Ser madre abarca un amplio abanico de experiencias. Entre ellas, encontramos las experiencias espirituales que nos recuerdan quiénes somos y cuál es nuestra misión en la vida.
Nunca debemos abstenernos de compartir esas experiencias. Ya que, pueden inspirar a otros.
De hecho, las experiencias en las que nuestros hijos son el foco principal deben contarse como un recordatorio del amor de nuestros Padres Celestiales por ellos.
El espíritu del Señor siempre te advierte del peligro, escúchalo
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La temporada de fútbol había comenzado y jugaría mi primer partido el sábado por la mañana.
Cuando llegó el sábado, mientras me alistaba, sentí la presencia de un espíritu frente a mí. Este espíritu me preguntó: “Si tus hijos te necesitaran, ¿te quedarías en casa?” Respondí, “Sí”. Sin embargo, inmediatamente el pensamiento, “no me necesitarán”, pasó por mi mente.
Sabía que estarían a salvo en casa mientras jugaba fútbol.
Entonces, de repente, sentí la presencia de otro espíritu.
Este espíritu era claramente diferente al primero, tenía una naturaleza negativa. Me sobrevino el pensamiento de que mis hijos no me necesitarían.
La razón por la que presté atención a este espíritu negativo todavía me preocupa a veces.
Mi deseo de jugar fútbol y sentir que mis hijos estarían bien, me ayudaron a justificar por qué no seguí al espíritu que simplemente me hizo una pregunta, y me dejó tomar una decisión según mi albedrío y razonamiento, sin molestias.
Lo que es aún más alarmante es que durante mis años de fútbol, le pedí al Señor que no solo me protegiera de las lesiones, sino que me advirtiera de las mismas.
Sin embargo, cuando lo hizo, no presté atención.
Jugué durante unos 5 minutos esa temporada de primavera.
Toqué la pelota por primera vez en el juego, corrí por la línea lateral izquierda del campo, rodeando al último defensor hacia la meta.
Cuando giré para patear la pelota, mi rodilla se dobló y me desgarré un ligamento. Como resultado, no volvería a jugar al fútbol durante un año.
Pero, esta no es la única experiencia que tengo con la ayuda celestial.
Los ángeles nos rodean
Aún con un aparato ortopédico en mi pierna, fui con mis tres hijos, dos sobrinas, mi hermano autista, otros familiares y mi mejor amiga Rita a un paseo al lago.
Era un hermoso día soleado, los niños jugaban en la orilla del lago mientras los observaba desde el muelle.
Esa mañana, oré para pedir protección para mi familia como siempre, pero esa vez sentí algo diferente. Sentí calma cuando pedí esa bendición. No sabía qué significaba eso, pero lo guardé en mi memoria.
Después de un rato, Lance tiró el bote de pedales al agua. Mi sobrina, Sara, y mi hijo, Stephen, subieron a bordo mientras Lance y Claudia, su amiga, ocupaban los asientos delanteros.
Inmediatamente le grité a Lance: “¡Stephen no sabe nadar! Necesita un chaleco salvavidas”, pero no me escuchó.
Rita tomó algunos chalecos salvavidas y corrió al muelle mientras llamaba a Lance. Mi hermano la escuchó y comenzó a caminar hacia el muelle.
Mientras observaba la escena, pude notar que el pequeño bote con mi hijo de cuatro años, Stephen, se estaba hundiendo.
Lance inmediatamente entró en acción y le dijo a Sara que fuera al frente del bote para que lo equilibrara. Sabía que lo voltearía y grité: “¡NO!” Rita también lo vio y se zambulló en el agua.
Cuando Sara y Claudia saltaron, pude ver a Stephen caer desde la parte trasera del bote inclinado verticalmente. Una vez que el bote estuvo boca abajo, perdí de vista a Stephen y Lance.
Comencé a orar para que Lance tuviera a Stephen del otro lado mientras cojeaba tan rápido como podía hacia el agua. Lance emergió. Tenía la cabeza ensangrentada y no tenía a Stephen. Grité: “¡Atrapa a Stephen!” Lance rápidamente se zambulló en el agua, pero sabía que era demasiado tarde.
Sin embargo, varios segundos más tarde, para mi gozoso asombro, Lance llegó desde el lado ciego del barco con Stephen en sus brazos. Lance nos dijo que encontró a Stephen aferrado al costado del bote.
En un esfuerzo por calmar a Lance y Claudia que estaban muy molestos, simplemente nos reímos del incidente a pesar de que sabía que fácilmente podríamos haber tenido dos muertes ese día.
Dios escucha nuestras oraciones y envía ángeles a rescatarnos
Esa noche, mientras les contábamos los eventos del día a mis padres, les describí cómo Stephen se había agarrado del costado del bote al caer.
Stephen, que solía estar muy callado, me escuchó y, luego, me corrigió:
“No, mami, no pude llegar al bote. Sara empujó mis pies para que pudiera alcanzarlo”.
Le respondí que Sara no podía haberlo ayudado porque estaba al otro lado del bote.
Stephen insistió en que Sara le había empujado los pies para que pudiera llegar al bote.
Fue entonces cuando supe que había sido testigo de un milagro. Stephen había sido rescatado y preservado para que pudiera continuar con su misión en la vida.
Sentí una inmensa gratitud como nunca antes. Durante las próximas semanas mi humildad se profundizó. Cada vez que veía a mis hijos, sentía mucha gratitud.
Asimismo, noté que mis hijos estaban mucho más tranquilos. Yo estaba mucho más en paz. No solo eso, podía sentir que dos ángeles estaban a mi alrededor constantemente. Caminaban conmigo todos los días y se paraban como centinelas a cada lado de mí.
De vez en cuando, comparto esta historia con Stephen, que ahora tiene treinta y tantos años, para recordarle este milagro.
Esta experiencia espiritual no solo me recordó quiénes somos, sino que también me ayudó a ver quién soy yo.
Fuente: Meridian Magazine