El siguiente artículo está basado en la historia de Yuri Franca, de Pinhais, Paraná, Brasil.
Una de las cosas que más hice después de bautizarme en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días fue orar.
Siempre fui muy religioso, pero no asistía a ninguna iglesia, y aun así la oración siempre fue parte de mi vida.
Serví como misionero en la Misión Río de Janeiro Norte de febrero de 1999 a diciembre de 2000, y fue ahí donde pude sentir cuan grande es el poder de la oración.
Solo o en compañía, con mi compañero de misión o las familias que enseñábamos, sentía cómo los cielos se abrían y me comunicaba en corazón abierto con Dios. Era algo simplemente milagroso.
Podría compartir muchas experiencias sobre la oración en mi vida y los milagros que recibía cuando los cielos se abrían, pero pocas experiencias se comparan con lo que viví recientemente.
Mi trabajo
Mi profesión me exige viajar a diferentes ciudades y países.
Tengo una empresa que instala equipos modernos de tecnología en operadoras telefónicas y desinstala equipos en la cima de las torres de transmisión.
Al comienzo de mi carrera, mi esposa Claudia y mis hijos – Pedro, Luiza y Arthur – me acompañaban en los viajes.
Conseguimos visitar cuatro estados de Brasil y viajamos al extranjero, visitamos Paraguay y Argentina; ahí, hicimos innumerables amistades.
Tuve el privilegio de visitar 11 templos alrededor de Brasil y Europa, conocí los lugares en construcción de tres templos anunciados por el presidente Nelson, y siempre que puedo hago lo posible para estar cerca de aquellos edificios sagrados.
Con el pasar de los años, comencé a viajar con mis colegas de la empresa y algunos trabajadores. Por eso, siempre aprovecho los viajes que hago en carro para orar por varias cosas.
A veces agradezco, otras veces pido, y muchas veces reclamo y cuestiono la razón de muchas cosas.
Una sorpresa inesperada
Durante algunos años, luché para conseguir un contrato directo con una empresa con la que me gusta mucho trabajar.
Después de algunas negociaciones, se decidió que sería responsable del estado brasileño de Espírito Santo, exactamente el mismo lugar donde comencé mi misión.
Estaba tan emocionado de reencontrarme con viejos amigos, pero en el segundo día de trabajo, mientras inspeccionaba una torre de transmisión, empecé a descender 30 metros de longitud y me di cuenta de que uno de mis equipos de seguridad estaba fallando.
Traté de tomar otro dispositivo para estar mejor asegurado y protegido, cuando de repente empecé a caer, me encontraba a 12 metros del suelo.
Aun con el equipo atado al cable de acero, me quedé suspendido, pero lúcido. Eso me hizo pensar que todavía estaba vivo, pero luego empezaron los dolores.
Me di cuenta de que me había roto la pierna derecha y el pie izquierdo.
El Señor envió ángeles
Estaba muy preocupado y afligido, pero el Señor envió ángeles para consolarme. Entre las personas que llegaron hasta el lugar del accidente, estaba un hombre que se me acercó y me dijo:
“Hermano, no se preocupe, va a estar bien, también soy miembro de la Iglesia y vi sus gárments. Le voy a dar una bendición”.
La ambulancia llegó y me llevaron al hospital. Pasé seis horas de dolor y angustia hasta la primera cirugía donde me pusieron clavos para fijar mi fémur.
Luego de retomar la consciencia después de la anestesia, escuché cómo algunas personas decían que todo iba a estar bien.
Miré alrededor, vi que todo a mi alrededor era muy blanco y sentí una paz indescriptible. Sabía que no estaba solo, que Dios envió ayuda.
Mi familia y amigos se enteraron rápidamente de mi accidente y supe que varias personas se unieron en oración y ayuno por mi pronta recuperación. Pude sentir el poder de la oración una vez más en mi vida, pero ahora viniendo de las personas a mi alrededor.
El poder de la oración
Creo firmemente en el poder de la oración y de la fuerza que recibimos cuando otras personas oran por nosotros.
Solo han pasado algunas semanas de mi accidente y aún me estoy recuperando. Sé que me tomará tiempo volver a caminar, pero al mismo tiempo sé que los milagros del Señor continúan.
Con esta experiencia, aprendí que nuestro Padre Celestial ciertamente nos ama, y por eso, no solo debemos pedir en nuestras oraciones, sino ser más agradecidos todos los días.
Espero poder reconocer más los milagros del amor de Dios con Sus hijos y ser más agradecido todos los días, especialmente ahora que vi la muerte tan de cerca.
Fuente: Mais Fe