, “abrogar” se define como: “poner fin a la existencia de (algo) por dañarlo o atacarlo.”
Cristo no deseaba abrogar la ley o a los profetas que la enseñaban. Eran valiosos y hasta hoy podemos aprender de ellos. El Antiguo Testamento está lleno de símbolos de Cristo de los que podemos aprender. La Ley de Moisés me ha enseñado tanto sobre el sacrificio y la obediencia exacta. Admiro a los profetas por sus maravillosos ejemplos de rectitud y revelación. Si Cristo hubiera “abrogado” la ley, si Él la hubiese dejado de lado por considerarla sin importancia o la hubiera atacado como “incorrecta”, habríamos perdido grandes ejemplos de fe y santidad.
Cristo no deseaba dañar o atacar la Ley de Moisés. ¿Por qué lo haría? Él fue el Jehová que la instituyó primero. Sin embargo, era el tiempo de que la ley llegara a su fin.
A veces, como humanos es fácil pensar que solo las cosas que necesitan terminar están mal, dañadas o imperfectas. ¿Por qué terminar algo que está yendo bien? ¿Qué mejor razón podrías tener para reemplazar eso con algo incluso mejor?
Eso es lo que hizo Cristo. Él reemplazó una ley buena, la Ley de Moisés, por una ley mejor, una ley más elevada. Él deseaba que nos pareciéramos más a Él y para lograrlo, sabía que teníamos que reforzarla.
De alguna manera, me recuerda los últimos cambios de los maestros orientadores y las maestras visitantes. La “ley antigua” era muy específica. Podías tener un cuadro donde marcar si cumpliste o no. A veces, podía ser difícil, pero sabías exactamente qué se esperaba que hicieras, cuando se tenía la expectativa de que lo hicieras sin espacio para preguntas.
Cuando el Presidente Nelson anunció que la Iglesia ya no tendría maestros orientadores ni maestras visitantes, no estaba condenando esos programas como malas prácticas. Simplemente los terminaba o completaba para dar espacio a un programa mejor. Como la ley mayor que Cristo instituyó, la Ministración se centra más en el espíritu que en las palabras, la rectitud personal que las listas de cosas por hacer. La Ministración es otra inspiración de Cristo que nos exhorta a progresar, ser más como Él y apresurar la obra.
Al comprender que Cristo no vino para abrogar la ley sino para cumplirla, edificando sobre los principios del pasado que aún son verdad, entendemos que Él nos está edificando para ser mejores personas por medio del uso de cosas verdaderas que ya hemos aprendido.
Artículo originalmente escrito por Kayla Tanuvasa, Angela Cava, Kelly Burdick y David Snell, y publicado en mormonhub.com con el título “5 Things Christ Did NOT Do During His Mortal Ministry.”