Pregunta: Durante seis años he luchado contra la depresión y la ansiedad, un polo completamente opuesto a quien solía ser. Debido a los sentimientos de fracaso, insignificancia, culpa y demás, también me siento indigno de ser amado y casi ofendido cuando mi esposa y mis hijos lo expresan. Apreciaría cualquier sugerencia.
Respuesta: Comprendo que esta prueba es inmensamente difícil. La depresión y la ansiedad son cargas que nadie pide. A menudo, no se pueden superar simplemente por medio de la fe y la fuerza de voluntad, independientemente de lo que los seres queridos bien intencionados intenten decirte. El hecho es que, el Señor no retira todas las aflicciones y esforzarse mucho no elimina los sentimientos agobiantes de ineptitud, desesperanza y terror.
Las enfermedades mentales no son un signo de debilidad de ninguna manera. No es el resultado del pecado o la elección. Es una cruz que cargar, una espina en la carne que soportar y vencer como sea posible mediante la fe en el Salvador y la ayuda profesional. He visto que la combinación de la confianza en Cristo y la búsqueda del apoyo de expertos es más efectiva para tratar la ansiedad y la depresión.
Cristo conoce tu dolor. Él puede consolarte y fortalecerte
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Leímos en Alma que Cristo experimentó nuestros “dolores y aflicciones” así como nuestras “tentaciones.” Esto describe ciertamente la depresión y la ansiedad. Él caminó nuestro camino y peleó nuestra pelea. Y, ¿por qué lo hizo? Para que “sus entrañas sean llenas de misericordia… a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo” (Alma 7: 11-12).
Jesús conoce exactamente por lo que estás pasando. Recurre a Él. El proceso de la expiación no solo lo vio sufrir nuestros pecados y vencer la muerte, sino que también lo vio atravesar voluntariamente nuestras pruebas para que Él pudiera tener empatía. Esto le permitió saber exactamente cómo ayudarnos, al experimentar lo que experimentamos.
Por qué sufres de ansiedad y depresión
Notaste que te sientes indigno. ¿Esto es el resultado del pecado? Si es así, atraviesa el proceso de arrepentimiento ahora. No lo retrases. Eso aligerará gran parte de tu carga.
Sin embargo, si ese sentimiento de falta de dignidad no es causado por el pecado sino por experimentar la ansiedad y la depresión, debes saber que no eres indigno. No se te dieron las preocupaciones de tu enfermedad mental para castigarte. Como cualquier prueba, existen en parte, para ayudar a refinarte y enseñarte a confiar en Dios. Asimismo existen para hacerte más compasivo y capaz de ayudar a los demás que atraviesan pruebas similares.
De la misma manera en que el Salvador conoce tus dolores (y cómo ayudarte) debido al Getsemaní, tú y tu experiencia con la ansiedad y la depresión sabrán cómo “llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo” (Mosíah 18:09). Dios tiene la intención de que seas un instrumento para bendecir la vida de los demás.
¿Recuerdas la historia del hombre que nació ciego? Le preguntaron a Cristo quién pecó, el hombre o sus padres, para que el hombre sufriera tanto. Jesús respondió: “Ni este pecó ni sus padres, sino que fue para que las obras de Dios se manifestasen en él” (Juan 9:3).
Por más trillado que suene, tu ansiedad y tu depresión existen en parte “para que las obras de Dios se manifiesten” a ti. ¿Cómo puedes ayudar a las personas como tú? ¿Cómo tus pruebas pueden beneficiar a los demás? Puedes tener un consejo para dar o, tal vez, empatía para ofrecer.
No tienes que sentirte culpable
Mencionaste que te sentías culpable. La culpa es para cosas que escogimos y podemos cambiar. De lo contrario, no sirve para nada y no viene de Dios. La culpa que se enfoca en ti como persona, en cosas que no elegiste o en cosas que no puedes cambiar por vergüenza, te deprime y cumple los propósitos del adversario.
No escogiste la depresión y la ansiedad. Si bien puedes trabajar para controlar y superar los síntomas, a menudo, la lucha continuará. Mientras hagas lo que puedas y te esfuerces, no tienes por qué sentirte culpable.
No eres un fracasado
Estas llevando una carga que muchos otros no. Piensas en lo que solías ser capaz de lograr y quién solías ser. Eso te hace sentir débil y patético ahora. Pero, estás cargando un peso, uno muy real, que no llevabas antes. Las tareas comunes y el logro de objetivos se hacen mucho más difíciles debido a la carga.
Considéralo de esta manera. Imagina que todos a tu alrededor están comiendo cereal libremente, pero a ti se te dio la tarea de que te lo comas con un gran peso de metal atado a tu muñeca. La tarea se vuelve más difícil, pero no te verías a ti mismo tan débil por luchar para hacer lo que los demás hacen fácilmente. Esto se debe a que no se trata de la tarea, se trata del peso. Tu mejor esfuerzo en cualquier momento dado, sin importar cuan poco se relacione con lo que solías poder hacer, te convierte en un alguien exitoso.
No eres insignificante
Tu valor es eterno. Te reto a verte como Dios te ve. Si Él estuviera presente y pudiéramos verlo y preguntarle por qué Él te ama, Él no diría, “Porque soy Dios y amo a todos.” Él enumeraría miles de cosas que Él aprecia y adora de ti. Si te sientes insignificante es porque no te estás viendo como Él lo hace. Ora para pedir ayuda a fin de poder hacerlo. Estudia tu bendición patriarcal para comprender tu valor individual y eterno.
Deja que los demás te amen
He escuchado a las personas decir que no puedes amar a los demás hasta que te ames a ti mismo. Creo que eso es completamente falso. Conozco a personas que se desprecian y adoran a sus familiares y amigos. Sin embargo, lo que no puedes hacer es dejar que los demás te amen. Si no te amas, si te odias y te ves como un fracaso, no internalizarás el afecto que te demuestren. No lo creerás. Así que los demás sentirán que están intentando llenar un balde que tiene un agujero en el fondo. No importa cuánto amor pongan, se filtrará por el otro lado.
Reconoce que tus familiares no mienten ni están locos. Si te aman, tienen sus razones. Créeles. Desafía tus pensamientos negativos con los positivos. Admite tus imperfecciones al mismo tiempo que admites tus fortalezas. Todos tenemos defectos. Todos somos hermosos. Todos somos de Dios.
Deja que los demás te ayuden
Con demasiada frecuencia en nuestra fe, ayudamos sin problemas a los demás, pero nos negamos a que los demás nos ayuden. Recuerda el ejemplo del Señor. Él dejó que Simón lo ayudara a cargar la cruz. Él dejó que el ángel lo consolara en el Getsemaní. Él dejó que la mujer lo ungiera y le lavara Sus pies. Él no los rechazó.
Permite que tus familiares y amigos te amen, te sirvan y te eleven sin entregarles la responsabilidad de tu felicidad. Solicita la ayuda de tu obispo, el presidente de tu quórum de élderes, o la presidenta de la Sociedad de Socorro. Deja que tus hermanos ministrantes sepan que necesitas ayuda.
Busca ayuda profesional para tu ansiedad y depresión. Como el Élder M. Russell Ballard suplicó recientemente, “Si tienes una pregunta que requiere un experto, por favor, tómate el tiempo de encontrar a un experto amable y calificado que te ayude… Esto es exactamente lo que hago cuando necesito una respuesta a tales preguntas: Busco la ayuda de los demás, incluso de aquellos con títulos y experiencia en dichos campos.”
Principalmente, una vez más, recurre al Salvador. Él no te abandonará. Quizá seas llamado a atravesar pruebas que preferirías evitar, pero Él te dará fortaleza. De vez en cuando, Él cumplirá la promesa hecha a Alma y su pueblo: “También aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas… y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo en sus aflicciones” (Mosíah 24:14).
Artículo originalmente escrito por Jonathan Decker y publicado en ldsliving.com con el título “Ask a Latter-day Saint Therapist: Because of Depression I Don’t Believe I’m Loved.”