Durante las últimas semanas, me he preocupado, me he estresado y he hablado de escribir esta historia varias veces. Hay algunas cosas tan personalmente espirituales que no quieres que sean sometidas a la crítica, los “trolls” o la trivialización del mundo en línea.
Pero cada vez que me he sentado a mi computadora o he intentado quedarme dormida esta semana, esta historia viene a mi mente.
Yo no soy el tipo de persona que recibe revelación personal como un rayo de luz.
No me despierto con epifanías, nunca he tenido una visión, no tengo sueños que me digan qué hacer, y nunca he oído voces que me guían-salvo dos veces en mi vida. Esas dos veces, el Salvador me habló las mismas seis palabras.
La primera vez fue cuando recibí mi bendición patriarcal a los 16. El patriarca me hablaba de un momento en la vida premortal, de la que todos fuimos testigos, el momento en que nuestro Salvador se ofreció a sí mismo como un sacrificio por nosotros. El patriarca dijo:
“Oíste a Jesucristo, el Hijo primogénito de Dios, ofreciéndose a sí mismo como el sacrificio para expiar los pecados y las faltas de la humanidad. Sabías que para Él hacer esto le causaría un terrible dolor y sufrimiento, y lo amabas profundamente, ese amor volverá a crecer en tu corazón”.
En ese momento, una voz distinta habló directamente a mi mente, bloqueando todo lo demás y llenándome completamente de quietud y paz. La voz dijo: “Yo te conozco”. Luego, repetía una y otra vez: “Tú me conoces”.
Sabía que en ese momento era mi Salvador hablándome, aunque no con palabras. Podía sentir su amor instantáneamente envolviéndome, y era como si pudiera vislumbrar un poquito de lo que podría ser estar con Él en el otro mundo.
Aunque ese fue el momento más motivador y poderoso de mi vida hasta ese momento, yo era una adolescente en ese momento y la vida, la autoconciencia, la escuela, los planes y el trabajo me hacían olvidar a menudo ese mensaje. Recordaría de vez en cuando cuando leía mi bendición patriarcal, pero a menudo el significado se desvanecía a medida que la vida continuaba.
Entonces sucedió algo que garantizó que nunca olvidaría esas palabras y esa sensación.
El día en que entré por primera vez en el templo, al recibir la ordenanza, volví a oír esa misma voz, diciendo exactamente las mismas palabras, trayendo el mismo sentimiento incontenible de amor y luz: “Yo te conozco. Tú me conoces”. En un instante comprendí que aquellas palabras abarcaban todo lo que importa en esta vida.
Esa frase es el centro de mi testimonio. Esas seis palabras son las únicas verdades del evangelio que conozco sin ni una pregunta, complicación o duda. Y me he dado cuenta, de que eso es todo lo que necesito. Creo que puede ser la razón por la que son las únicas seis palabras que he recibido como revelación personal de una manera tan profunda. Con todas las buenas intenciones y los deseos bien intencionados que tan a menudo me distraen del núcleo del evangelio, nuestro Padre Celestial y mi Salvador, se que necesito esas palabras para mantenerme en el camino. Ellos saben que necesito esas palabras para bloquear la confusión y la duda. Ellos saben que necesito esas palabras para sentir y recordar Su amor, sin importar qué.
Y aunque esta experiencia fue algo profundamente personal para mí, sé que esas seis palabras se aplican a ti también. El Padre Celestial y Jesucristo te conocen. Ellos te aman. Y si sólo pudieran vislumbrar el velo y recordar, se darían cuenta de que los conocen y los aman también.
Y eso es todo lo que realmente importa.
Este artículo fue escrito originalmente por Danielle B. Wagner y fue publicado en ldsliving.com, con el título 6 Words the Savior Spoke to Me My First Time in the Temple Español © 2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | English © 2017 LDS Living, A Division of Deseret Book Company