“La historia de un Santo de los Últimos días que regresó a la Iglesia gracias a una visita inesperada que cambió su vida y la de su familia”
No es salido de una película, aunque de seguro sonará como algo parecido a eso. Durante la Segunda Guerra Mundial, a John “Clele” Fletcher le dijeron que nunca pasaría el examen físico y que no cumpliría su más grande deseo de unirse al campo de batalla, sin embargo, eso no le impidió intentarlo.
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Lamentablemente, el intentarlo no le impidió fallar.
Fuera de posibilidades y con poca esperanza, Clele cayó en una depresión alimentada por una peligrosa dosis de culpa y vergüenza. Muchos a su alrededor se burlaron de él y de su desgracia.
No pasó mucho tiempo para que el esposo y padre encontrara paz en la botella. Bebió para hacer buenos los días malos. Se emborrachaba para hacer que los días buenos fueran aún mejores.
Él avergonzaba a su esposa, hermanos y padres. Sus hijos lo vieron babear, tartamudear y caer en el patio delantero de su hogar en Springville, Utah. El que alguna vez fue un miembro activo de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se había desviado del camino estrecho y angosto y se había perdido en la niebla.
Más adelante, Clele se mudó con su familia a Cannonville, una ciudad al sur de Utah. La mudanza trajo momentos de esperanza, pero no lo suficiente como para lograr un cambio significativo y permanente. En un momento dado, su sufrida esposa pensó en divorciarse de él, sólo para tener dos llantas desinfladas la mañana de su reunión con un abogado.
Ella nunca reprogramó su cita con el abogado.
Después de mucho trabajo, sacrificio y oración, después de dos estadías prolongadas para recibir tratamiento en un hospital, Clele finalmente dejó de beber y fundó una sucursal de Alcohólicos Anónimos cerca de la ciudad de Tropic, Utah.
Sin embargo, para la consternación de su familia, él decidió pasar la mayor parte de sus domingos en casa mientras que su esposa e hijos asistían a la Iglesia. Mientras ellos adoraban a Dios a unas cuadras de la casa, Clele se sentaba solo en su silla favorita.
Entonces, en un domingo aparentemente ordinario, su vida cambió para siempre con un simple golpe en la puerta.
“Pase”, dijo Clele, y el nuevo obispo del barrio Cannonville, Utah entró en la sala de estar de la familia Fletcher haciendo historia.
Con la firmeza de un obispo justo, y con amor en su corazón y en sus ojos, dijo sin dudar: “Clele, te necesito. El Señor y yo queremos que sirvas como consejero en el obispado. Pero para hacerlo, tendrás que hacer algunos cambios. ¿Puedes hacer eso?”
Él lo hizo.
Antes de que terminara la visita, Clele derramó su alma y comenzó a comprender por primera vez que la Expiación no es simplemente una palabra en la Guía de Estudio para las Escrituras, era para él. El sacrificio del Salvador no fue sólo por los pecados que aparecen en los titulares de la noticias, sino por los alcohólicos, los sufren de depresión, los solitarios y por cualquier tipo de dolor pasado, presente o futuro.
Lo más importante es que descubrió que la Expiación no sólo lo sanaba, sino que curaba el dolor que había causado a quienes más amaba.
Clele sirvió valientemente como consejero y más tarde fue llamado como obispo. Después de su jubilación, cumplió una misión de proselitismo con su esposa en Alaska. Aún estando fuerte en el Evangelio, fueron llamados a otra misión en el Templo de St. George, Utah.
Continuó trabajando como obrero del templo hasta el día en que físicamente se le hizo imposible, a pesar de que su mente y cuerpo envejecido ciertamente no estuvieron de acuerdo con la fecha.
Hubo altibajos en el camino y la vida no estuvo exenta de dificultades, pero se mantuvo firme y mantuvo sus convenios sagrados. Quienes lo conocieron dicen que se reunió con su creador en paz y con humilde confianza. Yo diría lo mismo.
Clele Fletcher es mi abuelo.
Él es el noble padre de mi madre, y me siento honrado y agradecido de llevar a Fletcher como mi segundo nombre. También estoy agradecido por un buen obispo que, actuando por revelación y con las llaves del sacerdocio, tocó la puerta de mi abuelo y lo invitó a arrepentirse.
Me pregunto en dónde estaría mi mamá si el abuelo no hubiera aceptado la Expiación. ¿Qué hubiera sido de mis dos tías y dos tíos? ¿Qué hubiera sido de mi dulce abuela? ¿Qué hubiera sido de mí?
Son preguntas que no necesito responder. Porque ahora soy el nieto de un buen esposo, de un padre amoroso que fue perdonado, de un obispo justo y de un alcohólico rehabilitado.
Qué privilegio.
Este artículo fue escrito originalmente por Jason F. Wright y fue publicado originalmente por ldsliving.com bajo el título “A Knock on the Door That Changed the Life of a Recovering Alcoholic and Inactive Latter-day Saint”