“Habiendo, pues, resucitado Jesús por la mañana, el primer día de la semana,. . . se apareció a los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado.” (Marcos 16: 9-14).
“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor hemos visto. El les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.” (Juan 20: 24, 25).
“Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos Tomás. Llegó Jesús,. . . y se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron” (Juan 20: 26-29).
Aunque hubo duda momentánea en el corazón de Tomás, y aún “incredulidad” entre los otros apóstoles, todos ellos tenían un fundamento de fe en Cristo, porque ellos creyeron y le siguieron durante Su vida mortal; es así que viendo al Señor resucitado reafirmaron su fe en Él.
Por el contrario, para aquellos que no llegaron a nutrir ni aún la más pequeña semilla de fe, viene el momento y otra vez la conclusión: el ver no da por resultado inmediato el creer.
Piensen en los miles que estuvieron en la misma presencia del Hijo de Dios, y aún no pudieron percibir Su divinidad; ellos tuvieron ojos pero no pudieron ver a su Salvador—estaban espiritualmente ciegos.Considere a aquellos que han visto ángeles o una bola de fuego desde el cielo y aún no creerían esperando un irresistible testimonio visual.Isaías explicó la causa de la ceguera espiritual:
“pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, . . . No conocieron camino de pazni hay justicia en sus caminos: . . . esperamos luz, y he aquí tinieblas; resplandores, y andamos en oscuridad. Palpamos la pared como ciegos, y andamos a tientas como sin ojos; tropezamos a mediodía como de noche” (Isaías 59: 2, 8-10).
El discernimiento claro y complete viene cuando nos arrepentimos de nuestros pecados, y la separación entre Dios y el hombre natural desaparece; por lo tanto, Él se acerca a nosotros y nosotros nos acercamos a Él (Santiago 4:8); el Señor generosamente da Su testimonio y sabiduría al penitente—Él da “gracia a los humildes” (Santiago 4:6).
“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Cor. 2: 14).
Así como el Señor levantado de los muertos se mostró a Sí mismo a Sus apóstoles en Jerusalén; en la misma manera en que Cristo resucitado apareció a Sus “otras ovejas” de la antigua América, y los invitaba a ver y palpar Su cuerpo que había sido maltratado en bien de ellos:
“Y ocurrió que les habló el Señor, diciendo: Levantaos y venid a mí, para que metáis vuestras manos en mi costado, y para que también palpéis las marcas de los clavos en mis manos y en mis pies, a fin de que sepáis que soy el Dios de Israel, y el Dios de toda la tierra, y que he sido muerto por los pecados del mundo. Y aconteció que los de la multitud se adelantaron y metieron las manos en su costado, y palparon las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies;. . .And they did fall down at the feet of Jesus, and did worship him” (3 Nefi 11: 13-17).
Este pueblo de la Antigua América no creía en Cristo sólo por la evidencia visual de Su presencia tangible; éstos eran los más rectos seguidores de Dios, cuyas vidas habían sido preservadas de grandes destrucciones antes de la gloriosa aparición de Cristo.Ellos habían sido fieles anteriormente a la confirmación de la voz suave y apacible y esperaban la venida de Su Salvador.
Doce días antes de que muriera, un apóstol del Señor Jesucristo, de los últimos días, Bruce R. McConkie (1915-1985), dio su testimonio de Él en una Conferencia General de la Iglesia Mormona:
“La doctrina más importante que puedo declarar, y el testimonio más poderoso que puedo dar es del sacrificio expiatorio del Señor Jesucristo…testifico que Él es el Hijo de Dios Viviente y fue crucificado por los pecados del mundo.Él es nuestro Señor, nuestro Dios y nuestro Rey.Esto yo lo sé independientemente de cualquier otra persona.Soy uno de Sus testigos, y en un día venidero palparé las marcas de los clavos en Sus manos y en Sus pies y mojaré Sus pies con mis lágrimas.Pero no sabré más entonces de lo que sé ahora, que Él es el Hijo Todopoderoso de Dios, que Él es nuestro Salvador y Redentor, y que la salvación viene por y mediante su sangre expiatoria y en ninguna otra manera”.
De acuerdo a la evidencia de la verdad eternal, mejor que ver con los ojos mortales es la visión espiritual dada por el Espíritu de verdad—un testimonio seguro revelado a seguidores fieles, los humildes y penitentes creyentes en Cristo.
Por Matt Moody el 06 de diciembre de 2007