En 1983, el joven misionero Scott Lieber servía en la pequeña nación de Palau, en el Pacífico occidental. Como parte de su servicio comunitario, ayudaba a organizar a los Boy Scouts en la isla.
Un día, al regresar de una actividad de primeros auxilios, él y sus compañeros se toparon con una escena dramática: una embarcación se había volcado cerca del causeway que conecta Koror con Meyuns. En el agua flotaban un hombre, una mujer y una niña inconsciente.
Sin pensarlo, los misioneros saltaron desde la carretera hacia el océano. Uno de ellos logró sacar al hombre, otro rescató a la mujer, y Scott llevó a la orilla a la pequeña que no respondía.

Con urgencia comenzaron a aplicarle reanimación cardiopulmonar mientras esperaban la llegada de los paramédicos. Más tarde, esa misma noche, visitaron a la niña en el hospital y comprobaron que estaba con vida, aunque inconsciente.
Aquella experiencia quedó grabada en la memoria de Scott, pero con un final incompleto. Nunca volvió a saber qué sucedió con la niña. La duda lo acompañó durante más de cuatro décadas, como una historia abierta que parecía destinada a quedar sin respuesta.
Un reencuentro que desafía el tiempo

Cuarenta años más tarde, Scott regresó a Palau junto a su esposa Kristin para servir como misioneros mayores. Desde el primer día sintieron que aquella asignación era especial, como un círculo que se cerraba en sus vidas.
Durante meses trabajaron con la rama local y conocieron a viejos amigos, siempre con la esperanza silenciosa de cruzarse con la niña del accidente.
Esa oportunidad llegó de manera inesperada, apenas dos días antes de volver a casa. En un pequeño acto con ex Scouts y autoridades locales, Scott relató la historia del rescate. Entonces, alguien comentó que conocía a la persona a la que se refería.

Minutos después, una mujer entró a la sala, escuchó atentamente y rompió en llanto:
“Esa era yo”.
Su nombre era Shielly Oilouch. Conmovida, abrazó al hombre que la había rescatado décadas atrás y le susurró:
“Gracias por salvarme la vida”.
La emoción fue tal que todos los presentes reconocieron que no era una simple coincidencia, sino un momento preparado desde lo alto.
Días después, Shielly asistió a la Iglesia junto a su familia y presentó a los Lieber con su hermano, Raynold Oilouch, actual vicepresidente de Palau. Él agradeció profundamente al misionero por salvar la vida de su hermana, un hecho que había marcado a toda la familia.
Para los Lieber, el encuentro fue una “colisión celestial”: una confirmación de que los actos de servicio pueden trascender el tiempo y que, incluso décadas después, Dios puede orquestar un reencuentro para mostrar que ninguna buena acción se pierde.
Fuente: Church News
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