La Iglesia de Jesucristo no es un museo de Santos, es un hospital para pecadores

“La Iglesia no es un museo para los santos, es un hospital para los pecadores”. ― Abigail Van Buren 

Gran parte de la teología estadounidense en el siglo XX provino de la columna de consejos, incluida la oración citada anteriormente. 

Aunque la frase se ha atribuido a San Agustín, San Juan Crisóstomo y muchos otros, su primer uso registrado ocurrió en la columna de consejos de “Dear Abby” en 1964.

“La iglesia no es un museo para los santos, es un hospital para los pecadores”. Imagen: Shutterstocl

Un día, una pareja que se calificaba como “pecadora” le escribió a Abby para decirle que habían estado viviendo juntos durante 25 años sin haberse casado y que no se sentían dignos de ir a la iglesia. 

A su petición, Abby contestó:

“El hecho de que estén preocupados por la forma en que han estado viviendo demuestra que son dignos. La iglesia no es un museo para santos, es un hospital para los pecadores”.

Lo que Jesús enseñó

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“Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. Imagen: Shutterstock

Aquella respuesta tendría lógica si viniera de Agustín o Crisóstomo porque el concepto proviene directamente de Jesús.

Cuando los fariseos vieron al Salvador comiendo con recaudadores de impuestos y pecadores, le preguntaron a Sus discípulos: “¿Por qué come vuestro Maestro con los publicanos y con los pecadores?”.

Jesús los escuchó y dijo: “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos” (Mateo 9:11-12).

Una respuesta mucho más larga ocurre en Lucas 7. En este pasaje, se invita a Jesús a comer con un fariseo llamado Simón.

Esto en sí es un evento poco común. La mayoría de las interacciones de Cristo con líderes religiosos ocurren en lugares públicos: las sinagogas, las esquinas de una calle, el mercado, etc.

Rara vez Jesús es invitado a la casa de un antagonista por lo que esta se convierte en una ocasión especial.

La mujer fue a la casa de Simón porque sabía que Jesús estará allí. “He is risen” de Jessie Khon

Cuando el Señor llega, vemos que uno de los otros invitados en la casa es una mujer que el texto describe simplemente como “una mujer que había sido pecadora en la ciudad” (Lucas 7: 37).

La mujer fue a la casa de Simón porque sabía que Jesús estará allí. Ella le lavó los pies con sus lágrimas, los seca con sus cabellos y le ungió los pies con perfume costoso (Lucas 7: 38).

La historia que sigue aparece en los cuatro evangelios y nunca de la misma manera:

  • En Mateo y Marcos, el anfitrión es Simón el leproso en lugar de Simón el fariseo, aunque ambos calificativos no son mutuamente exclusivos (Mateo 26:6-13; Marcos 14:3-9).
  • En Juan, la mujer es María Magdalena (Juan 12:1-8).
  • En los otros tres Evangelios, alguien, ya sea los otros invitados (Mateo), los discípulos (Marcos) o Judas Iscariote (Juan), le pregunta a Jesús por qué permite que la mujer lo unja con un aceite que podría venderse para darle el dinero a los necesitados.

El momento más significativo no está relacionado con el precio del perfume, sino con el estado pecaminoso de la mujer. “Washing Jesus’s Feet” por Brian Call.

Para Lucas, el momento más significativo no está relacionado con el precio del perfume, sino con el estado pecaminoso de la mujer.

Se nos dice desde el principio que es una pecadora, no sabemos qué pecado cometió, solo que la mayoría asume que tiene que ver con la castidad.

Lo importante aquí es que sus pecados son públicos. Ella no es solo una pecadora, es la pecadora que todos conocen, es tan conocida que “pecadora” se convierte en su principal característica.

Leemos que Simón dice para sí mismo, “Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora” (Lucas 7: 39).

La ironía aquí es increíble, ya que Simón malinterpreta todo lo que era relevante en esta situación.

A diferencia de Simón y todos los demás, Jesús se negó a tratarla en base a sus pecados públicos y conocidos por todos. “My Redeemer” por Del Parson

No era necesario ser un profeta para saber que la mujer era vista públicamente como una pecadora, Jesús es profeta porque sabía otras cosas de ella.

A diferencia de Simón y todos los demás, él se negó a tratarla en base a sus pecados públicos y conocidos por todos.

Mientras la mujer estaba tratando a Jesús con caridad y bondad, Él rápidamente discernió lo que estaba pensando Simón y le compartió una parábola.

“Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Simón, una cosa tengo que decirte. Y él dijo: Di, Maestro.

Un acreedor tenía dos deudores: Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de estos le amará más?

Y respondiendo Simón, dijo: Pienso que aquel a quien perdonó más. Y él le dijo: Rectamente has juzgado”. – Lucas 7: 40-43

Lo que más importa 

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El perdón de Dios es total, nuestro amor es total. Imagen: La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

La enseñanza que Simón extrajo de las palabras de Jesús no es el mensaje que debemos rescatar. 

En primer lugar, Simon no dio una respuesta correcta. Él solo “juzgó” basándose en su propia perspectiva, donde el amor y el perdón son transaccionales, es decir, que Dios nos perdona porque hacemos algo y, en consecuencia, lo amamos en proporción a la cantidad de perdón que recibimos.

Así funcionaba el Imperio Romano, pero NO es así como funciona el Reino de Dios. El perdón de Dios es total, nuestro amor es total. No hay una lista exacta que lleve la cuenta de todo lo malo o lo bueno.

Jesús también rechaza la suposición de Simón de que los pecados que se han dado a conocer públicamente (como los de la mujer) son peores que los pecados que solo se saben en privado y los pecados de omisión (como los pecados de Simón).

“Entonces, mirando a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos.

No me diste beso, pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite, pero ella ha ungido mis pies con perfume. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero al que se le perdona poco, poco ama”.

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Jesús le dice a Simón que todo lo que no hizo, su falta de amor y respeto, son tan graves como cualquier pecado que la mujer haya cometido. Imagen: Shutterstock

Observemos tanto la profundidad como la naturaleza radical de esta reprensión. Jesús le dice a Simón que todo lo que no hizo, su falta de amor y respeto, son tan graves como cualquier pecado que la mujer haya cometido, ya sea de castidad o de otro tipo.

Esto debería afectar fuertemente a las personas que ven el pecado sexual como “un pecado tan grave como el asesinato” y beber café como un acto espiritualmente descalificador, todo mientras ignoran su falta de amor y respeto por los demás porque tales cosas son más difíciles de incorporar en una medida objetiva de la dignidad.

Lucas también tiene mucho cuidado de no decir que Jesús perdona los pecados de la mujer, aunque esto es lo que los espectadores parecen asumir.

Jesús le dice a la mujer que sus pecados han sido perdonados y luego, despidiéndola, le dice “Tu fe te ha salvado; ve en paz”. 

La implicación aquí es que el amor que muestra la mujer y la confianza que tiene en Jesús son el centro de su relación con Dios.

Todos deben ser bienvenidos, así es como funcionan los hospitales. Yongsung Kim, “I will give you rest”

La relación es esencial y consecuente más que regulativa y transaccional. Ella no ama a Jesús porque perdona sus pecados, su amor y su fe son la base de su relación con Dios. Tal relación simplemente no permite que viva en los errores del pasado. Eso es lo que significa ver la Iglesia como un hospital y no como un museo.

La Iglesia es un lugar donde las personas que sólo saben cómo amarse a sí mismas, y a otras personas sólo como extensiones de sí mismas, pueden transformarse en personas que aman a Dios con todo su corazón y al prójimo como a sí mismas.

Para ello, la Iglesia no puede esconder a nadie o, peor aún, negarse a dejarlo pasar por la puerta.

No podemos hacer que las personas se sientan tan incómodas que elijan no entrar nunca a un centro de reuniones, ya sea por actos de omisión o, probablemente, reteniendo nuestro amor y amistad hasta que puedan alcanzar un tipo de estándar de dignidad arbitrario.

Lo cierto es que nadie puede cumplir con tales estándares de manera significativa. Todos deben ser bienvenidos, así es como funcionan los hospitales.

 

Traducido y adaptado al español de la página hermana de masfe.org : By common consent

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Comentarios
Ok
Poli Pérez Cruz
Exelente y edificante relato, con muchas verdades
Francisco perez cruz

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