Puede que hayas escuchado la frase: “hay que dejarlos hundirse o nadar”, como si la única forma de aprender a liderar fuera equivocándose a lo grande. Pero esa no es la manera en que funciona el liderazgo en los programas de Mujeres Jóvenes o del Sacerdocio Aarónico.
La Presidencia General de las Mujeres Jóvenes fue clara al decir que los líderes adultos no están para mirar desde lejos, sino para acompañar, apoyar y guiar. No se trata de soltarlos y ver qué pasa, sino de ser parte del proceso mientras ellos crecen.

Nuestro rol: ser el equipo de apoyo, no los protagonistas
En la Guía para padres y líderes, las palabras:
“Apoyar. Preparar. Ministrar. Servir. Animar. Conocer. Orar. Ayudar.”
Resumen exactamente lo que deberíamos estar haciendo como líderes adultos. Imagínalo como enseñar a alguien a montar bicicleta. No le das la bici sin ruedas en Navidad y cruzas los dedos para que aprenda solo. Corres a su lado, lo ayudas a mantener el equilibrio, lo motivas y poco a poco, cuando está listo, lo sueltas y celebra su primer paseo solo.
Lo mismo pasa en la Iglesia. Acompañamos a los jóvenes hasta que ellos mismos pueden llevar el ritmo.
Conocer a los jóvenes lo cambia todo

Cuando realmente conoces a tus jóvenes, las decisiones sobre quién enseña o lidera no se toman por turnos, sino por inspiración. En lugar de repartir lecciones al azar, puedes preguntar: “¿Quién crees que podría enseñar esta lección?” Tal vez no sea uno de los jóvenes del presidencia, sino una asesora, un miembro del barrio o incluso alguien nuevo que necesita participar.
Y también puedes decirles: “Necesitamos reunir a estos jóvenes. ¿Quién crees tú que debería enseñar esta clase?”
Ellos tienen ese don especial de conectar con los demás.
Ellos saben cómo reunir a otros
El presidente Russell M. Nelson dijo que los jóvenes tienen un don especial para invitar y compartir lo que creen. No los estamos pidiendo que lideren actividades porque no tengamos a quién más pedirle, sino porque ellos saben qué va a funcionar. Ellos conocen a sus amigos. Ellos saben qué tipo de actividad los puede acercar.

Un buen líder puede decir: “Tú organizaste esta actividad genial, pero tienes partido de fútbol justo antes. ¿Qué necesitas para que todo esté listo cuando llegues?” Y también: “Esta semana tienes exámenes. Ve a estudiar temprano. Nosotros nos encargamos de limpiar.”
Ese es el trabajo del líder: hacer que el joven tenga éxito, no estrés.
El equilibrio correcto lleva al crecimiento
Cuando dejamos que los jóvenes lideren, pero estamos ahí para guiarlos con sabiduría, ellos aprenden a hacerlo por sí mismos. A los 18, ya pueden ser líderes independientes porque planean, enseñan y organizan por su cuenta. Pero llegar ahí requiere tiempo, práctica y apoyo constante.
| A los jóvenes: confiamos en ustedes. Sabemos lo creativos, inclusivos y capaces que son. Sabemos que tienen mucho en su vida: estudios, trabajo, deportes, pero aun así los necesitamos. |
| Y a quienes han sido llamados como presidencias: su llamamiento no es solo simbólico. Tienen una responsabilidad real en la dirección del programa, junto con los adultos que también han sido apartados. |
Cuando trabajamos juntos, crecemos juntos
Todos recordamos a esa líder o ese líder que creyó en nosotros cuando éramos adolescentes. Tú puedes ser esa persona para alguien hoy. Y tú, joven, puedes llegar a ser esa inspiración para alguien mañana.
El liderazgo no es soltar, es acompañar. Y cuando eso pasa, la Iglesia se convierte en un lugar donde todos crecen, encuentran pertenencia y aprenden a brillar.
Fuente: Church News
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