Jesucristo es, además de nuestro Salvador y Redentor, un personaje que ha repercutido a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Sus primeros discípulos judíos lo consideraron como el Mesías y como aquel Líder que los liberaría de la servidumbre romana después de tantos intentos fallidos.
Ellos deseaban una liberación política y territorial, sin embargo, Él vino a liberarlos de otro tipo de esclavitud.
Jesucristo también es reconocido como un Profeta por la teología musulmana, cabe resaltar que no se le considera como un Dios.
El Islam toma la imagen y al personaje de “Jesús” como un líder religioso muy inspirador cuyo nombre se menciona 25 veces en el Corán; una cantidad mayor que al de Mahoma, el fundador del Islam.
Su nombre y “título”, El Cristo, ha marcado un antes y un después en la historia como la conocemos actualmente y Sus enseñanzas, conocidas mundialmente como el Evangelio de Jesucristo, han influido en miles de millones de personas.
Ahora, es muy claro que gran parte del género humano durante los siglos posteriores al fallecimiento de Cristo creyeron en Él. Esto se refleja en los números: actualmente existen 2400 millones de cristianos en todo el mundo.
Sin embargo, ¿alguna vez te has preguntado si las personas que creen en Cristo también creen en lo que Él enseñó?
¿Le creemos a Cristo o solamente creemos que Él existió?
Stephen E. Robinson, un reconocido teólogo y maestro de Brigham Young University , relató que durante las clases que daba en la facultad de teología muchos estudiantes, que eran miembros gran parte o de toda la vida, mostraban inseguridad en cuanto a sus creencias.
Defendían sus creencias en cuanto a lo que NO creían, tales como la predestinación, el pecado original, el consumo de café y té, etc., pero no podían dar una explicación en cuanto a lo que SÍ creían.
Por ejemplo, tenía dificultades con la fe en Cristo, la santificación, la expiación, entre otros principios esenciales del evangelio restaurado.
¿Te identificas con esto?
No te sientas tan culpable, es algo normal y forma parte de nuestra conversión, pero tiene una solución.
La importancia de creerle a Cristo radica en no únicamente creer en que Él sí existió, sino que trasciende en SUS enseñanzas y, lo más fundamental, que se aplica para cada uno de nosotros.
El perdón viene por la fe
No podemos pensar que nuestro prójimo SÍ recibirá el perdón de sus pecados, mientras que nosotros no. Recordemos la experiencia de Enós.
Él no hizo una lista de los pecados por los cuales tuvo que arrepentirse, ni mucho menos pudo recordarlos en su totalidad seguramente.
El Señor lo perdonó por su gran fe, por aquella fe en alguien que nunca jamás había visto ni oído.
Esto aplica para nosotros también, no solamente para aquel profeta en las Escrituras.
Todos somos imperfectos y no debemos juzgarnos por ello
Tal vez podamos ver la vida de muchas personas a nuestro alrededor y lleguemos a pensar:
“Wow, su vida es perfecta. Ha conseguido todo lo que se propuso. Es una persona privilegiada de Dios. Yo jamás llegaré a ser como el o ella. No soy digno(a) ni tan bueno(a).”
Nefi, el gran profeta del Libro de Mormón, aquel hombre justo, recto, inalterable y fiel siervo del Señor, se consideró un “hombre miserable”. Su corazón se entristecía a causa de sus debilidades y su alma se afligía por sus iniquidades (2 Nefi 4).
Nefi deseaba regocijarse, su corazón gemía a causa de sus pecados. Él también era imperfecto y seguramente llevaba una gran carga en su conciencia por ello.
Estoy seguro de que Nefi miró a su alrededor o recordó a su padre y pensó en lo fiel que él era u observó a su hermano Jacob, que vio al Cristo y pensó en lo diminuto e imperfecto que era, pues, a pesar de sus esfuerzos, no alcanzaba la perfección que probablemente deseaba.
Probablemente, pensamientos como la hipocresía, indignidad o la insuficiencia llegaron a su cabeza y corazón.
Todos nos hemos sentido así, pero con esta historia debemos ver que hasta aquel ejemplar y honorable profeta sufría por sus imperfecciones.
Nefi en ese momento era un hombre experimentado y sabio, no aquel joven que fue atado por sus hermanos.
Sin embargo, ¿cómo consiguió superar aquel momento deprimente? Mediante su fe y confianza en el Señor.
Nuevamente, creámosle a Cristo, no solo creamos en Él.
Creamos que Él es nuestro Salvador y que podemos superar todas nuestras dificultades con Él a nuestro lado.
Creamos que Su yugo es fácil y ligera Su carga.
Creamos que Él amó al mundo de tal manera que vino para que todo aquel que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:16; Mateo 11:30; Isaías 48:10).
No nos sintamos indignos de Él, no lo apartemos de nuestra vida como se lo pidió Pedro (Lucas 5:8).
Acudamos a Su llamado.
“Venid ahora, dice Jehová, y razonemos juntos: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.” – Isaías 1:18