En las Escrituras, el Salvador afirma que “veremos su faz y sabremos que es Él” (DyC 93:1). Entonces, no debe sorprendernos que el Salvador se les apareciera a los hombres y las mujeres en sueños.
Los hijos de Dios en todas las naciones tienen Su promesa de que Él puede manifestarse a ellos. El Libro de Mormón enseña, “se manifiesta por el poder del Espíritu Santo a cuantos en Él creen; sí, a toda nación, tribu, lengua y pueblo, obrando grandes milagros, señales y maravillas entre los hijos de los hombres, según su fe” (2 Nefi 26: 13).
Ciertamente, el Señor no hace acepción de personas cuando se trata de a quién se manifestará…
El Salvador enseña en Doctrina y Convenios que “a algunos el Espíritu Santo da a saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo” (DyC 46: 13).
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Ese conocimiento, saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, es más valioso que todas las riquezas del mundo. Que Jesús perdone nuestros pecados, sane nuestros corazones rotos, nos levante de la aflicción y calme nuestras almas atribuladas, como se ilustra en estos relatos.
Para aquellos que soñaron con Jesucristo, hay una extraordinaria similitud de un sueño a otro. A menudo, un sueño con el Salvador trata acerca de un abrazo donde el receptor se envuelve en el calor de Sus brazos en una emoción indescriptible del amor que penetra hasta el alma del soñador.
El abrazo del Salvador deja un sentimiento persistente de alegría y amor inexpresables para toda la humanidad. Con frecuencia, soñar con el Salvador le comunica al receptor que Cristo sabe de las pruebas, las angustias, las dificultades y los desafíos de la persona que soñó con Él.
Algunos sueños con el Salvador relatan los eventos de Su ministerio, incluida Su Expiación y crucifixión, mientras que otros sueños con el Salvador nos consuelan, advierten, sancionan o animan. Soñar con el Salvador es un regalo muy preciado.
1. “Nunca olvidaré esa sonrisa”
Melvin J. Ballard
Cuando estaba haciendo la obra misional con algunos de nuestros hermanos, trabajando entre los indios americanos, buscando al señor para que nos diera luz para decidir ciertos asuntos concernientes a nuestra obra ahí y recibir un testimonio de Él de que estábamos haciendo las cosas según Su voluntad; una tarde, me encontré soñando en ese edificio sagrado, el templo.
Después de una temporada de oración y regocijo, me informaron que debía tener el privilegio de entrar a una de esas habitaciones para reunirme con un personaje glorioso y cuando entré por la puerta, vi, sentado en la plataforma alta al ser más glorioso que alguna vez mis ojos hayan visto, o que alguna vez imaginé que existiera en todos los mundos eternos.
Cuando me acerqué para que me presentaran, Él se levantó y caminó hacia mí con los brazos extendidos y sonrío mientras decía mi nombre suavemente. Si viviera un millón de años, nunca olvidaría esa sonrisa.
¡Me tomó entre sus brazos y me besó, y me apretó contra Su pecho y me bendijo, hasta que la médula de mis huesos pareció derretirse! Cuando terminó, caí a Sus pies y los bañé con mis lágrimas y besos, vi las uñas de los pies del Redentor del mundo.
El sentimiento que experimenté en presencia de Aquel que posee todas las cosas en Sus manos, el sentimiento de tener Su amor, Su afecto y Sus bendiciones fue tal que si alguna vez pudiera recibir una muestra de lo que experimenté, ¡daría todos lo que soy, todo lo que alguna vez espero ser, para sentir lo que sentí en ese entonces!
Fuente: Bryant S. Hinckley, The Faith of Our Pioneer Fathers, 226–27.
2. “Me tomó entre sus brazos”
Mary Stevenson Clark
Tuve un sueño en el que vi al Salvador. Él me tomó entre Sus brazos. Nos sentamos en círculo. Nos bendijo y nos besó. Solo los miembros que aceptaron el Evangelio, se sentaron en el círculo. Le conté mi sueño a mi madre. Dijo que era un buen sueño y que fuera una buena chica. Tenía unos 7 años.
Fuente: Mark L. McConkie, Remembering Joseph, 213.
3. “A mí lo hicisteis”
Richard Clarke
Hace muchos años en un pequeño pueblo al sur del estado de Utah, mi bisabuela fue llamada a ser la presidenta de la Sociedad de Socorro. Durante este periodo de la historia de nuestra Iglesia existió un espíritu muy amargado y antagónico entre los Santos de los Últimos Días y los gentiles.
En el barrio de mi bisabuela, una de las hermanas jóvenes se casó con un gentil. Por supuesto, esto no agradó mucho a los Santos de los Últimos Días ni a los gentiles. Con el transcurso del tiempo, esta joven pareja tuvo un bebé. Lamentablemente, la madre se sentía tan mal tras el proceso de parto que no pudo cuidar a su bebé.
Después de enterarse de la condición de esta mujer, la bisabuela fue inmediatamente a las casas de las hermanas del barrio y les preguntó si podrían turnarse para ir a la casa de esta joven pareja para cuidar al bebé. Una por una se negó y, así, la responsabilidad cayó completamente sobre ella.
Se levantaba temprano por la mañana, caminaba una distancia considerable hacia la casa de esta joven pareja donde bañaba y alimentaba al bebé, reunía todo lo que se debía lavar y lo llevaba a su casa…
Una mañana, se sintió muy débil y enferma para ir… Sin embargo, mientras yacía en cama, se dio cuenta de que si no iba, no cuidarían al niño. [Con la ayuda del Señor], reunió todas sus fuerzas y se fue. Cuando regresó a casa, cansada, se derrumbó en una silla grande y, de inmediato, cayó en un profundo sueño.
Dijo que mientras dormía, sintió como si fuera consumida por un incendio que derretiría la médula de sus huesos. Soñó que estaba bañando al niño Jesús y se regocijaba del gran privilegio que habría sido bañar al Hijo de Dios.
Luego, la voz del Señor le habló, diciendo: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.
Fuente: J. Richard Clarke, “Love Extends beyond Convenience,” 81.
4. “Oró para que Él nunca alejara su mirada”
Linda y Richard Eyre
Una amiga nuestra tuvo un sueño que nunca olvidó. A diferencia de la mayoría de los sueños que se desvanecen, éste de alguna manera se vuelve más fuerte.
En el sueño, nuestra amiga estaba sentada en la ladera de una montaña con vista a un lago azul mientras escuchaba a alguien que estaba parado, hablaba y tenía cautivada a su audiencia. Se dio cuenta de que era Cristo, que era Él que estaba dando el Sermón del Monte.
Recuerda que tuvo un sentimiento de asombro y temor: temor de que Él la mirara, que sus ojos se toparan con los suyos y que pudiera verla y descubrir todos sus defectos. Oró para que no la viera.
Luego, la miró, directamente a los ojos. En un instante, su temor se transformó en amor. Sabía que Él veía todo lo que era, todo lo que había en su interior. Pero, también supo que siempre la amaría. Su mirada la animó, la tranquilizó y la elevó. Oró para que Él nunca alejara su mirada”.
Fuente: Linda and Richard Eyre, Teaching Children Charity, 39.
5. “La misma sensación de amor”
Este fragmento se trata del sueño de George F. Richards que relató Spencer W. Kimball.
“El Señor les ha revelado a los hombres a través de sueños algo más de lo que nunca antes entendí ni sentí”. Escuché esto más de una vez en las reuniones del quórum del consejo de los Doce cuando George F. Richards era presidente… dijo,… “Hace más de 40 años tuve un sueño, que estoy seguro, que era del Señor. En este sueño, estaba en presencia de mi Salvador mientras estaba suspendido en el aire. No me dijo ni una palabra, pero mi amor por Él era tal que no tengo palabras para explicarlo”.
“Sé que ningún mortal puede amar al Señor como experimenté ese amor por el Salvador a menos que Dios se lo revele. Hubiera permanecido en su presencia, pero hubo un poder que me alejaba de Él”.
“Como resultado de ese sueño, tuve este sentimiento de que no importaría lo que se requiriera de mis manos, lo que el Evangelio requiriera de mí, haría lo que se me pidiera que hiciera, incluso sacrificar mi vida”.
“Si solo pudiera estar con mi Salvador y tener esa misma sensación de amor que tuve en ese sueño, sería el objetivo de mi existencia, el deseo de mi vida”.
Fuente: Spencer W. Kimball, “The Cause Is Just and Worthy,” 119.
6. “Una lección que mi padre podría entender”
Leon Hartshorn
Mi padre era un buen hombre. Cuidó a mi mamá durante muchos años mientras estuvo enferma antes de morir. Mi padre les enseñó a sus hijos a ser sinceros y rectos. Siempre pagaba el diezmo, pero no asistía a la Iglesia.
Mi padre trabajó en las minas gran parte de su vida, en un ambiente que por lo general no invitaba al Espíritu de Dios y, quizás, por esta razón, pensó que no podría activarse por completo y disfrutar de todas las bendiciones de la actividad en el Evangelio.
Cuando tenía dos o tres años de casado, regresé a la casa de mi padre para visitarlo. Mientras nos sentamos, me dijo, “Hijo, tuve un sueño. Soñé que estaba al borde de un acantilado y el Salvador se acercó a mí en un caballo. Tenía una cuerda atada a la silla de montar. Me alcanzó la cuerda y me dijo: “Bob quiero que bajes a mi caballo y a mí por este acantilado”.
Le respondí que eso era imposible. No había forma de que un hombre pudiera bajar el peso de un caballo y un jinete por un acantilado. Él dijo, “Bob, bájame a mí y a mi caballo por el acantilado”. Entonces, tomé el extremo de la cuerda y los bajé por el acantilado. Para mi sorpresa, no fue difícil.
Cuando el caballo y el jinete llegaron al final del acantilado, levantó la mirada y dijo: “Bob, suelta la cuerda”. La dejé caer y Él volvió a enrollarla en la silla de montar. Luego, mirándome desde el final del acantilado, simplemente dijo, “Bob, será muy fácil que vivas los mandamientos, si lo intentas”.
Fue una lección que mi padre pudo entender, una lección en su propio idioma de caballos, jinetes, sillas de montar y cuerdas. A partir de ese entonces, intentaría hacer todo lo que se le pidiera en la Iglesia y estuvo muy activo durante los últimos veinte años de su vida.
Fuente: Stephen E. Robinson, Believing Christ, 79–80.
Esta es una traducción del extracto del libro “Dreams as Revelation” de Mary Jane Woodger, Kenneth L. Alford y Craig K. Manscill que fue publicado originalmente en ldsliving.com con el título “6 Sublime Accounts of Latter-day Saints Seeing the Savior in Their Dreams”.