“El testimonio de una joven sobre cómo el perdonar a quien le hizo daño la ayudó a encontrar la paz que buscaba después de lo que sufrió en su vida.”
Este post apareció originalmente en LDSDaily.
Son las pequeñas cosas lo que más recuerdo.
Los gritos cuando mi madre hacía el tipo de espagueti equivocado. El sonido de la lluvia contra el parabrisas mientras íbamos demasiado rápido en un camino sinuoso. El frío intenso en mi piel el día que me golpeó en la cara con una bola de hielo.
La esperanza de que alguien viniera a salvarme seguido por la desilusión cuando me di cuenta de que nadie lo haría.
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Muchas veces me pregunté cómo podría ser posible sentir paz en ese tipo de realidad. Se sentía imposible perdonar. Sin embargo, he encontrado paz perdonando al hombre que abusó de mi familia durante más de una década.
No fue, y todavía no es, un proceso fácil. Necesité a Jesucristo a cada paso del camino. Ante la gran injusticia y la atrocidad, el perdón puede parecer imposible. Puede que ni siquiera parezca que vale la pena. He experimentado todos estos sentimientos.
Sé lo que es mirar a un rostro sin ningún tipo de remordimiento, soportar las consecuencias de las acciones de otra persona año tras año, sentir que una parte de tu alma ha sido robada y destruida.
Aún así, sé que el perdón es posible y, para mí, el perdón es una de las mejores decisiones que he tomado. Me proporcionó una base para la curación y la esperanza.
Quería compartir algunas de las maneras en que perdonar a la persona que abusó de mí me ha traído paz. Espero que algo de esto también pueda ayudarte a encontrar la paz.
El perdón satisfizo mi necesidad de justicia.
Es sorprendente decirlo, pero no pensé mucho en la justicia cuando fui abusada. No sentí sed de retribución cuando su aliento cargado de vodka me dijo que no valía nada. Ni siquiera la quería cuando me golpeó. Estaba demasiado ocupada anhelando libertad.
Fue cuando llegó la libertad y me di cuenta de que todavía estaba atada y encadenada y que la gran tragedia de mi abuso se volvió real, es que fui libre. Ya no me estaban abusando. El que abusaba de mí incluso falleció, pero cuando todo se calmó, el daño ya estaba hecho.
Me odiaba a mi misma, nunca confiaba en nadie que dijera que me amaba. Me esforzaba hasta el cansancio tratando de demostrar mi valía. Los hombres me aterrorizaban. La idea de pedir una bendición del sacerdocio todavía me da ataques de pánico.
Ahí estaba mi mayor pérdida. Lloré por la persona que sentía que debía ser. Me lamenté por la persona que sentía que no podía ser. Me lamenté por el amor que no podía aceptar o dar. Me lamenté por las oportunidades que no tomé, los riesgos que no pude soportar. Lamenté mi propia pérdida.
¡Y cuánta justicia deseé para esa joven!
El perdón satisfizo mi necesidad de justicia. ¿Cómo? Me permitió entregar el peso de ese juicio a Dios. Creo en un Dios que es perfectamente justo. También creo que hay consecuencias muy graves y reales para esa persona.
Al perdonar a quién abusó de mí, la carga de tratar de hacer justicia fue quitada de mis hombros; La decisión sobre cómo juzgar a esa persona fue entregada a Dios. Él es el quién exigirá lo que sea necesario (ya que es Él quien conoce cada corazón, cada motivación) y el perdón era una forma en que podía mostrarle a Dios en quién confiaba.
El perdón liberó mi mente del tormento.
Una de las peores cárceles es la prisión de la mente. Mi mente fue sumergida por el miedo y el tormento debido a mi abuso. Durante el período en que era abusada, sentía terror de dar el más mínimo paso en falso.
Cada parte de tu mente se enfoca en cómo quedarte con el monstruo, para mantenerte a salvo.
Para mí, esto se extendió a lo que deberían haber sido relaciones y situaciones saludables. Desarrollé una seria ansiedad social.
No podía confiar en nadie. Me tomaba horas conciliar el sueño cada noche. Cada situación era examinada. ¿Era lo suficientemente buena? ¿Qué podría haber hecho mejor? ¿Cómo podía asegurarme de que nunca más me criticasen o me juzgasen de esa manera?
¿Cómo sería mi futuro? ¿Tenía algún futuro?
El perdón era, y sigue siendo, una voz que me trae calma. Me recuerda que Dios está a cargo. Me dice que deje el pasado en el pasado en la mejor manera que pueda y que me centre en lo que sí puedo controlar.
Perdonar a esa persona me dio el pase para dejar ese período de mi vida y ser sanada. Con una mente y un corazón más tranquilo, había mucho más que ver.
Podía ver las tiernas misericordias en mi vida, podía ver las promesas de Dios y podía ver mi propia angustia emocional desde una perspectiva eterna. Todo eso me han permitido seguir adelante.
El perdón limpió mi corazón de odio…
Estar llena de odio es aterrador. O al menos, lo ha sido para mí. La dulce ternura de la paz no podría existir donde ardía un fuego intenso.
El odio lo consume todo. ¿Y sabes qué? Puedes sentirte realmente bien por un tiempo. Nos puede proporcionar propósito y energía. Parece que nos mantiene vivos.
Así mismo, el fuego, cuando finalmente muere, deja nada más que una tierra quemada y estéril. Perdonar fue como una lluvia fresca, limpiando mi corazón y proporcionando un suelo fértil para que la esperanza y la paz crezcan.
Mis recuerdos, aunque a veces causan chispas, no vuelven a encender el fuego. No odio a quien abusó de mí, pero no me gusta darle otro segundo más de mi vida.
… y lo abrió al amor puro de Cristo.
Amo a esa persona. Hay muchas personas en mi vida que desearían que no dijera tales cosas. Sin embargo, el perdón me ha permitido mirarle con un corazón lleno de caridad. No es un amor que causa debilidad. Es una fortaleza.
Puedo reconocer las formas en que esa persona intentó vencer a sus demonios y extender misericordia sobre esos recuerdos. Puedo recordar momentos de amor, libres de adicciones, que se ofrecieron genuinamente. Pude ver qué destellos de potencial eterno permanecieron en él.
¡Oh, qué difícil fue eso! Tengo la sensación de que este tipo de perdón va a ser un proceso de por vida. Sin embargo, considero que es una de las mayores bendiciones de mi vida el que Dios me haya ayudado dándome un corazón que pudo encontrar la manera de perdonarlo, paso a paso.
No quiero que mi valor esté envuelto en el dolor al que me aferro. No quiero alimentar mi vida con amargura y rencor. No quiero darle otro momento de mi vida a quien abusó de mí. Quiero ser amada. Quiero amar. Más que cualquier otra cosa, quiero amar como Dios ama.
Ese amor me ha liberado. Y en esa libertad, he encontrado la paz.
Este artículo fue escrito originalmente por Guest Author y fue publicado por thirdhour.org bajo el título “How Forgiving my Abuser Brought me Peace”