Desde el principio en la historia religiosa, Dios ha ofrecido señales periódicas de los acontecimientos espirituales. Los no creyentes quienes escuchan de estas señales, a menudo piden señales para tratar de burlarse de los creyentes. Otros afirman que creerían si Dios les enviara una señal.
Las señales pueden desempeñar un papel significativo en la vida de los cristianos, pero sólo cuando se usan correctamente. Dios provee señales, pero no hemos de pedirlas. Por ejemplo, las personas religiosas de ambos continentes que observaban el nacimiento de Cristo esperan que una nueva estrella aparezca. A los nefitas en el continente americano, que no podían ver los acontecimientos de la vida terrenal del Salvador, también se les dio señales de Su muerte para que pudieran prepararse para Su visita.
En el Libro de Mormón (Helamán 14) vemos un ejemplo de cómo se abusó de las señales. Un profeta llamado Samuel el lamanita había predicado la venida de Jesucristo. Dios le había revelado señales que los creyentes podían observar para saber cuándo nacería Jesús. Muchos de ellos habían sido convertidos por su predicación, pero otros optaron por no creer. Los profetas siguieron alentando a la gente a observar cuando hubiera dos días y una noche en los que no habría tinieblas en la tierra y la nueva estrella aparecería. Se les dijo que iba a pasar cinco años desde que Samuel dijera la profecía por primera vez.
Pasaron cinco años y los no creyentes comenzaron a burlarse de los creyentes por su “tonta” fe. Fijaron una fecha arbitraria cuando la señal iba a suceder, a pesar de saber que Samuel no había ofrecido una fecha específica. Si no sucedía ese día, ellos prometieron dar muerte a los creyentes. Los creyentes estaban ansiosos, no porque no creían que la señal vendría, sino porque no sabían si iba a suceder en la fecha límite arbitraria. El profeta oró todo el día y al final del día, la voz del Señor le habló, con la promesa de que iba a nacer al día siguiente.
Estas señales se habían ofrecido a los que creyeran para que supieran que algo importante había ocurrido y para fortalecer su fe ya existente. Ellos no habían pedido señales––simplemente las recibieron como un don de Dios.
Mientras que las señales pueden fortalecer nuestra fe, son medios muy pobres para causar fe. Están destinadas como dones a los que ya creen, no como un medio de conversión. Las Escrituras nos dicen que las señales vienen después de la prueba de nuestra fe. Los creyentes mencionados anteriormente sufrieron por su fe en estas señales, pero ya tenían fe ante de que comenzaran las señales. La fe es creer en algo que uno no conoce. Por esta razón, se espera que desarrollemos fe a través del estudio y la oración. Entonces Dios pone señales y milagros para ayudarnos a mantenernos fuertes o estar mejor informados. Sin embargo, sin una fe existente, estas señales por lo general no tienen significado.
A medida que seguimos a las personas en el Libro Mormón, descubrimos que aquellos que habían amenazado con matar a los creyentes se asustaron cuando llegaron las señales, dándose cuenta de que habían estado en contra de Dios, entonces, algunos se convirtieron. Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que muchos de estos nuevos conversos comenzaran a volver a sus antiguas creencias. Ellos se convencieron a sí mismos de que las señales no había sucedido realmente o que había otra explicación para ello. Hoy en día, ellos buscarían explicaciones científicas de los eventos para encontrarles un sentido. Pronto regresaron a perseguir a los creyentes. Cuando las señales del nacimiento de Jesús llegaron, muchos eran tan malvados que mataron a los profetas que advirtieron de las señales de la muerte de Jesús, que no eran las señales agradables que anunciaron su nacimiento. Hubo desastres naturales que causaron la muerte de los inicuos entre ellos.
Hay momentos en que Dios reacciona con desagrado a las demandas de los no creyentes en busca de señales. Alguien que predica en contra de Cristo pide una señal y se le incapacita para hablar. Algunos incluso mueren como su señal. Cuando las señales vienen a nosotros, son un don y no son sacadas por los profetas como trucos de magia para entretener a los demás. Ellas son sagradas y dadas solamente cuando Dios las ofrece para Sus propósitos. Las peticiones injustas por señales nunca se dan, o no se dan de una manera que hace que la persona que la solicite sea feliz.
Aunque las señales pueden ser un constructor de fe o incluso el comienzo de un testimonio, nunca deben ser la única manera de construir nuestra fe. Tenemos que trabajar duro para obtener un testimonio verdadero mediante el pedir a Dios que ponga un conocimiento seguro en nuestros corazones acerca de la verdad. Cuando se utiliza como punto de partida, pueden ser una fuente de prueba de que Dios nos ama y nos quiere ayudar a través de la mortalidad. Ellas pueden ser una fuente de consuelo y fortaleza en momentos de debilidad, diseñadas para mantenernos avanzando hasta que recuperemos la fuerza total.
Este artículo fue escrito por
Terrie Lynn Bittner