Un relevo honorable es lo que todo miembro de la Iglesia espera cuando un(a) joven decide tomar sus maletas e ir a la misión. Claramente, esto no sucede de la noche a la mañana, sino hasta 24 meses después (o 18 en el caso de las mujeres) de que se ha apartado a un misionero para servir de tiempo completo. Durante la misión, el misionero dejará a un lado su propia vida para consagrarla al servicio de Dios.
Muchas personas conocen a los Élderes o Hermanas y, cuando hablan con ellos, ni siquiera imaginan la situación real en la que se encuentran, sino que suponen que viven como cualquier otro joven “normal”, y que simplemente están prestando un servicio más. Pero, cuando llegamos a conocer realmente la vida que los misioneros llevan, podemos entender que es un cambio bastante drástico, tanto al llegar al campo misional como cuando llega el momento de regresar a casa.
Ser un buen ex misionero
El título de ex misionero conlleva cierta responsabilidad, ya que todos esperan que, si alguien ha servido una misión, se mantenga con ese mismo espíritu durante toda su vida.
En su discurso dado en la conferencia general de octubre de 2001, el Élder L. Tom Perry dijo: “Lo que necesitamos es un ejército real de ex misioneros, alistados de nuevo en el servicio. Aunque no llevarían la placa de misionero regular, podrían tener la misma resolución y determinación de llevar la luz del Evangelio a un mundo al que le cuesta encontrar su camino.”
A lo largo de este mismo discurso (El ex misionero, octubre 2001), podemos apreciar realmente el deseo que los misioneros tienen de seguir con las prácticas que realizaban al estar en el campo misional, lo que incluye la oración constante, el estudio de las Escrituras y el predicar el Evangelio.
Esto no es muy difícil de entender, ya que el conjunto de estas prácticas nos permite estar más cerca de nuestro Padre Celestial, lo que nos ayuda a tener una paz y gozo constante en nuestras vidas.
Bendiciones prometidas
Bien sabemos que hay numerosas escrituras, discursos y también ideas que las personas tienen acerca de las maravillosas bendiciones que le esperan a las personas y a la familia de quienes han servido una misión. Muchos han testificado algo similar a “mi familia no era miembro… cuando regresé, ¡ellos accedieron a bautizarse!”
Todo este conjunto forma grandes expectativas en los misioneros, pensando que todos sus planes se cumplirán al pie de la letra, y que recibirán en abundancia las bendiciones que les permitirán tener el progreso que habían estado esperando. A veces creemos que, al regresar del campo misional, la guerra ha acabado… pero no es así, sino que es el momento preciso en el que estará la oposición, buscando derribar a ese recién relevado representante de Cristo.
Siempre hay oposición
Esto no quiere decir que deben esperar lo peor, y que todos los planes se derrumbarán, o que no podrán probar del gozo que trae el haber prestado este gran servicio, sino que debemos tener presente que nuestros misioneros se enfrentarán a grandes pruebas por las que tienen que pasar para continuar con su progreso, y lo harán en un ambiente muy diferente, sin la ayuda divina tan explícitamente al lado de ellos, y sin el apoyo de ese compañero al que se han acostumbrado.
Algunas de las pruebas que ellos pasen, incluso serán a causa de decisiones que nosotros hayamos tomado y que, de un modo u otro, les afecten en su vida. Los que se encuentran de este lado han estado expuestos a la oposición por un tiempo más prolongado que los que están dentro del campo misional.
Aunque sea difícil mantener el mismo nivel espiritual, debe procurarse una edificación constante que permita progresar de un modo similar al que nuestro misionero lo está haciendo en el campo.
Cuando él o ella regrese, estará esperando mucho de su familia, de sus amigos, de la Iglesia… estará esperando mucho de todo, incluso de sí mismo, pero no necesariamente serán cumplidas esas expectativas. Por ello, es que debemos procurar mantenernos fieles y dignos a su llegada, fortaleciéndonos lo más posible, y así ser un apoyo en ese proceso de regresar a casa, y reflejar en nuestro semblante que estamos listos para enfrentar con ellos todo lo que esté por delante.
No olvidar sus experiencias espirituales
Lo más importante es recordar constantemente que, durante ese tiempo de servicio, han adquirido y fortalecido su testimonio del Salvador, y en cualquier prueba, Él puede ser su fortaleza y consuelo. Tal como el Élder Holland dijo en un discurso en abril del 2012: “No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo e la infinita luz de la expiación de Cristo”.
Este artículo fue escrito por Rebeca Pacheco para mormonsud.org