Hace varios años, como parte de un ensayo que escribimos, exploramos lo que los cuatro evangelios dicen sobre Jesús y el sufrimiento. Pudimos comenzar fácilmente con cualquier cantidad de referencias históricas o de las escrituras, desde la Cárcel de Liberty y el Profeta José Smith en el invierno de 1838-1839 hasta Job, cuyos amigos culparon a sus supuestos pecados por sus aflicciones, hasta las múltiples almas descritas en los evangelio que fueron plagadas de enfermedades, desgracias, desastres naturales, o, simplemente, las consecuencias de decisiones malas o, incluso, impetuosas.
Ciertamente, el ejemplo más claro e infinitamente relevante de sufrimiento hubiera sido el mismo Mesías, Aquel a quien Dios le confió la responsabilidad de soportar, comprender y, luego, trascender todo un universo de sufrimiento. Pero, debido a la reciente y trágica muerte de un maravilloso joven, sobrino, que dejó a una viuda y cuatro hijos pequeños, quisimos reconsiderar ese ensayo con la esperanza de volver a descubrir un bálsamo de consuelo que encontramos al escribir el original.
En el ensayo original, escogimos una obra de arte, un himno, y un pasaje de las Escrituras para nuestra meditación sobre Jesús y el sufrimiento. La obra de arte es una pintura del siglo XIV sobre el sufrimiento de María en el Gólgota mientras abraza a su hijo crucificado.
Luego, un himno contemporáneo de Emma Lou Thayne hace y responde preguntas sobre anhelar la paz en medio del sufrimiento. Finalmente, un texto bíblico del evangelio de Juan ofrece una explicación sencilla del porqué de todo esto. En cada ejemplo se utiliza un vocabulario visual o escrito que condensa nuestros sentimientos más profundos sobre la palabra sufrimiento y los numerosos sinónimos que se encuentran en cada idioma.
La imagen del sufrimiento
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Una pequeña capilla construida y decorada alrededor del año 1300 d.C. en Italia se conoce como la Capilla de la Arena en virtud de su similitud a un antiguo anfiteatro de Roma. El artista llamado Giotto decoró literalmente cada centímetro del interior de la capilla.
La pintura conocida como “Lamento sobre Cristo Muerto” se encuentra en la pared norte de la capilla. Su tema realmente no forma parte de ningún relato de los cuatro evangelios, pero sin duda alguna es una imagen del sufrimiento puro y lamentable. Diez ángeles en el cielo retuercen sus manos, cubren sus rostros, retuercen sus cuerpos y abren sus bocas en silenciosa agonía. Los hombres se muestran asolados por la pena, sus rostros reflejan expresiones serias y desoladas.
Juan el Amado arroja sus brazos hacia atrás mientras se inclina hacia la cabeza de Jesús. Sin embargo, el sufrimiento de las mujeres nos conmueve más. Especialmente, el sufrimiento de María, la madre de Jesús, que abraza a su hijo en su regazo y examina Su rostro inconsciente como suplicándole que se mueva.
Sabemos que a los pocos días de la escena, Jesús resucitó, eternamente renovado. Pero, por el momento que captura la pintura se puede ver que el sufrimiento rodea a María y a su hijo mientras llora. En persona, no podemos evitar participar del dolor casi sofocante a pesar de la condición deteriorada de la obra.
El himno sobre la angustia y el dolor
Uno de nuestros himnos más queridos, escrito por la poetisa Emma Lou Thayne, surgió “de un tiempo difícil” en su vida. Las circunstancias de la composición del poema fueron personales, pero el sentimiento es universal puesto que todos nos esforzamos por encontrar alivio o, al menos, una explicación para el sufrimiento. En los primeros dos de los cuatro versos se lee:
¿Dónde ̮hallo el solaz, dónde, ̮el alivio
cuando mi llanto nadie puede calmar,
cuando muy triste ̮estoy o enojado
y me aparto a meditar?
Cuando la pena ̮es tal que languidezco,
cuando las causas busco de mi dolor,
¿dónde ̮hallo a un ser que me consuele?
¿Quién puede comprender? Nuestro Señor.
Cómo justificamos o explicamos erróneamente el sufrimiento
Como suele ser el caso, antes de que podamos considerar las enseñanzas genuinamente radicales de Jesús sobre el sufrimiento, primero debemos pensar en su contexto religioso y cultural.
En el tiempo de Jesús, hubo una hipótesis generalmente aceptada sobre la relación entre el pecado y la enfermedad. En el capítulo 9 del evangelio de Juan leemos, por ejemplo, el relato de Jesús sanando a un hombre que nació ciego.
La reacción de un grupo de fariseos rígidos y ligados a las reglas fue típica del día. Suponían que el hombre o sus padres provocaron su ceguera por cometer uno o más de cientos de pecados específicos (Juan 9: 1 -12). La mayoría de personas aceptaron que la ceguera del hombre incluso pudo ser causada antes de su nacimiento. Los hombres y las mujeres podían, de alguna manera, pecar en el útero.
El sufrimiento del hombre se complicaba a diario por un mundo que no hacía nada para facilitar las tareas cotidianas de los ciegos. Posiblemente, su sufrimiento se agravó aún más por la terrible carga de culpa que él y sus padres habrían sentido por los pecados sin nombre que supuestamente cometieron, sin mencionar la especulación general de su comunidad sobre estos pecados secretos.
El rabino Harold Kushner escribió que “cuando a las personas buenas les suceden cosas malas”, nosotros, como los demás que estamos afligidos por el dolor así como la hermana Thayne o los fariseos en el evangelio de Juan, rebuscamos en nuestro pasado o en el pasado de los demás hasta encontrar un comportamiento ofensivo. O, podríamos sentirnos alejados de Dios o Su Hijo, abandonados por Él. Y, en lugar de recibir las bendiciones prometidas, nosotros y los demás que nos encontramos heridos e inconsolables sentimos que Dios nos ha castigado al multiplicar nuestras heridas para hacernos sufrir más, con frecuencia “sin causa” (Job 9:17).
“Tal lógica… crea culpa incluso donde no hay fundamento para la culpa. Hace que las personas odien a Dios, incluso a sí mismas. Y, lo más inquietante de todo es que [posiblemente] ni siquiera se ajuste a los hechos”, escribe el rabino Kushner. También es una manera en que los testigos, como los amigos de Job o los fariseos, preservan su fe en Dios al quitarle la culpa por el supuesto castigo y colocarla en la persona que sufre. Es una manera de intentar preservar la reputación de Dios.
Así, a menudo seguimos adelante, sin amigos, ni familia e, incluso, sin Dios. Lidiamos con nuestra difícil situación en terrible aislamiento.
Lo que Kushner llama las leyes de la naturaleza y lo que los científicos llaman las leyes de la física gobiernan el universo, y estas leyes, para bien o para mal, afectan a los justos y los malvados.
Cómo Jesús nos enseñó a responder ante el sufrimiento
Si volvemos al relato de Jesús y el hombre que nació ciego, entenderemos por qué Jesús dijo, “Ni este pecó ni sus padres” debido a su ceguera (Juan 9:3). Jesús sabía que es inaceptable suponer que aquellos que sufren merecen lo que reciben.
Nuestras vidas son demasiado complejas para ese tipo de culpa y venganza, porque si bien los pecadores sufren a menudo por las consecuencias de sus vidas inmorales y corruptas, el sufrimiento también proviene de muchas otras fuentes como: el descuido, los accidentes, los actos intencionales de los demás y los desastres naturales. Jesús dijo, “vuestro Padre que está en los cielos, hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45).
Según el punto de vista de Jesús, el sufrimiento tiene muchas causas diferentes, no siempre es el resultado de la iniquidad personal. Es un resultado de la vida. Si bien eso puede ser reconfortante en teoría, es poco reconfortante para aquellos que, por cualquier razón, se encuentran en medio de un terrible sufrimiento. Además, no responde a la inquietante pregunta de por qué un Dios todopoderoso no interviene y hace algo por toda esa injusticia.
Entonces, aunque el Evangelio restaurado del Mesías enseña que no es correcto creer que el Dios que nos ama creó el mal, ¡no lo hizo!, concluimos nuestro estudio sobre Jesús y el sufrimiento dirigiendo nuestra atención a la pregunta de cómo Jesús enseñó a sus seguidores a soportar e incluso superar el sufrimiento, independientemente de sus causas. O, en las palabras del rabino Kushner, “cuando a las personas buenas les suceden cosas malas”, ¿cuál es nuestra reacción? ¿Qué hacemos con el que sufre y el sufrimiento?
Sin duda alguna, debemos reconocer en una discusión sobre este tema que Dios a veces decide no intervenir. Definitivamente, Él es lo suficientemente poderoso como para aliviar nuestros dolores. Y, sentimos que no lo hace. Pero, ese no es el punto.
A pesar de esta paradoja, Jesús no explicó por qué Dios interviene en algunas oportunidades y en otras no, pero explicó que Dios no creó el mal. Nos sentimos agradecidos por la comprensión que nos brinda José Smith y las revelaciones del Evangelio restaurado. Cuando Dios interviene, Jesús nos enseña con Su ejemplo que debemos regocijarnos y dar gracias. Cuando Dios no interviene, Jesús nos enseña con Su ejemplo a soportar el dolor con paciencia.
El lado de alegría y gratitud de la ecuación es maravilloso. Apenas hay una página en los cuatro evangelios que no da testimonio de la compasión de Jesús, ya que los enfermos fueron sanados y los muertos resucitados. “Todos los que tenían enfermos de diversas enfermedades los traían a él; y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Lucas 4:40).
En nuestras propias vidas, también experimentamos la intervención de Dios, y eso nos asegura la presencia de Dios en nuestras vidas, incluso en algunos asuntos aparentemente insignificantes. En esto nos regocijamos. Luego, seguimos adelante.
Sin embargo, a veces, cuando solo un milagro será suficiente, nuestros intensos deseos y fieles oraciones no producen el resultado anhelado. Tampoco la fe tranquiliza constantemente nuestros temores y alivia nuestras cargas. En algunas situaciones nos sentimos abandonados.
Como dijo el Presidente Gordon B. Hinckley ante el fallecimiento de su esposa: “Solo aquellos que atraviesan por este valle oscuro conocen su absoluta desolación.” Dijo que existen momentos en nuestras vidas en los que “Hay una soledad arrolladora que aumenta intensamente. Carcome dolorosamente [nuestra] alma.”
Llegamos a comprender lo que los padres de una adolescente que falleció debido al cáncer sabían: que Su promesa de que Él no nos dejará “huérfanos” no significa que Él nos dará consuelo en todo momento (Juan 14:18). Sin embargo, en los tiempos de sufrimiento, la única solución para los mortales es tener fe en Jesús, “alzar nuestras cabezas” y regocijarnos en Sus promesas (Salmos 24:7, 9).
Por lo tanto, escribimos nuestro compromiso de recordar a este Jesús, que es “el autor y consumador de la fe”, que “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” (Hebreos 2:2). Pondremos nuestra confianza en la promesa de que nuestra “disciplina” dará “el fruto apacible de rectitud” (Hebreos 12:11). En los días venideros, nos consolaremos con el pensamiento de que “no tendremos hambre ni sed… y Dios enjuagará toda lágrima de nuestros ojos” (Apocalipsis 7:16-17). Así es como Emma Lou Thayne terminó su exquisito himno:
Cuando la pena ̮es tal que languidezco,
cuando las causas busco de mi dolor,
¿dónde ̮hallo a un ser que me consuele?
¿Quién puede comprender? Nuestro Señor.
El siempre cerca ̮está; me da Su mano.
En mi Getsemaní, es mi Salvador.
El sabe dar la paz que tanto quiero.
Con gran bondad y ̮amor me da valor.
Este artículo fue escrito originalmente por James y Judith McConkie, y fue publicado en ldsliving.com con el título “What Jesus Can Teach Us About the Why of Suffering and Our Response to It.”