Estaba empezando un nuevo semestre de la universidad y mi única meta era sobrevivir al semestre con notas decentes. No parece una meta demasiado elevada. Sin embargo, se estaba volviendo cada vez más difícil. Comenzaba a sentir más mareos, fatiga y náuseas, pero no me inmuté, casi siempre me negaba.
Todas las mañanas, despertaba a las 7 y me costaba ir a clases, sintiéndome mal del estómago y experimentando gran niebla cerebral. Para el momento en el que terminaban las clases, al mediodía, todos los días, los malestares se habían ido. Sabía que debía quedarme en el campus para estudiar y terminar mi tarea, pero todos los días chocaba contra un muro de agotamiento, tenía que ir a casa y tomar una siesta.
También te puede interesar: Cuando los líderes de la iglesia están limitados por la edad o la enfermedad
Mis siestas consumían todo mi día. A menudo, despertaba 5-6 horas más tarde, incluso más estresada por todo lo que tenía que hacer. Y, no importaba cuanto tiempo durmiera, simplemente todavía me sentía agotada. Recientemente había regresado a casa de la misión, donde había padecido enfermedades misteriosas una y otra vez, y cada vez que confiaba en mi Salvador, recibía fortaleza y me curaba. Regresé a casa una transferencia antes y pude encontrar algunas respuestas antes de regresar a la universidad, pero a medida que el semestre se volvía más intenso, descubrí que mi peor pesadilla se estaba haciendo realidad. Mi enfermedad estaba regresando.
En tres semanas, me diagnosticaron la enfermedad de Lyme. Muchas emociones difíciles de definir vinieron con recibir un diagnóstico después de meses de enfermedad. Por un lado, me sentía muy aliviada. Aliviada de que no solo fuera algo que estuviera imaginando. Aliviada porque tenía un camino que seguir. No obstante, mientras más aprendía sobre mi enfermedad crónica, más me enteraba de que no muy a menudo tenía un tratamiento establecido, y probablemente, demoraría años en recuperar mi vida.
A medida que pasaban las semanas, comenzaban los tratamientos, los síntomas empeoraban y mi meta de sobrevivir al semestre con notas decentes parecía imposible. Cuando consideré retirarme de mis clases, estaba confundida. Aquí estaba, a miles de millas de casa con el único propósito de asistir a la universidad y obtener mi educación. Si no lo hacía, ¿Quién era? ¿Qué papel jugaría? ¿Mi vida tendría algún significado? ¿Qué ocuparía mi tiempo? ¿Sería juzgada por tomarme un descanso?
Tenía 22 y era físicamente incapaz de ir a la universidad, trabajar e incluso, mantener una vida social sana. Parecía como que si Dios hubiera presionado el botón de pausa en mi vida, mis esperanzas y mis sueños. Me sentía atascada, incapaz de progresar, incapaz de tener cualquier cantidad de control en mi vida, en el presente e incluso, en el futuro.
Y, luego, algo que sucedió cambió todo. No había recibido la bendición de salud que deseaba desesperadamente, pero recibí el entendimiento que hizo que todo fuera llevadero respecto a mi situación. Durante un día particularmente difícil, sentí que Dios tenía un mensaje importante para mí, y a medida que lo buscaba, recibía una efusión de dirección, consuelo y paz.
Sentí muy fuerte que esta prueba no era una casualidad que estaba interrumpiendo mi plan de felicidad. Este era el plan de felicidad que el Padre Celestial tenía para mí. Parecía una paradoja, un plan de felicidad que estuviera lleno de sufrimiento diario, pero era cierto. Aprendí a ser feliz, a pesar de mis terribles circunstancias. Hice todo lo que pude para buscar la luz del sol y disfrutar – realmente, disfrutar plenamente – la “pausa” que el Padre Celestial me había dado. Aprendí tanto de mí y mis límites. Aprendí más de los demás y cuan dispuestos estaban a sacrificarse con el fin de ayudarme. Bromeaba al decir que tenía una media vida, porque literalmente dormía 16 horas todos los días, pero era una vida muy abundante.
Durante los siguientes meses y años, fui capaz de confiar en el Señor. No tenía idea de cuándo me recuperaría, qué tratamiento o doctor realmente me ayudaría o cuando podría regresar a la universidad y progresar en mis metas. Pero, sabía qué fuente buscar para obtener esperanza. Sabía que si ponía mi confianza y esperanza en mi propia habilidad, diferentes tratamientos o doctores para sanarme, me seguiría decepcionando. No obstante, debido a que puse esa fe, esperanza y confianza en Dios, la única persona que nunca nos decepcionaría, podría continuar.
El sentimiento de desesperanza usualmente se desplomaba sobre mí cuando pensaba en el futuro, cuando dejaba de ver el “aquí y ahora” e intentaba ver dónde estaba el final. Nunca pude verlo así que siempre parecía abrumador e insuperable. No importaba cuan bien lo enfrentara, cuando observa el camino aparentemente interminable por el que tenía que viajar, mi voluntad se quebraría y diría: “No soy lo suficientemente fuerte. Simplemente, no puedo hacerlo más.”
En estos días, rompería en llanto y suplicaría un milagro, diría: “Está bien, Padre Celestial he aprendido mucho. ¿Puedo terminarlo ahora? ¿Ya no ha sido suficiente?” Pero, normalmente me arrodillaría en oración lo suficiente como para sentirme humilde y decir: “Pero si no es así, ayúdame a superarlo. Danos hoy el pan nuestro de cada día.”
Esa fue la forma en que el Salvador me ministraba: un día a la vez. Él siempre me hacía saber que Él estaba pendiente de mí. Él siempre me hacía saber que yo era lo suficientemente fuerte y que Él nunca dejaría que experimentara nada que Él sabía, con Su conocimiento perfecto, que no podía manejar. Él siempre me dio paz para llevarme por lo menos un día más y eso era realmente todo lo que necesitaba. Un día, vi un mensaje del Élder D. Todd Christofferson y comencé a llorar porque dijo exactamente lo que estaba sintiendo:
“Cuando esto [la prueba] comenzó a suceder en mi vida, oraba: ‘Hazme un milagro; resuelve este problema.’ Y, tardé un poco en llegar al punto de decir: ‘Me siento feliz de recibir ayuda diaria y dejar que tome el tiempo que necesite, sabiendo que dependo de Dios.’ Ha sido una bendición desde entonces… debido a lo que significa para mi relación con Él. Quizá, la mayor bendición es tener que soportarlo con Él.”
Me siento agradecida por cada día de enfermedad porque me enseñó a confiar verdaderamente en Jesucristo. Aunque tengo un plan para mi vida que creo que es genial, el plan del Padre Celestial para mí siempre será mejor. Todos los días veo nuevas oportunidades que son perfectas para mí y que no hubieran estado ahí si el Padre Celestial no hubiera considerado apropiado presionar el botón de pausa en mi vida.
Durante esos tiempos de probación, Él no solo me estaba preparando para Su reino, algún objetivo lejano al final del camino. Él me estaba preparando para hoy. Ahora mismo. Él me estaba preparando para mi siguiente paso. Todo lo que tengo hoy es el resultado de aquellos tiempos difíciles que superé. Mis mayores bendiciones provienen del lugar a donde el Padre Celestial me guio. Me enseñó que nada soy y cuán fuerte puedo ser cuando confío en Su gracia. Caminar por la fe. Para no perderme en el futuro. Para planificar con anticipación pero estar dispuesta a ser guiada a través de cada giro de la vida. Para permitir que Él me guíe, día tras día.
Artículo originalmente escrito por Mary Ririe y publicado en lds.org con el título “Relying on the Savior during My Chronic Illness.”