La siguiente historia se publicó originalmente en el blog de Jason F. Wright en el 2015 y se ha vuelto a publicar con su permiso. Santos de los Últimos Días comparte su historia, su testimonio sobre el servicio, el perdón y los nuevos comienzos.
En la noche del Día de Acción de Gracias del año 2008, Taylor Richards de Sandy, Utah, estaba sentado en su oscuro automóvil a pocos kilómetros de la casa de sus padres. Estaba agotado, tenía frío, tenía 25 años y era un alcohólico.
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También estaba solo.
Este incomodo silencio fue interrumpido por una llamada telefónica de su hermano Spencer. Unos minutos más tarde, se sentaron juntos en el asiento delantero de su auto y comieron pavo con relleno en platos de papel.
“Sabía que tenía que hacer algo”, me dijo Richards durante una entrevista, “pero mantenerme sobrio y feliz me parecía tan probable como construir un transbordador espacial sólo con las pocas pertenencias que tenía en mi auto.”
Tal vez fue la comida y la calidez del amor incondicional de su hermano de esa noche que hizo que Richards decidiera que era hora de entregarse a la policía y hacer los sacrificios que siempre había negado.
Antes de despedirse de Spencer, él había decidido vender sus posesiones más preciadas, su equipo de esquí, y prometió que al día siguiente afrontaría las consecuencias que lo esperaban.
Estaba listo para cambiar. Era hora de aceptar que su viaje destructivo en la vida hasta esa cena en el día de Acción de Gracias, no había sido un pequeño desliz, sino una caída grande.
Y había estado cayendo desde los 15 años de edad.
Un paso pequeño
Richards tuvo su primer encuentro con la marihuana cuando era un estudiante de segundo año en la escuela secundaria Jordan. Antes del momento que cambió su vida, él había sido un joven modelo a seguir. Asistía a la Iglesia, cumplía con sus responsabilidades y tenía grandes planes para el futuro.
Pronto, esa primera nube se convirtió en una tormenta y él se encontró fumando y bebiendo con regularidad.
“Me encontré cambiando mis planes sociales entorno al alcohol, esperando horas para que alguien con un documento de identidad lo comprara. No me importaba lo que hacía cada noche, siempre y cuando hubiera alcohol involucrado.”
Antes de cumplir 16 años, él ya se había dado cuenta que era un alcohólico.
Los padres de Richards pronto lo enviaron a su primer programa de rehabilitación. Estuvo en las instalaciones residenciales durante seis meses e hizo todo lo correcto para graduarse.
“Pero no era mi recuperación lo que me importaba; se trataba de salir.”
Sus problemas lo siguieron a otra escuela secundaria y lo atraparon de nuevo. Regresó a sus rutinas de consumo de alcohol y drogas; a menudo tomando su primer trago del día a las 5 de la mañana en un estacionamiento vacío de la escuela.
Lugares Diferentes
Después de graduarse de la escuela, sus padres lo enviaron a Texas para vivir con su tío. El mudarse le permitiría un nuevo comienzo. Una vez más, él fracasó y pasó el verano bebiendo y fumando marihuana en secreto.
La misma noche que regresó a casa, Richards fue arrestado por primera vez. Inestable y sin miedo, le dio una patada a la ventana trasera de un patrullero de la policía, corrió y luchó con los oficiales. Pudo haber sido su primer encuentro con la ley, pero no fue el último. Él sería arrestado y encarcelado casi 20 veces más después de ese momento.
Richards luego abandonaría la Universidad del Estado de Utah. “Literalmente caía al suelo de borracho todos los días”. Mientras estaba allí, él comenzó a consumir otros tipos de droga. También desarrolló un gusto por la pornografía, lo que rápidamente se elevó a un nivel de adicción.
Fuera de la escuela y viviendo en un departamento, Richards aceptó el primero de varios trabajos en las estaciones de esquí de Utah.
“Eso me permitió esquiar todos los días, algo que había crecido haciendo y amaba mucho. Todo eso al mismo tiempo que salía a fiestas todas las noches con otros que tenían la misma pasión por el esquí y el alcohol.”
Como era de esperarse, un trabajo tras otro terminó de la misma manera: “Estás despedido”.
Finalmente, se mudó de nuevo a casa bajo un estricto acuerdo de mantenerse sobrio. Asistió a las sesiones regulares del Programa de Recuperación de Adicciones ofrecidas por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pero aún no tenía ningún deseo de mantenerse sobrio.
“Sólo hacía lo que me decían, pero en realidad nunca quise abandonar mis viejas costumbres.”
Richards más tarde aceptó y perdió empleos en Alaska y Jackson Hole, Wyoming. Después de un ataque grave que pudo haberlo matado, su madre, Karlan, encontró a su hijo herido y maltratado en una habitación de hotel en malas condiciones. Ella lo trajo de regreso a Utah y Richards volvió a someterse a tratamiento. Pero una vez más, estaba más comprometido con la enfermedad que con la cura.
Una señal
De regreso a la dolorosa rutina de la adicción, Richards se mudaba con frecuencia y se metía en la cocaína, el alcohol y éxtasis que podían durar hasta dos semanas.
“Ese es un momento confuso en mi vida”, admitió Richards, “y también es el más triste.”
Un nuevo comienzo tras otro se volvieron amargos y Richards se encontró viviendo en su auto hundiéndose en un tipo de miseria que nunca supo que existía.
“Recién empezaba el invierno y tenía dinero para la gasolina o alcohol, pero nunca para ambos. Siempre me decidía por el alcohol porque no podía funcionar sin él. Irónicamente, no podía hablar ni caminar a menos que estuviera borracho. Recuerdo que me despertaba en mi auto y cada mañana tomaba whisky hasta que no pudiera aguantar más la respiración.”
Allí, al lado de la carretera, toda una vida de adicción llegó a un punto de quiebre. No tenía a dónde ir. En lugar de pedirle a Dios una señal, fue momento de mostrar su propia señal.
Era hora de demostrarle al cielo y a su familia que él hablaba en serio. La buena disposición de vender su amado equipo de esquí para pagar sus órdenes y multas judiciales puede parecer una pequeña cosa para la mayoría, pero para Richards y sus seres queridos, fue una señal significativa de deseo genuino.
Esa noche de Acción de Gracias, su hermano Spencer regresó de su reunión con él y le dijo a sus padres los planes de su hermano. Preocupado de que pudiera sufrir otra convulsión de abstinencia en la cárcel, se ofrecieron una vez más para darle tratamiento. Juntos eligieron un lugar llamado Renaissance Ranch.
Su vida nunca volvió a ser la misma.
Un cambio
Richards dejó el programa residencial de 60 días siendo finalmente un buen miembro de los Alcohólicos Anónimos.
Su primer año sobrio desde que salió de la escuela secundaria fue brutal, pero Richards sobrevivió apoyándose en su mentor y asistiendo a dos o cuatro reuniones de AA al día. También se rodeó con otros miembros activos de AA esquiando las mismas pendientes hacia la recuperación.
Durante ese momento crítico, Richards desarrolló un profundo testimonio del poder del servicio.
“Cuanto más servicio hacía, sin ningún fin, ni pensamientos, ni nada a cambio, mejor me sentía conmigo mismo.”
También aprendió a orar, meditar y finalmente creer que la recuperación comienza con Cristo.
“Recuerdo que me sentí frustrado estando en la autopista después de salir de la corte bajo libertad condicional una vez más. Eso fue después de un año de haber hecho de todo para estar activo en AA. Recuerdo que pensé que podía entregarle todo eso a Dios porque no había nada que yo podía hacer al respecto, o que podía seguir pensando en mi situación sintiendo ansiedad. De alguna manera salí adelante y ¿sabes qué? Todo salió bien.”
Una nueva vida
Ganando confianza todos los días, Richards se contactó con una mujer que había conocido años atrás en Salt Lake City y que nunca había olvidado. Incluso cuando él salía con otras mujeres, Brenda Joyce siempre estuvo en su mente y en su corazón.
A los pocos meses de encontrarla en las redes sociales, ella se mudó de Minnesota a Salt Lake City y comenzaron una nueva vida juntos.
Taylor y Brenda Richards se están preparando ahora para entrar en el templo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y ser sellados juntos con su bebé, Grayson.
Para mantener a su familia, Richards trabaja en Renaissance Ranch y ha dedicado su vida a ayudar a otros a atravesar la profunda división de la adicción a la esperanza. Dice que le debe todo a los Alcohólicos Anónimos y los famosos 12 pasos.
Ninguna cantidad de dinero podría pagar lo que el programa le dio y esta pasión explica su valentía para hacer pública una historia tan privada.
En el 2014, Richards también alimentó sus sueños empresariales al lanzar IZM Apparel. La compañía fabrica y vende sombreros, camisas y máscaras de lujo para deportistas de todos los niveles y en todos los deportes de gravedad.
Con menos de un año de funcionamiento, IZM Apparel ya está apareciendo en tiendas de esquí y boutiques en todo el estado de Utah, Estados Unidos.
Este Día de Acción de Gracias, Richards estacionará su auto en la entrada y se unirá a su familia en la mesa. Dará las gracias por sus padres y sus hermanos que lo apoyaron, incluso cuando adoptaron el enfoque necesario para disciplinarlo.
Dará las gracias por su bella esposa y su vida juntos, una vida que no hace mucho parecía imposible.
Tal vez más que nada, él dará las gracias por su amoroso hermano mayor, Jesucristo, y por Su perdón sin fin.
Cuando el mundo se dio por vencido en ayudar a ese joven alcohólico que vivía en su auto y desperdiciaba el mejor momento de su vida, el Señor le ofreció una oportunidad más y un mensaje inconfundible.
“La verdadera recuperación comienza conmigo.”
Y si es cierto para Richards, es cierto para nosotros.
Este artículo fue escrito originalmente por Jason F. Wright y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “The Thanksgiving This Latter-day Saint Decided to Turn Himself in to Jail”