Por Mei Ding Goh.
Cuando empecé a escribir mis pensamientos para este artículo, y empecé a escribir algo en mi computadora, pude sentir que mi silla estaba temblando, mi instinto me dijo “terremoto”. Estaba realmente asustada, inmediatamente me arrodillé y oré: “Padre Celestial, por favor perdona nuestros pecados, por favor libera tu gracia y misericordia, ayúdanos a ablandar nuestros corazones, ayúdanos a arrepentirnos”. Y me quedé sorprendida, cuán grande eres, que perfecto momento para preparar este tema “el estado terrenal es un tiempo de probación que permite al hombre arrepentirse y servir a Dios”.
Recordé un momento en el que, mientras iba caminando a la tienda, vi un pequeño gato, y se retorcía alrededor de su pequeño hermano. Su hermano estaba muerto, probablemente atropellado por un auto. Podía sentir su dolor, mi corazón se quebró, y me paré a un lado y oré por él: “Padre Celestial, por favor consuela a este pequeño gatito”. El gatito me recordó a mi hermana que falleció hacía algunos años de cáncer. El terremoto y el pequeño gatito me recordaron cuán fácilmente damos la vida por sentada, vivimos como si tuviéramos días interminables. ¿Debemos tener un desastre natural o una tragedia para despertar y darnos cuenta de quiénes somos realmente y cuál es nuestro verdadero propósito en la vida?
Si estiro esta hermosa cinta desde una pared de mi habitación hasta la otra, si esta cinta representara la línea de nuestras vidas y una punta de esta cinta representara nuestro pasado y la otra nuestro futuro, esta cinta en realidad se estiraría mucho más allá de las paredes de esta habitación y continuaría por siempre en ambas direcciones. No podemos ver nada más allá de estas dos paredes. No sabemos qué nos sucedió antes de nacer; no tenemos idea de a dónde vamos luego de nuestra muerte física. ¿Qué debemos hacer? ¿De quién, dónde y cómo deberíamos buscar ayudar y guía? Estas en realidad son preguntas de oro que llevan a la gente a La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (en ocasiones apodada la Iglesia Mormona). Una vez bautizadas, empiezan a comprender los conceptos de la fe y el perdón, y la forma en que pertenecen a nuestra existencia eterna, la cual no tiene principio, y no tendrá final.
Hay leyes de la naturaleza que no podemos cambiar. Consideren un cono de helado. Independientemente de quiénes y qué somos, todos sabemos que éste se derretirá si la temperatura del ambiente está por encima del punto de congelación. Nosotros no decidimos esta condición. ¿Quién la determina? Alma, un profeta del Libro de Mormón, escribió:
“Todas las cosas indican que hay un Dios, sí, aun la tierra y todo cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento, sí, y también todos los planetas que se mueven en su orden regular testifican que hay un Creador Supremo” (Alma 30:44).
Dios no sólo es nuestro Creador y nuestro Gobernador, también es nuestro Padre Celestial.
Cuando jugamos algún videojuego en la computadora, debemos aprender y seguir las reglas del juego. No discutimos con las reglas dado que esto no nos ayudará a ganar el juego. Simplemente somos los jugadores, no los programadores. En la mortalidad, Dios es el creador máximo y también el gobernador máximo. Si utilizamos un juego de computadora como metáfora, entonces con el fin de ganar este juego, debemos ser prudentes y aprender y obedecer las reglas del creador.
Somos verdaderamente bendecidos de tener las escrituras como nuestra guía, para enseñarnos cómo ganar en este juego. Las escrituras son una fuente de revelaciones. Revelan las enseñanzas del Padre Celestial para Sus hijos. De éstas podemos aprender lo suficiente sobre quiénes somos, cuál es el propósito de esta vida, cómo superar nuestras pruebas y obtener dirección en nuestras vidas.
Como dice en Alma 42:4…
“Y así vemos que le fue concedido al hombre un tiempo para que se arrepintiera; sí, un tiempo de probación, un tiempo para arrepentirse y servir a Dios”.
Así que ahora tenemos la perspectiva correcta. De ella, sabemos que todas las cosas, todos los sucesos, y toda la gente nos proporcionan la oportunidad de arrepentirnos y servir a Dios. Al igual que estar jugando en la computadora, aunque nos enfocamos en las cosas en el juego, aun así nuestra intención principal es ganar. En esta vida, no sólo nos enfocamos en las cosas, sucesos o gente y los juzgamos, este no es nuestro trabajo. El programador o el creador ya han puesto las reglas para ellos. El creador los juzgará. Nuestro trabajo es arrepentirnos y servir a Dios.
Por ejemplo, si alguien nos dice algo ofensivo, no nos enfocamos en esa persona y juzgamos cuán mala es o decimos cosas malas acerca de esta persona. Oramos y preguntamos a nuestro Señor, ¿qué es lo que debo aprender? Nos preguntamos a nosotros mismos si de alguna manera nos hemos comportado como esta persona. Si es así, podemos admitir nuestra falta y disculparnos por ella y olvidarla. No sólo eso, si deseamos que esa persona diga algo agradable de nosotros, probablemente es tiempo de empezar diciendo algo agradable también. La experiencia negativa puede ayudarnos a arrepentirnos y estar conscientes y cambiar.
Así que ahora podemos convertir todo encuentro en un encuentro sagrado, no porque el encuentro mismo sea sagrado, sino que la manera en que lo percibimos y lo utilizamos, lo hace sagrado. Y esto responde a la pregunta “Si Dios es amor, ¿por qué hay tanto dolor, tanto sufrimiento en este mundo?” Porque nuestro Padre Celestial conoce cada elemento de lo que somos; conoce nuestras mentes, nuestros corazones, y nuestras almas. Él utilizará diferentes niveles de “juegos” a la medida de nuestras características individuales para ayudarnos. Debido a que nos ama tanto, Él simplemente no comprometerá quiénes somos realmente, debido a que somos Sus hijos.
Cuando nos arrepentimos y aprendemos a ser más y más como Él, estamos más disponibles para Él y así podemos servir a la gente utilizando Su poder y Su sabiduría. Aunque podemos hacer las mismas cosas, esta acción contiene dos posibilidades: una es glorificar a Dios, la otra, es glorificarse a uno mismo. Y la diferencia descansa en nuestro corazón, nuestra intención. Arrepentirse también puede significar aprender a rendir nuestra voluntad a la voluntad de nuestro Señor.
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga (Mateo 11:28-30).
Jesús habla a sus discípulos en Marcos 8:34-35 y les dice…
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio la salvará.
Es muy malo que seamos tan egoístas y que todo lo que queramos sea a lo que creemos que tenemos derecho, y olvidamos que cuando lo tenemos todo, corremos el riesgo de perderlo todo en algún momento. Jesús continuó y dice en el versículo 36:
“Porque, ¿qué aprovechará al hombre si gana todo el mundo y pierde su alma?”
Aquí es donde estamos como seres humanos; lo queremos todo. Las distintas opciones que vemos allí afuera que pensamos podría ayudarnos a resolver nuestros problemas bien podrían ser las mismas cosas que nos seducen y nos atan.
Jesús claramente dice que…
“Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí. Si me conocierais, también a mi Padre conoceríais; (Juan 14:6-7).
Jesús es el camino a la solución de nuestros problemas: Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas (2 Corintios 5:17).
El arrepentimiento de nuestros pecados es inútil si no perdonamos a los demás. El no perdonar detiene nuestro progreso. No podemos ir a ningún lado, especialmente no nos permite acercarnos a nuestro Salvador, Jesucristo. La siguiente historia llega de un discurso de un discurso de una conferencia brindado por el apóstol mormón Boyd K. Packer en la conferencia general de abril de 2011:
Un patriarca bendito cambió mi vida. Él se casó con el amor de su vida; estaban muy enamorados, y muy pronto ella ya esperaba su primer hijo. La noche en que nació el bebé hubo complicaciones. El único médico se hallaba en alguna parte del campo atendiendo a los enfermos. Tras muchas horas de labor de parto, la condición de la futura madre se tornó desesperada. Finalmente encontraron al médico. Dada la emergencia, actuó con rapidez y pronto nació el bebé y la crisis aparentemente pasó, al menos eso parecía. Pero algunos días más tarde, la joven madre falleció a causa de una infección que el médico había estado tratando esa noche en otra casa. El mundo de aquel joven quedó destrozado. Conforme transcurrían las semanas, aumentaba su profunda pena. Apenas podía pensar en otra cosa y, en su amargura, se tornó peligroso. Hoy en día, sin duda, se le habría instado a entablar una demanda por negligencia médica; como si el dinero pudiera solucionar algo. Una noche tocaron a su puerta, una pequeña dijo solamente: “Papá quiere que venga a casa. Quiere hablar con usted”.
“Papá” era el presidente de estaca. El consejo de aquel sabio líder fue simple: “John, ya deja el asunto. Nada de lo que hagas al respecto te la devolverá. Cualquier cosa que hagas lo empeorará. John, ya déjalo así”.
Esa había sido la prueba de mi amigo. ¿Cómo podría dejar ese asunto así? Se había cometido un terrible error. Luchó para poder controlarse y finalmente determinó que sería obediente y que seguiría el consejo de aquel sabio presidente de estaca. Lo dejaría así.
John dijo: “Ya era un anciano cuando comprendí y finalmente pude ver a un pobre médico rural extenuado por el trabajo, mal retribuido, corriendo de un paciente a otro, con escasos medicamentos, sin hospital, con pocos instrumentos, luchando por salvar vidas y logrando el éxito la mayoría de las veces. Había acudido en un momento de crisis, cuando dos vidas pendían de un hilo, y había actuado sin demora. ¡Finalmente lo entendí!”, dijo, “Hubiera arruinado mi vida y la de otras personas”. John ha agradecido al Señor muchas veces por el sabio líder del sacerdocio que aconsejó simplemente: “John, déjalo así”.
A nuestro alrededor vemos miembros de la Iglesia que se han ofendido. Algunos se ofenden por incidentes de la historia de la Iglesia o de sus líderes y sufren toda su vida, incapaces de ver más allá de los errores de los demás. No dejan el asunto en paz; caen en la inactividad.
Esa actitud se parece a la del hombre golpeado con un garrote. Ofendido, toma el garrote y se golpea en la cabeza todos los días de su vida. ¡Qué necio! ¡Qué triste! Ese tipo de venganza es autodestructiva. Si alguien los ha ofendido, perdonen, olviden, y déjenlo así.
Si llevan alguna carga, olvídenla, dejen el asunto. Ejerzan mucho perdón y arrepentimiento, y el espíritu del Espíritu Santo los visitará y confirmará por medio de un testimonio, la posible fortaleza que ustedes nunca hubieran imaginado. Se velará por ustedes y serán bendecidos, ustedes y los suyos. De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.
Mei Ding Goh es una conversa de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ella es maestra de seminarios en el distrito Ipoh en Malasia y una miembro de la rama Penang.
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