En una ocasión, José Frías (nombre cambiado), se encontraba en una reunión a la cual fue invitado. Entre los presentes se inició una discusión en la que aseguraban que los mormones eran personas ricas y que en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días solo se aceptaban adinerados en su congregación.
La oportunidad se presentó para que José interviniera y pudo manifestar a los presentes que estaban equivocados, pues él era una persona como todos los que estaban allí, sin grandes cuentas bancarias ni ostentoso estilo de vida.
Explicó José que desde niño había conocido la Iglesia y sus padres se habían bautizado, también, siendo jóvenes y creciendo en la fe comprendieron el valor de la familia, el trabajo y la autosuficiencia, tanto espiritual como temporal.
Este Santo de los Últimos Días explicó a sus amigos que los mormones, desde la Restauración del Evangelio en el siglo XIX por medio del profeta José Smith, habían comprendido que el trabajo y la buena administración de sus recursos formaban parte del mandato divino de bienestar familiar y colectivo.
Así como José Frías, muchos miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días han tenido que escuchar la idea generalizada que asegura que los mormones son ricos y que en sus congregaciones solo se aceptan personas con condiciones socio-económicas elevadas.
Sin embargo, la realidad es que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días no restringe o da acceso y participación a personas por su situación económica o social. De hecho todos los hijos de Dios son invitados a venir a Cristo y a perfeccionarse en Él, absteniéndose de toda impiedad y amando a Dios con toda su alma, fuerza y mente, tal como lo invita El Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo en Moroni capítulo 10 versículo 32.
En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días hay personas con situaciones económicas diversas, cada uno según su propia realidad. Hay quienes tienen mucho dinero y hay quienes no. Sin embargo, eso no hace la diferencia, los mormones todos son hijos de Dios y hermanos de la misma fe.
La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es una iglesia de revelación. En ella, las verdades eternas e incluso los llamados al servicio eclesiástico no dependen de una posición económica o social. Un líder llamado por Dios puede ser adinerado o puede no serlo, puede ser muy estudiado en lo secular o no; pero sí debe ser digno y fiel a Nuestro Padre Celestial.
Por otro lado, el servicio eclesiástico que se efectúa para la Obra de Salvación no es remunerada. Los Obispos mormones y sus líderes auxiliares no reciben dinero por el tiempo y trabajo dedicado al prójimo en la Iglesia.
Los miembros de la Iglesia cada domingo consignan sus diezmos y ofrendas, pero estos recursos no van a la cuenta personal de algún líder o miembro. En La Iglesia de Jesucristo nadie se enriquece por este medio.
Los recursos donados por la membresía se administran de manera tal que la Obra de Salvación logra avanzar de manera firme y de acuerdo con los tiempos. Los miembros aportan sus diezmos con amor y fe al igual que las ofrendas de ayuno. Cada uno de estos ingresos se administran en los centros locales, actividades de las organizaciones auxiliares, construcción de capillas, templos, impresión de libros y manuales, entre otros.
Algunos se preguntarán con respecto a la condición de aquellos que como mormones fieles también han logrado alcanzar niveles económicos elevados y si está bien o no el tener dinero. Al respecto, La Revista Liahona de abril de 2002, en la sección Preguntas y Respuestas afirma que: “Ser rico no es moralmente incorrecto; el peligro, como repetidamente se recalca en el Libro de Mormón, estriba en que cuando la gente se hace rica, a veces se olvida del Señor y de Sus mandamientos”.
En términos generales solo se puede afirmar que los mormones son millonarios en bendiciones y en felicidad. Sus vidas giran en torno a Jesucristo y Su Iglesia. Cada Santo de los Últimos Días sabe de las verdades eternas que le permitirá retornar a la Presencia de su Padre Celestial, siendo coheredero con Jesucristo en el Reino de Dios. Solo deben ser obedientes a los mandamientos, doctrinas y principios de Dios y perseverar hasta el fin.