En la sociedad moderna, la sangre simboliza muerte y violencia. Pero en las escrituras, la sangre simboliza la vida.
Piensen en esto: junto a los muchos otros milagros que se llevan a cabo en el cuerpo humano, la sangre nos da vida. Nos alimenta y de esa manera lleva nutrientes y oxígeno a cada órgano y extremidad. Nos ayuda en tiempos de necesidad, trasladando células que atacan enfermedades o invasores ajenos al cuerpo. Lleva nuestras cargas, llevándose los desperdicios de cada célula y juntándolos en otra parte del cuerpo para que sean desechados de una manera adecuada.
En muchas maneras, la sangre se puede comparar con Jesucristo mismo. Por medio de Él vivimos. Él alimenta nuestras almas. Él nos socorre en tiempos de necesidad, y nos fortalece en contra del pecado. Él lleva nuestras cargas cuando las llevamos a Él. Los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (conocidos comúnmente como “mormones”) creen de todo corazón que Jesucristo es el Salvador del mundo, y que sólo a través de Su gran Expiación el hombre puede ser salvo.
En el Antiguo Testamento, los sacerdotes de la casa de Israel eran instruidos a hacer sacrificios de animales como anticipación a la Expiación milagrosa de Cristo, en la que Su sangre fue derramada y Su vida fue sacrificada por nuestros pecados. En el Nuevo Testamento, Cristo instituyó la ordenanza del Sacramento. Algunos reconocen esto como la Comunión o la Cena del Señor.
Después de presentar el pan como simbolismo de Su cuerpo, bendijo la copa y se la dio a sus discípulos y dijo: “Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de pecados.” (Mateo 26:28). Cristo derramó su sangre, su vida, para la remisión de nuestros pecados.
Los Santos de los Últimos Días no creen que los emblemas de la Santa Cena se convierten literalmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Pero participar de la Santa Cena semanalmente nos ayuda a recordarle y Su gran sacrificio que hizo por nosotros. Nos permite renovar nuestros convenios, y renovar nuestro compromiso de guardar sus mandamientos y de ser sus testigos.
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El apóstol Pablo escribió: “tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.” (Colosenses 1:14). Juan testificó: “la sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado.” (1 Juan 1:7)
La idea de que algo como la sangre nos limpie, puede parecer extraña para nuestro sentido común. Pero al pensar en la manera en que la sangre nos da vida, podemos entender que Cristo dio su vida por nosotros, y es por su sacrificio expiatorio que podemos ser limpios de nuestros pecados, a través del poder del arrepentimiento.
El Rey Benjamínexplicó lo siguiente en el Libro de Mormón:
“Y además, te digo que no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo, el Señor Omnipotente…la salvación fue, y es, y ha de venir en la sangre expiatoria de Cristo, el Señor Omnipotente.” (Mosíah 3:17-18)
Estamos eternamente endeudados con el Salvador por Su Expiación—que por Su sangre, podemos llegar a ser limpios.
Por Katie Parker el 4 de marzo de 2008.