Emanuel significa “Dios con nosotros”. Eso prácticamente lo resume todo.
Si consideramos las afirmaciones y los convenios del evangelio restaurado de Jesucristo, confirmamos que Mateo estaba en lo cierto.
Hay algo que nos conecta desde el inicio del mundo hasta la actualidad que hace posible que verdaderamente Dios esté con nosotros.
La creación nos lleva al convenio. El convenio con Abraham nos llevó a recibir un tabernáculo. El tabernáculo se convirtió en el templo, y el templo se hizo carne. El Verbo se hizo carne para que nosotros pudiéramos llegar a ser como Él.
Él mora entre nosotros para que podamos morar con Él en la eternidad y todo gracias a Su sacrificio, a Su resurrección. ¡Él ha resucitado y la muerte no victoria!
La creación
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra es su templo, el lugar donde realizaba Su obra y recibía Su gloria.
En consecuencia, “la tierra obedece la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación” (Doctrina y Convenios 88:25). El Señor creó la tierra en siete días para que fuese Su templo.
Él organizó y formó la tierra para que fuese el lugar adecuado que nos ayudará a ser como Él. Cuando “descansó” al séptimo día, comenzó Su reinado entre aquellos que fueron creados a Su imagen y semejanza, Adán y Eva y su futura posteridad.
El convenio
El Señor instituyó un camino, o la manera, para que surgieran las verdades del plan de Dios. Isaías lo llamó el “camino de la santidad” y nos permite vivir según la medida, estatura y plenitud de Cristo.
Debido a que el Señor es “el camino, la verdad y la vida”, cuando decidimos entrar en Su senda lo hacemos a través de ordenanzas sagradas, conductos de gracia, que abren el poder de los cielos en su totalidad.
Nuestro amado profeta enseñó:
“Las ordenanzas y los convenios nos dan acceso al poder de los cielos. La senda del convenio es la única senda que lleva a la exaltación y a la vida eterna”.
Este convenio nos asegura que todo aquel que entra en esta senda llega a ser uno con Dios. Tal es la naturaleza de las promesas.
Al entrar en el convenio, participamos de la historia de la salvación que culmina en el más glorioso felices para siempre en el que el Padre proclama: “Tendréis la vida eterna”.
Entonces, naturalmente, nuestro profeta actual aconsejó:
“Con todas las súplicas de mi corazón, les insto a que sigan la senda de los convenios y permanezcan allí. Experimenten el gozo del arrepentimiento diario. Aprendan de Dios y de cómo obra. Busquen y esperen milagros. Esfuércense por terminar con cualquier conflicto en su vida.
A medida que actúen en estos objetivos, les prometo que tendrán la capacidad para avanzar en la senda del convenio con mayor ímpetu, a pesar de los obstáculos que enfrenten. Y les prometo mayor fortaleza para resistir la tentación, más paz mental, inmunidad al temor, y mayor unidad en sus familias”.
El tabernáculo
Establecidos en Sinaí, el Señor preparó a Israel para recibir Su presencia. El tabernáculo, la tienda sagrada, es la morada de Dios, es el lugar donde Dios prometió reunirse con Israel (Éxodo 29:42). Es un espacio sagrado diseñado para una persona sagrada.
El día de reposo fue instituido como un tiempo sagrado en el que Israel podía ir al lugar del Señor en un momento determinado para recibir a una persona en particular, incluso a Dios.
Sí, esa última afirmación va en contra del cristianismo tradicional, pero uno de los tesoros doctrinales del evangelio restaurado de Jesucristo es que Dios es un hombre, un “hombre exaltado, sentado en su trono allá en los cielos” (Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith).
Emanuel, “Dios con nosotros”, viajó con y entre Israel a Su tierra prometida. El tabernáculo era la morada portátil del Señor para recordarle a Israel ese hecho.
Cuando Israel completó la construcción del tabernáculo, se dice que se llenó de la gloria de Jehová cuando Él se estableció entre Su pueblo.
El Señor de gloria guió a los jareditas, israelitas y lehitas a Su tierra prometida por la senda del convenio y así es con nosotros.
El templo
Finalmente, el poderoso rey David tomó Jerusalén. La ciudad sagrada, era la ciudad destinada al Príncipe de Paz. La presencia de Dios ya no se movería de un lugar a otro.
Jerusalén sería el lugar donde se manifestaría la gloria de Dios. Verdaderamente en este monte también se vería la gloria del Señor al ser crucificado en la cruz del Calvario.
Salomón construyó un edificio majestuoso en Jerusalén, un templo del Señor. Este santuario, fue designado como el lugar donde el cielo se encontraba con la tierra.
“El monte de la casa del Señor” (Isaías 2:2), y para ascender al él se requerían rituales y ritos de iniciación. Estas ordenanzas externas eran símbolos del convenio de cada persona.
Para ascender al monte del Señor, un “lugar santo”, se requería “[ser] limpio de manos y puro de corazón… que no [eleve] su alma a a la vanidad, ni [jure] con engaño” (Salmo 24:4). Ahí se nos promete recibir la plenitud del nombre y la gloria del Señor.
Así como fue en la antigüedad, así es hoy en la Iglesia restaurada de Cristo. Al mantenernos en lugares santos sin ser movidos, el Señor se vuelve uno con nosotros. Tal es la naturaleza del camino del convenio.
La senda del convenio comienza en las aguas del bautismo, donde estamos “dispuestos” a tomar sobre nosotros el nombre de Cristo. El templo es el cumplimiento de esa promesa.
Cristo—El Tabernáculo
“En el principio” es la frase que da inicio al templo terrenal del Señor; esas palabras también dan inicio al templo del Señor en la carne (Génesis 1:1; Juan 1:1). Jesús vino a la tierra para vivir entre nosotros, para cumplir Su misión, para llevar gloria al Padre.
Así como la tierra nos acerca a la gloria del Señor, el templo nos prepara para ella. Todo lo que la tierra nos enseña, lo vemos encarnado en Él. Todo lo que el templo nos enseña, lo vemos cumplido en Él.
Cuando somos uno con Él, somos uno con el Padre. Entrar en la senda de Su convenio es entrar en la senda que concluye en la gloria de Dios.
Juan vio la Nueva Jerusalén del milenio y testificó:
“Y no vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo”. -Apocalipsis 21:22
Las palabras inscritas, grabadas en piedra sobre la fachada de los templos modernos, declaran: “Santidad al Señor: La Casa del Señor”. Todo lo que asegura el convenio, empieza en el templo para luego ser cumplido por el Señor en esa sagrada declaración.
El ministerio terrenal de nuestro Señor fue la casa tabernáculo del Señor. Desde el recinto del reino preterrenal hasta la cruz del Calvario, la misión del Señor fue la santificación a Su Padre. Su vida fue la encarnación de lo que significa ser la Casa del Señor.
La mañana de Su resurrección
La promesa de la Pascua se puede proclamar en este pasaje: “Él no está aquí, porque ha resucitado” (Mateo 28:6). Nos convertimos en el templo de Dios. Dios está con y dentro de nosotros.
La promesa de la Pascua nos asegura que el cuerpo de Cristo, Su carne, nuestra carne y Su Iglesia, son un cuerpo renovado, restaurado y resucitado.
El templo es el “lugar correcto” para congregarnos en el convenio, y la senda del convenio es el proceso correcto que nos lleva al Salvador. Jesús, nuestro Señor, es el “Justo” y por lo tanto, Su camino es el correcto.
Tenemos motivos para regocijarnos en Jesucristo y Su evangelio. Las promesas de una nueva vida, gozo duradero y la resurrección son tanto reales como eternas.
Lo que comenzó en la creación culminó en un convenio; lo que fue un tabernáculo en el desierto pasó a ser un Tabernáculo en la carne.
El templo de Dios está con nosotros, dentro de nosotros y ante nosotros. El Verbo se hizo carne para que nuestra carne se haga Verbo. La Palabra Viva está mediada por la palabra escrita, y el Templo Viviente está mediado por el templo terrenal.
La senda del convenio culmina en Cristo, y cuando recibimos a nuestro Redentor, recibimos a nuestro Padre. Alabado sea Dios por la promesa de la Pascua, nuevos comienzos y un nuevo templo.
Fuente: Meridian Magazine