Hay un pasaje de las Escrituras que despierta diversas preguntas entre los Santos de los Últimos Días.
Se trata de un versículo en la Perla del Gran Precio sobre la Tierra, que nos invita a reflexionar sobre las razones de nuestra existencia en este mundo en particular.
Ya que, según Moisés 7:36, la Tierra es el lugar más cruel entre todos mundos:
“Puedo extender mis manos y abarcar todas las creaciones que he hecho; y mi ojo las puede traspasar también, y de entre toda la obra de mis manos jamás ha habido tan grande iniquidad como entre tus hermanos”.
A partir de esta revelación a Enoc, surge una interesante pregunta: ¿fuimos enviados a esta Tierra porque no éramos tan justos como las personas de otros planetas?
Potencial de crecimiento
Esta cruda declaración resalta los desafíos singulares que enfrenta la humanidad y la profunda necesidad de la Expiación del Salvador en este mundo.
La noción de que la Tierra es el “lugar más inicuo” no implica que quienes la habitan sean menos justos que los seres de otros planetas. Por el contrario, destaca el potencial para un gran crecimiento en medio de pruebas y tribulaciones significativas.
Aunque somos testigos diarios de la maldad que abunda en la Tierra, algunos de los espíritus más justos habitan en este mundo. Una aparente contradicción que Lehi explicó:
“Porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas” (2 Nefi 2:11).
Este principio sugiere que la rectitud existe junto con la maldad, lo que indica un equilibrio que nos permite tomar decisiones. Sí, el balance entre el bien y el mal nos da acceso al preciado don del albedrío.
Así, la doctrina del albedrío desempeña un papel crucial para comprender nuestra existencia. En Abraham 3:24-28, por ejemplo, aprendemos que todos los espíritus tienen albedrío para seguir el plan de Dios.
Este don, entonces, es fundamental para nuestra experiencia mortal, ya que nos convierte en agentes de las decisiones que nos van a conducir al crecimiento y al aprendizaje.
Tu origen no determina tu destino
El concepto de albedrío también significa que nuestra rectitud no está predeterminada por nuestros orígenes, sino que se cultiva a través de nuestras acciones en esta vida. Y, por supuesto, gracias a la Expiación de Jesucristo.
El sacrificio de nuestro Salvador proporciona un camino para la redención, permitiendo que todas las almas, independientemente de su pasado, tengan la oportunidad de regresar a la presencia de Dios.
Nuestra experiencia terrenal, de hecho, es trascendental en nuestra preparación para regresar al hogar celestial con nuestro Padre Eterno y Su Unigénito. Así lo explicó Alma hijo:
“Al hombre le fue concedido un tiempo de probación, un tiempo para arrepentirse y servir a Dios” (Alma 42:4).
Los desafíos y las pruebas que enfrentamos son parte integral de nuestro progreso espiritual. Nos brindan oportunidades de aprender, arrepentirnos y crecer, lo que solidifica aun más nuestro compromiso con el plan de Dios.
Las experiencias que atravesamos tienen el propósito de refinarnos y ayudarnos a desarrollar nuestra fe y carácter. La idea de que estamos aquí para aprender y crecer es un pensamiento reconfortante que sugiere que nuestro tiempo en la Tierra cumple un propósito mayor en nuestro progreso eterno.
Por lo tanto, nuestra existencia en este mundo no debe considerarse un castigo o penitencia por lo que ocurrió antes de esta vida; en cambio, como un maravilloso privilegio de demostrar nuestra fidelidad al Padre, incluso entre la más cruel iniquidad.
Fuente: Ask Gramps
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