Nací en Tel Aviv, Israel. Mis padres se mudaron a Florida cuando tenía tres años y medio. Me criaron en un hogar judío en el que el judaísmo desempeñó un papel importante a nivel cultural, pero un papel muy pequeño a nivel espiritual…
Mi padre fue una persona muy seglar, y su falta de creencia en Dios se arraigó en las cámaras de gas de Auschwitz y se multiplicó por el dolor y la pérdida a lo largo de su vida. Si hubiera un Dios en los cielos, ¿cómo podría permitir que tales cosas sucedieran?
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Una de mis mejores amigas en ese tiempo era una gran creyente de Cristo, y realmente me ayudó a aprender más de Él. Tenía una luz sobre ella y, a pesar de que mi vida estaba tan llena de oscuridad y pruebas, me sentí atraído hacia esa luz especial que tenía.
Oró por mí, le pidió a Dios que siempre me rodeara de conocidos cristianos y, de muchas maneras, esa oración fue respondida. Parecía que, a donde sea que viajara y sin importar cuánto me alejara de Dios, las personas de fe parecían estar en mi camino…
Convertirme en ateo
Todavía tenía varias preguntas inquietantes que simplemente no sentía que estuvieran resueltas. Me preguntaba qué habría pasado con las generaciones de mis antepasados que vivieron y murieron como judíos.
Enfrentaron las cámaras de gas y genocidios a causa de su fe. No podía aceptar la idea de que un Dios los condenara al infierno, y que aun así mis amigos cristianos ofrecieran un poco de esperanza. Entonces, comencé a distanciarme lentamente del cristianismo…
Cuando tenía 15 años, mi madre fue diagnosticada con cáncer a los ovarios. Fue un gran impacto para mí porque siempre fue la más sana de mis padres.
Ambos creímos firmemente en que Dios la sanaría. Sin embargo, aunque luchó valientemente, murió poco después de que cumplí 18 años. Sus últimos meses de vida, en particular, fueron difíciles, a pesar de que su fe frente a esa prueba fue inspiradora.
La pérdida fue absolutamente devastadora para mí y, con el transcurso del tiempo, continuó carcomiendo mi fe. Cuando inicié mis estudios en la Universidad de Brandeis, comencé a leer los escritos de los ateos famosos, Richard Dawkins y Christopher Hitchens, y rápidamente caí bajo su hechizo.
No sabía cómo aceptar a un Dios que permitió que mi madre sufriera, así que fui al extremo opuesto, negué Su existencia.
Mi ateísmo se basaba en tres pilares fundamentales: Primero, Dios era altamente improbable; segundo, esa creencia de que Dios era una fuerza para el mal o daño en el mundo; y, tercero, no necesitaba ni quería tener fe en Dios porque podía ser una buena persona sin esa fe… Creía que había sido iluminado, liberado de una creencia ignorante y supersticiosa en Dios. Sentí que mi misión era ayudar a los demás a ver la luz.
Creer en Dios nuevamente
En este tiempo, me hice amigo de una joven llamada Tatiana, que más tarde descubrí que era Santa de los Últimos Días. ¡Era uno de los dos únicos miembros de La Iglesia de Jesucristo en toda la Universidad de Brandeis! Era inactiva en ese tiempo, pero todavía conservaba muchos de los valores comunes de los Santos de los Últimos Días…
Al término de mi segundo año en Brandeis, tuve varias experiencias que me hicieron darme cuenta de que no me estaba convirtiendo en la persona que deseaba ser. Me sentía incapaz de cambiar y mejorar. Y, cuando experimenté una ruptura particularmente difícil con mi novia, me di cuenta de que no tenía una base firme de creencia en la que apoyarme.
Uno de los pilares sobre los que había construido mi ateísmo, concretamente, mi creencia de que no necesitaba un Dios en mi vida, de pronto comenzó a desmoronarse.
Ese verano, estudié en China y, mientras estuve ahí, tuve un instructor que era un miembro fiel de una comunidad local cristiana. Tuvimos varias conversaciones sobre Dios y la religión, y aquellas largas discusiones comenzaron a abrir mi mente a la posibilidad de que podría existir un Dios.
Cuando observé su vibrante espiritualidad, el segundo pilar de mi ateísmo – mi creencia de que la fe era una fuerza para el mal – comenzó a debilitarse. Empecé a desear algo más en mi vida y sentir que esa religión podría satisfacer ese deseo.
Encontrar La Iglesia
Cuando regresé a Boston, me enteré de que Tatiana decidió regresar a La Iglesia. Como resultado de las experiencias que tuve ese verano, sentí la impresión de buscar en su Iglesia.
Hasta ese momento, no sabía casi nada sobre la religión de los Santos de los Últimos Días, además de lo que vi en South Park, por supuesto. Así que, fui a Barnes and Noble, tomé dos libros sobre los Santos de los Últimos Días, me senté y comencé a leer. Mientras leía, me impresionó mucho el poder de la doctrina.
Comencé a leer sobre la vida preterrenal, el plan de salvación y el mundo de los espíritus después de la muerte, estas doctrinas simplemente se sentían correctas. Lo que descubrí llenó un hoyo en mi alma. Y todo inmediatamente tuvo sentido para mí.
Respondió a las diversas preguntas que tenía sobre cómo uno podía creer que Cristo era el camino y, sin embargo, también creer que aquellos que no lo conocían podían ser salvos. Fui con mi amiga Tatiana y le pregunté si podía ir a la iglesia con ella…
Como era de esperarse, cuando las personas descubrieron a un “no miembro” entre ellas, rápidamente me organizaron una reunión con los misioneros… continué leyendo todo lo que pude encontrar sobre La Iglesia, fuentes a favor y en contra de los Santos de los Últimos Días, y me sentí cada vez más atraído hacia La Iglesia.
Encontrar el templo
Un día, estaba conversando con una amiga que se opone firmemente a la religión de los Santos de los Últimos Días y comenzó a criticar La Iglesia, era especialmente mordaz con respecto al templo Santo de los Últimos Días. Tenía un buen amigo que se casó en el templo y la familia de ese amigo no pudo asistir a la boda, ya que no eran miembros.
Mi amiga se sintió muy disgustada por esta práctica. Cuando me habló, me sentí muy sorprendido y me pregunté por qué esa era la política. Mientras lo pensaba, sentí fuertemente la impresión de visitar el templo de La Iglesia de Boston. A pesar de que eran las 9 p.m., me subí a mi auto y conduje hasta los terrenos del templo.
Cuando bajé de mi auto, sentí una presencia espiritual muy intensa. Nunca sentí nada tan poderoso. Lo sentí a través de cada fibra de mi ser. Sentí como si Dios estuviera presente y me hablara directamente a mí. En mi mente, escuche Su voz diciéndome que La Iglesia era verdadera y que Él estaba ahí.
Fui obstinado, así que regresé a mi auto y conduje hacia la iglesia católica y la iglesia protestante más cercanas para saber si me sentía de la misma manera en esos lugares. Y no sentí nada por el estilo. De hecho, sentí todo lo contrario.
Luego, regresé a mi auto y manejé nuevamente hacia el templo. Fui a un lugar bastante apartado y me arrodillé en frente de una de las vidrieras. Ahí, derramé mi corazón a Dios y me sentí transformado por el Espíritu. El último pilar de mi ateísmo – mi creencia de que no necesitaba a Dios –se destruyó definitivamente.
Todo mi ser se llenó de luz. En ese momento, pude ver claramente a la persona en la que el Señor deseaba que me convirtiera. Pude ver mi potencial como Su hijo. Supe sin lugar a dudas que Dios me amaba y deseaba que me uniera a Su Iglesia. Supe que debía ser bautizado.
En cierto sentido, las palabras de Alma parecían escritas para mí: “bendito es el que cree en la palabra de Dios, y es bautizado sin obstinación de corazón” (Alma 32:16). Desde ese momento, nunca dudé de la veracidad del Evangelio. Incluso, en mis momentos más oscuros, esa experiencia fue como un faro de luz.
Ser bautizado
Contarle a mi padre sobre mi decisión de ser bautizado no fue del todo fácil. Poco después de esta experiencia espiritual en el templo, nos encontramos en Nueva York para las festividades judías…
Caminamos cerca del Lincoln Center, con el templo de Manhattan cerca, y finalmente, reuní el valor para decírselo. Su reacción, por supuesto, fue bastante negativa – como lo hubiera esperado. Me prohibió enérgicamente que me bautizara y me dijo que si lo hacía, no querría tener nada que ver conmigo.
En un esfuerzo por calmarlo, me comprometí con mi padre y acepté esperar seis meses antes de ser bautizado. Pensé que eso le ayudaría a saber que este era un deseo sincero de mi corazón…
Después de seis meses, mi padre seguía oponiéndose a que fuera bautizado y por más doloroso que fue, pospuse nuevamente mi bautismo. A pesar de que legalmente era un adulto, la aprobación de mi padre era muy importante para mí y deseaba mostrarle que lo respetaba.
Estaba a punto de dejar Florida para conducir hacia Filadelfia para el verano, cuando mi padre finalmente me dio su permiso para ser bautizado.
Las palabras de Alma de pronto tuvieron un nuevo significado para mí: “Y he sido sostenido en tribulaciones y dificultades de todas clases, sí, y en todo género de aflicciones” (Alma 36: 27). Dios intervino, y me sentí muy bendecido. Fui a Boston el siguiente fin de semana y me bauticé.
Todavía recuerdo la alegría que sentí cuando me bauticé. Me sentí purificado de todos mis pecados y me sentí como un niño inocente ante los ojos de Dios. Fue un sentimiento tan maravilloso e inolvidable…
Quizá lo más importante de todo es que mi testimonio sigue ardiendo con fuerza y estoy lleno de convicción y del poder del Señor. Me siento tan agradecido con Él por las grandes bendiciones que Él me ha dado y por las oportunidades que aún están por venir.
Artículo originalmente escrito por Daniel Ortner y publicado en ldsliving.com con el título “How Anti-Latter-day Saint Comments Compelled an Atheist to Visit a Temple (+ the Incredible Experience He Had).”