Durante toda mi vida jamás imagine, ni se me cruzó la idea de servir una misión. Tenía metas y planes para toda mi vida, mis estudios ya los tenía planeados, hasta había sacado la cuenta de cuántos años tendría al recibirme como médica. Pero, siempre en mis planes hubo algo que faltaba, había algo que no encajaba y que por más que intentaba, no encontraba la razón.
Pasó el tiempo y surgió en mi mente y en mi corazón una duda, ese interés de saber que faltaba en mis planes, hasta que la pregunta se aclaró y fue “¿debo servir una misión?”, eso resonaba en mi mente todo el tiempo, me inquietaba no poder encontrar la respuesta.
Era una duda incesante
Durante un año entero busqué una respuesta a esa pregunta que tanto inquietaba mi corazón, a tal punto que me agobiaba, ya que no entendía porque no podía encontrar una respuesta. Fue hasta que leyendo el Libro de Mormón, en Alma, capítulo 48, versículo 17 que dice “Sí, en verdad, en verdad os digo que si todos los hombres, hubieran sido, y fueran y pudieran siempre ser como Moroni, he aquí, los poderes mismo del infierno se habrían sacudido para siempre; sí, el diablo jamás tendría poder sobre el corazón de los hijos de los hombres.”
La respuesta siempre llega
No es una escritura que hable específicamente sobre la misión, pero siempre he admirado al capitán Moroni, y al meditar sobre ellos me di cuenta, que él también fue un misionero, el defendió su religión, su familia y sus principios hasta el día de su muerte. Fue ahí cuando mi corazón sintió tanta paz y serenidad como nunca antes y puedo testificar de que sentí arder mi pecho al darme cuenta de que sí debía servir como misionera del Señor, debía ir a donde Él me necesitase para poder traer Sus hijos de vuelta al camino a casa, que debía prepararme para ser su representante para llevar Su Evangelio a aquellos que lo necesitan.
La razón por la que iré a una misión
Y esa es la razón por la que serviré como misionera de tiempo completo de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, esa es mi misión, ser el instrumento en sus manos para llevarlos a la verdadera felicidad. Invito a todos los jóvenes y jovencitas que están leyendo esto, que oren y pregunten al respecto.
¿He tenido dudas de mi decisión? Nunca. Porque mi Salvador ha estado conmigo en cada paso, en cada prueba, en cada llanto y sonrisa, por medio de una persona, de una escritura, de una oración. Él siempre está y estará allí, como nos ha prometido. Hagan la prueba, oren, sientan por ustedes mismos.
“Con todo lo que hay que hacer en el sendero a la vida eterna, necesitamos muchos misioneros más que abran esa puerta y ayuden a las personas a pasar por ella”.
—Jeffrey R. Holland