Una cosa importante que debemos recordar cuando las bendiciones prometidas no parecen venir

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¿Qué hacer cuando parece que ninguna de las bendiciones prometidas parecen llegar a nuestras vidas? ¿Todavía hay esperanza?

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Después de una conferencia de estaca en la que hablé sobre las bendiciones prometidas por la asistencia regular al templo, una joven llamada Linda me preguntó si podía visitarme en mi oficina.

Cuando nos reunimos más adelante, ella dijo que estaba confundida porque creía todo lo que había dicho en la conferencia, pero hasta ahora ninguna de las bendiciones prometidas le habían llegado y se preguntaba por qué.

Ella explicó que había crecido en la Iglesia, había servido en una misión de tiempo completo, se había graduado de la universidad y había enseñado durante varios años en una escuela primaria local. Actualmente se desempeñaba como líder de la Primaria, participaba de manera activa en su barrio y asistía al templo con regularidad.

Luego me habló de las promesas que yo le había hecho a todos los que, con un corazón sincero y un sincero deseo de ayudar a los demás, asisten al templo con regularidad. Me impresionó la precisión de sus notas y su memoria.

Me recordó que le había prometido a la congregación que el Señor los inspiraría sobre cómo superar sus desafíos personales y, por lo tanto, recibir gozo y satisfacción.

Ella me citó diciendo: “A veces, esa ayuda puede venir si se ponen nuestros desafíos en una perspectiva eterna que podamos comprender y con la que podemos vivir, con paciencia y esperanza”. Luego revisó varias otras promesas que había hecho y me preguntó si eran reales.

Respondí: “Tomas buenas notas y tienes una gran memoria. Esas son cosas que dije, y esas son cosas que creo.”

“Yo también quiero creerlas”, respondió ella. “He estado asistiendo al templo con regularidad durante varios años, pero todavía estoy soltera, y la alegría de una familia por la que he esperado y orado no ha llegado. De hecho, mis desafíos parecen ir en aumento. Debido a que creo que estás diciendo la verdad, deseo saber: ¿Qué está mal en mí?”

Raras veces me he quedado sin palabras o sentido una necesidad mayor de inspiración divina. Ella era una joven atractiva, tal vez no era hermosa como de la manera en que el mundo define ese término, pero era atractiva y llena de bondad. ¿Qué podría decirle Dios a ella?

Sería genial tener una respuesta lista para todos en cada situación, pero algunas situaciones parecen estar más allá de nuestra capacidad actual de comprender o hablar. Así es como me sentí al mirar sus ojos llenos de fidelidad y esperanza.

Lentamente, los pensamientos comenzaron a formarse en mi mente, y le pregunté: “¿El ir al templo te hace sentir mejor o peor?”

“Por supuesto que me siento mejor”, respondió ella. “Me encanta el templo. No es el templo lo que estoy cuestionando, ¡soy yo! No hay nada malo con el templo, solo conmigo. ¿Qué pasa?”

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En eso, vino un estallido de inspiración y le respondí: 

“Linda, no hay nada de malo en ti, al menos no en la forma en que estás pensando. Tu obispo y presidente de estaca te han encontrado digna de ingresar a la casa del Señor. Dios te ama.

Él está complacido con tus deseos de ayudar a los demás. Él conoce tu corazón. Él te ha bendecido grandemente y continuará haciéndolo. Nadie puede tener una bendición más grande que saber que son dignos de entrar al templo, saber que son hijos de Dios, saber que Él los ama, saber que ha enviado a Su Hijo Amado para que sufra y muera por ellos, para saber que es a través de la fe y la obediencia hacia Él, es que pueden disfrutar la vida eterna. ¿Crees estas cosas?”

“¡Sí!”

“Linda, testifico que Dios te conoce y te ama plenamente. Él conoce tus sentimientos y frustraciones y todo lo que estás pasando. Él está a tu lado, más cerca de lo que puedes imaginar. Él está complacido con tu fidelidad y tu deseo y disposición de servir a otros en el templo y en otros lugares.

El tiempo como lo conocemos es una medida mortal y no existe para Dios (véase Alma 40:8). Él ha decretado que ciertas cosas deben lograrse en la mortalidad; sin embargo, lo principal que debemos lograr mientras estamos aquí es desarrollar una profunda fe y amor por nuestro Salvador.

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A medida que perseveramos pacientemente en nuestra fe y amor hasta el final de nuestras vidas mortales, no importará si ciertos eventos que estuvieron fuera de nuestro control sucedieron en la mortalidad. La promesa de Dios a los fieles es que todo lo necesario para la vida eterna sucederá en algún momento y de alguna manera.

Por otro lado, si no somos fieles aquí y no aumentamos nuestro amor, nuestra paciencia y nuestra fe en Dios, no importa lo que haya ocurrido aquí; pederá su valor porque todas las bendiciones eternas se basan en la fidelidad.”

Le pedí que se mantuviera cerca de sus padres y que siguiera el consejo de su obispo, al igual que como sigue el de su presidente de misión. Le recordé que estudiara las Escrituras, orara y sirviera cuando y donde la llamasen.

También le pedí que leyera su bendición patriarcal una y otra vez y que hiciera todo lo posible por ser digna del cumplimiento de esas promesas. Le prometí que mientras hiciera esas cosas, ella podría “[ver] la salvación de Jehová”(2 Crónicas 20:17).

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Concluí diciéndole que probablemente se le había dicho muchas veces que fuera fiel y paciente, pero que yo necesitaba repetírselo, porque esa es la impresión que recibí del Señor.

Bajó la mirada por lo que pareció un largo tiempo. Una lágrima corrió por su mejilla, y sentí un ligero temblor cuando ella cerró los ojos. Finalmente, levantó la vista, sonrió y dijo suavemente.

“Gracias. Sé lo que es correcto. Quiero ser fiel y obediente. Me encanta el templo, sé que es donde debería estar. Espero poder ayudar a los demás en la escuela, en la Primaria, en el templo y en muchos otros lugares. Es que yo… pensé que las cosas serían diferentes.

Tengo que confesar que a veces simplemente me canso de esperar. Gracias por asegurarme que todos los ‘eventos’ necesarios para mi felicidad eterna sucederán en algún momento si continúo siendo fiel. Yo creo eso. Prometo que continuaré siendo paciente y fiel y seguiré ayudando y esperando… A veces es difícil esperar.”

Le aseguré que entendía. También le recordé que cada uno de nosotros enfrenta desafíos individuales, que Dios adecua para nuestro crecimiento personal.

“No te preocupes”, dijo ella. “Estaré bien. Es bueno saber que no hay nada malo en mí y que Dios todavía me ama. Gracias por tu atención.”

Ella sonrió, expresó su amor y aprecio, y se fue.

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Me sentí profundamente conmovido por la bondad, la fidelidad y el testimonio de esta maravillosa hija de Dios y sentí la impresión de hacer otra oración por ella y por las personas en circunstancias similares.

Cuando lo hice, comencé a pensar en su pregunta y en su respuesta a mis palabras y comencé a preguntarme cuántas otras hijas fieles de Dios están esperando pacientemente (y en ocasiones no tan pacientemente) la “salvación del Señor”.

Tuve la sensación de que hay muchos en esta situación en ambos lados del velo y me pregunté qué más podría hacer para ayudar. Me di cuenta de que muchos hombres y mujeres jóvenes tienen desafíos de los que no tengo conocimiento, pero Dios sí.

En última instancia, todo el miedo y la incertidumbre desaparece ejerciendo más fe en el Salvador. Él es el único a través del cual podemos vencer todas las cosas.

Sabía que no tenía todas las respuestas, pero también sabía que la respuesta definitiva para todos los que luchamos con estos y otros desafíos es tener mayor fe y confianza en el Señor Jesucristo.

Cuando realmente confiamos en Él y tomamos los pasos necesarios, a veces en penumbra, Él nos ayudará a liberarnos de las cadenas del miedo y la incertidumbre, nos sacará del abismo de duda a la luz brillante y la felicidad de la fe. No hay nada malo en ninguno de nosotros que una fe más profunda en el Señor Jesucristo no pueda vencer.

Este artículo fue escrito originalmente por John H. Groberg y es un extracto del libro “Refuge and Reality: The Blessings of the Temple” y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “One Vital Thing to Remember When Promised Blessings Don’t Seem to Come

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