Debido a mi relación con la Iglesia y mi consultorio clínico, muchas personas me han confiado que sienten que simplemente no encajan con la cultura de la Iglesia.
Los motivos de ese sentimiento varían entre percepciones personales, orientación sexual, estado civil, problemas financieros, antecedentes culturales, edad y posición social en la vida, solo por nombrar algunos.
Al escuchar estas diversas preocupaciones, todas muy válidas para la persona que las experimenta, me di cuenta de que para la mayoría de nosotros no encajar se reduce a la necesidad básica humana de sentirse querido y amado.
También sé que la necesidad de amor es una vía de doble sentido.
En la actualidad, en este mundo moderno donde se celebran las etiquetas y la individualidad, es muy importante que recordemos y actuemos sobre la verdad que todos necesitamos para sentirnos amados y relacionados, fundamentalmente a nivel biológico, neurológico y espiritual; lo cual nos permite ser uno.
Independientemente de las diferencias percibidas y la belleza de cada persona, todos necesitamos una conexión humana para progresar en los diversos aspectos de nuestras vidas.
Piensa por un momento cuan maravilloso es cuando entras a una reunión, que queda cruzando la calle, tocas una puerta, o entras a un salón y alguien te llama por tu nombre, te abraza y luego, con sinceridad y empatía te pregunta cómo estás y te permite saber cuán bonito es verte.
Con demasiada frecuencia, como grupo o cultura, tendemos a entrar y tomar un asiento, sin hablar con nadie, giramos en torno a aquellos que conocemos y con los que nos sentimos cómodos, o nos alejamos de la persona con la que pensamos falsamente que no podríamos tener nada en común o no estamos seguros de qué decir.
En casos muy tristes, pensamos que no podemos relacionarnos con personas de diferentes clases socioeconómicas u orientación sexual.
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Así mismo, podemos decidir que somos tan diferentes que nadie nos quiere, por lo que podemos entrar a una reunión con un mensaje de lenguaje corporal muy claro: “No me hables, déjame solo”. Luego, nos enojamos y nos preguntamos, “¿Por qué estoy tan solo?”
Este mundo probablemente desea que veamos a las personas o incluso, a nosotros mismos, como seres unidimensionales. Sin embargo, como hijos de nuestro Padre Celestial somos de dimensiones eternas.
Como una miembro soltera de la Iglesia, disfruto la relación con mis amigos casados, mis amigos solteros, mis amigos de diferente orientación sexual y mis amigos más jóvenes.
Cada una de estas personas ha bendecido y bendice mi vida. De cada una de ellas he aprendido grandes lecciones.
De aquellos que están solteros, disfruto escuchar los problemas complejos de intentar navegar por el mundo y, a veces, la cultura de la Iglesia, que sienten que se dirige más hacia los casados. Me encanta escuchar sobre los viajes divertidos que planean, su trabajo, sus familias, sus ilusiones y sus pruebas.
De mis amigos que se identifican como personas de una orientación sexual diferente a la mía, aprendo sobre las elecciones de la vida, sus aventuras, su trabajo, sus pruebas, sus esperanzas, sus sueños y todo lo bueno que están intentando hacer en este mundo así como sus pruebas emocionales para equilibrar las enseñanzas de la Iglesia y la orientación sexual.
De mis amigos casados, escucho sobre niños, pruebas matrimoniales, esperanzas, temores, etc. Estas conversaciones siempre me recuerdan al final que sí, somos diferentes. Sin embargo, buscamos las mismas cosas de muchas maneras: conocer el amor, ser amado, amar y acercarnos más a nuestro Padre Celestial y Jesucristo.
De este modo, animo a todos a cruzar la habitación, la calle o una puerta y hablar con aquellos que están a su alrededor sin importar lo que se pueda percibir como una diferencia, es probable que hagas un amigo eterno.
Invita a un miembro de barrio que tiene una orientación sexual diferente a realizar alguna actividad de su preferencia. Invita a ese miembro soltero a una noche de hogar o que te acompañe en un buen y antiguo juego de mesa familiar.
Invita a una familia que no conozcas a una parrilla en el patio. Adopta a un miembro mayor de tu barrio como un consejero sabio. No se necesita mucho para arreglar las diferencias y hacer que los demás se sientan queridos y amados. Requiere que actúes.
A medida que me he tomado el tiempo de conocer a aquellos que me rodean e incluso, a completos extraños, me di cuenta de que ya no los veo en este o ese grupo de identidad, sino como mis amigos que pueden tener pruebas similares o diferentes a las mías pero que están intentado hacer lo mejor que pueden, independientemente de ser activos o inactivos en la Iglesia.
De hecho, algunas de las experiencias más impactantes de ministración que experimenté en mi vida, provienen de aquellos de quienes el mundo diría que no encajan en el molde de la Iglesia. Sin embargo, sabemos que todos encajan en el molde de nuestro Padre Celestial a medida que nos esforzamos para ser fieles a nuestros principios eternos.
A fin de ayudar a todos a sentirse amados y valiosos, es importante que regresemos a la realidad de la conexión y contacto humano. Necesitamos sentir que nos valoran. Necesitamos ser amados.
Mi investigación clínica indica que necesitamos ocho abrazos al día, cada uno de ocho segundos, solo para estar emocionalmente estables. Cuán maravilloso sería si todos pudiéramos recibir y compartir la belleza de la conexión y el contacto humano con aquellos que nos encontremos, sin importar las etiquetas o los caminos.
Artículo originalmente escrito por Christy Kane y publicado en ldsliving.com con el título “When Members Feel They Don’t Belong at Church: Family Counselor Shares Powerful Insights on Embracing One Another.”