En uno de sus videos más recientes, un joven misionero retornado compartió una reflexión que ha resonado con miles de personas que alguna vez han servido.
Habló de un problema que no esperaba, uno que apareció justo después de quitarse la placa: el desorden silencioso que queda cuando la misión termina.
Durante dos años vivió con cada minuto ocupado, cada día marcado por metas claras y un propósito constante. Sabía exactamente cuándo estudiar, cuándo servir, cuándo comer y cuándo dormir.

Pero al volver a casa, se encontró con algo que jamás había tenido: 24 horas completamente libres. Y ese cambio lo golpeó más fuerte de lo que imaginó.
Contó que, sin una agenda establecida, empezó a moverse entre dos extremos. A veces sentía que si no estaba haciendo algo productivo, era inútil.
En otras ocasiones, intentaba avanzar en mil cosas a la vez, con una velocidad imposible de sostener. Un día tenía demasiada ambición y muy poco tiempo; al siguiente, demasiado tiempo y muy poca ambición.
Para explicar lo que estaba viviendo, recordó una enseñanza que recibió en la misión. Su líder le recordaba:
“Hay dos misioneros:El que hace lo mínimo y nunca se esfuerza, y el que está ocupado todo el día pero tampoco obtiene resultados”.

Luego les preguntaron: ¿en qué extremo está Jesucristo?
La respuesta era evidente: en ninguno.
Según explicó, Cristo representa un punto medio donde uno hace lo mejor que puede, trabaja con enfoque real y además confía en que Dios puede magnificar lo que uno ofrece. No se trata de agotarse ni de conformarse; se trata de equilibrio.
Y es justamente ese equilibrio el que él siente que perdió al volver a casa.

En el video reconoce con honestidad que está “atrapado en uno de los dos extremos en los que Cristo no está”. Por eso, su pregunta ahora es distinta a las que se hacía en la misión: ¿cómo encontrar ese punto medio cuando ya no existe una agenda de misionero?
Mientras habla, deja ver algo valioso: que ese desequilibrio no es fracaso, sino transición. Que el propósito no desaparece cuando se apaga la alarma de las 6:30, sino que necesita ser reconstruido con paciencia, humildad y autocompasión. Y que tal vez el nuevo acto de fe no está en llenar la agenda, sino en aprender a vivir sin una.
Finalmente, es un importante recordar que Cristo nunca trabajó impulsado por la prisa ni por la culpa. Su ritmo era constante, amoroso, enfocado. Y encontrar ese ritmo en la vida diaria, ahora sin placa, sin agenda y sin zonas de prosélito, puede ser el siguiente gran acto de discipulado de cualquier misionero retornado.
Recursos: Tik Tok
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