¿Crees en los ángeles de la guarda? Aquí una breve historia

Con la finalidad de generar ingresos para mantener a mi familia, tuve diferentes trabajos. Uno de ellos fue cuidar caballos de carrera por las tardes y los fines de semana.

Los caballos eran animales hermosos y llenos de vida.

Nunca los monté, ese era el trabajo de los jinetes. Sin embargo, ayudaba a entrenarlos, alimentarlos y limpiar el establo.

Aprendí a amar a los caballos con excepción de uno, que era un joven semental y estaba entrando en edad reproductiva.

Como todos los demás caballos eran dignos de confianza, cometí el error de pensar que él también lo era. Pronto supe que nunca podría darle la espalda.

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Un día mientras limpiaba el establo, le di la espalda para sacar la paja mugrienta de ese lugar. De pronto, sentí un bufido detrás de mí. Me di la vuelta justo en el momento en el que se estaba alzando encima de mí.

El caballo bajó, me golpeó el hombro con uno de sus cascos y me tiró al suelo de espaldas.

Se volvió a encabritar y mientras bajaba, rodé por el suelo cuando sus cascos estaban a punto de chocar contra el sueldo en el que había caído originalmente. Mientras volvía a encabritarse, rodé y tomé una horquilla al mismo tiempo que sus cascos golpearon el suelo al lado de mi cabeza. Finalmente, pude espantarlo con la horquilla y ponerme de pie.

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La siguiente vez que se encabritó, ya estaba listo para enfrentarlo. No quería dejar ninguna cicatriz en ese hermoso animal, pero tenía que defenderme. Esa vez le di en la parte blanda de la nariz, mientras intentaba atacarme. Tropezó hacia atrás y, luego, se alejó.

Nos enfrentamos, él resopló y se encabritó, pero no se acercó lo suficiente como para amenazarme de verdad. Mientras salía del establo para conseguir un poco de hielo para mi hombro, lo vigilaba atentamente. Nunca más le di la espalda.

Sin embargo, un día, el dueño de los caballos vino a ver cómo estaban. Bárbara que rara vez venía al establo debido a su trabajo, también llegó.

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Mientras trabajaba al otro lado del patio, limpiando otros espacios donde dormían los caballos, escuché el resoplido del joven semental.

Eso no era inusual, ya que a menudo resoplaba y relinchaba. Normalmente no habría prestado atención, pero por alguna razón, fue como si algo en mi cabeza gritara: “¡Corre ahora!”

Sin siquiera cuestionar el pensamiento, me di la vuelta y corrí hacia el corral del semental. Todo sucedió muy rápido. Llegué al establo en segundos y, al ver que el semental retrocedía, salté a la puerta.

No sé cómo sucedió, pero cuando llegué al establo, tenía una pala en mis manos. Los cascos del caballo estaban a punto de caer sobre Bárbara mientras ella se cubría el rostro con su brazo esperando lo peor.

Balanceé la parte trasera plana de la pala con todas mis fuerzas y golpeé al caballo en el hombro.

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Ese golpe fue suficiente para que sus cascos fallaran y cayeran al lado de Bárbara. La tomé del brazo rápidamente y la jalé. Luego, me acerqué a protegerla incluso cuando el caballo se levantó de nuevo.

No pude ponerme en buena posición y el caballo me golpeó. Felizmente, esta vez, pude amortiguar ese golpe con la pala. Tropecé, pero cuando él se encabritó la siguiente vez, estaba listo para espantarlo y llevarlo de regreso al establo.

Luego, volví por Bárbara. Ella estaba cansada y se dejó caer en una paca de heno. Al principio pensamos que su brazo estaba roto, pero más tarde descubrimos que solo estaba gravemente torcido.

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Bárbara regresó para agradecerme, incluso mientras sus lágrimas de dolor caían por su rostro.

“Si hubieras llegado un segundo después, estoy segura de que me habría matado. ¿Cómo supiste que debías venir a rescatarme?”, me preguntó.

Ni siquiera pude responder eso. Solo sabía que algo en mí decía que corriera, y no tenía idea de cómo una pala terminó en mis manos.

Solo me encogí de hombros y dije, “supongo que debes tener un buen ángel de la guarda”.

Ella sonrió y respondió, “tal vez tenga dos de ellos”.

Fuente: Meridian Magazine

Comentarios
Que bonito
Romina Ortega

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