Este domingo, la imagen de un joven misionero entrando al salón sacramental con botas de lluvia llamó la atención de varios Santos de los Últimos Días.

El presidente Ramos, lider del élder en la foto, explicó que el día anterior, mientras este misionero y su compañero salían a enseñar, fueron sorprendidos por una intensa lluvia. Las calles se llenaron de agua y sus ropas terminaron completamente empapadas. Sus zapatos, inutilizables, quedaron fuera de servicio. Pero ellos no se detuvieron. 

Continuaron enseñando, tocando puertas y compartiendo su testimonio bajo la lluvia. Al día siguiente, sin tiempo para que sus zapatos se secaran, simplemente se puso sus botas de lluvia y fue a la capilla.

Podría parecer un gesto menor, pero dice mucho. Es un símbolo de lo que significa ser discípulo de Jesucristo en tiempos modernos: estar dispuesto a seguir adelante, incluso cuando es incómodo, incluso cuando llueve, incluso cuando los zapatos están mojados.
La imagen de sus botas, cubiertas de gotas secas y algo de barro, me hizo pensar en las palabras del profeta Isaías: 

“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas!” (Isaías 52:7).

 Esos pies —cansados, mojados, a veces heridos— son los que llevan paz, esperanza y redención a los hogares. Hoy, en nuestras ciudades, no cruzan desiertos ni montañas, pero caminan entre charcos, baches, ruido y dudas. Y lo hacen con una sonrisa.

Estos misioneros, como miles más alrededor del mundo, no solo están compartiendo un mensaje. Están viviendo un evangelio que se encarna en cada paso que dan. Son testimonio vivo de que el amor por Cristo y Su obra trasciende las dificultades del clima, el cansancio o el rechazo.

En cada gota que empapó su ropa había una oportunidad para demostrar que la fe no es cómoda, pero sí poderosa. En cada paso bajo la lluvia había un recordatorio: el evangelio no se predica solo con palabras, sino con constancia. Y en cada hogar que tocaron, mojados pero decididos, llevaron algo más que lecciones. Llevaron esperanza.

Imagen: Facebook

Hoy, más que nunca, damos gracias por nuestros misioneros. Por su valentía, por su entrega, por su capacidad de ver más allá del mal tiempo y enfocarse en lo eterno.

 Ellos no solo nos enseñan el evangelio, nos muestran cómo vivirlo. Nos recuerdan que el servicio verdadero no espera que todo esté perfecto para empezar a actuar.

Ojalá todos podamos caminar así por la vida. Con botas de lluvia si hace falta, pero con el corazón encendido. Que podamos enfrentar nuestras propias tormentas con la misma fe, recordando que nada —ni el frío, ni el viento, ni las dificultades— puede detener a alguien que camina con el Salvador.

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