La lección más importante que he aprendido del COVID-19 es que existe una forma más profunda y poderosa de estar conectado con los demás. Una conexión más poderosa de la que podemos tener a través de un celular o una red social.
Esa conexión es la presencia espiritual que podemos sentir cuando estamos cerca de alguien y que tanto nos hace falta en este tiempo de distanciamiento social.
El vacío que sentimos por el distanciamiento social no solo es soledad
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Después de pasar muchas horas en el chat, en llamadas y videoconferencias con los que más amo, he sentido soledad.
Me preguntaba por qué sentía eso, si a raíz del distanciamiento social debido al covid-19, había mejorado mi relación con los demás. Estábamos en constante comunicación y nuestras conversaciones eran más profundas.
Por un tiempo creí que lo que extrañaba era el contacto físico. Poder dar un abrazo, apoyarme en el hombro o tomar las manos de los que más amo. Entonces, me di cuenta. El vacío que sentía se debía a que no podía percibir su presencia espiritual a través de la pantalla.
La presencia espiritual
Me sentía sola porque estaba aislada de la presencia espiritual de mi familia, amigos y compañeros de trabajo.
Podía verlos y escucharlos, conectarme social e intelectualmente con ellos. Pero, no era tan fácil conectarme con ellos espiritualmente.
De repente, tenía sentido que las Escrituras describieran la importancia de “reunirnos a menudo, para ayunar y orar, y hablar unos con otros acerca del bienestar de [nuestras] almas” (Moroni 6: 5) y del “privilegio de reunirnos” (Alma 6: 6).
Recientemente, el élder David A. Bednar dijo:
“Reunirse, en resumen, es el núcleo de la fe y la religión”.
Personalmente, creo que eso es cierto, en parte porque la presencia física fortalece nuestra capacidad de sentir la presencia espiritual de los demás.
Las cosas espirituales solo se pueden discernir espiritualmente (1 Cor. 2:14). El presidente Boyd K. Packer dijo:
“Si todo lo que sabes es lo que ves con tus ojos naturales y escuchas con tus oídos naturales, entonces no sabrás mucho”.
En otras palabras, si solo nos relacionamos con los demás a través de lo que vemos y oímos, y no con nuestros espíritus; quizás, nuestras relaciones no sean tan fuertes como imaginamos.
El don del Espíritu Santo en nuestras relaciones
La Guía para el Estudio de las Escrituras describe el don del discernimiento como:
“La facultad de comprender o saber algo por el poder del Espíritu… comprende la habilidad de percibir el verdadero carácter de las personas y el origen y significado de las manifestaciones espirituales”.
El élder Bednar escribió:
“El don del discernimiento nos abre perspectivas que se extienden mucho más allá de lo que se puede ver con ojos naturales o escuchar con oídos naturales. Discernir es ver con ojos espirituales y sentir con el corazón”.
Nuestros espíritus son reales en un sentido material, al igual que las ondas de luz son reales y los átomos, las moléculas y otras verdades aparentemente invisibles son reales. El profeta José Smith explicó esto en Doctrina y Convenios 131: 7–8 cuando reveló:
“No hay tal cosa como materia inmaterial. Todo espíritu es materia, pero es más refinado o puro, y solo los ojos más puros pueden discernirlo; no lo podemos ver; pero cuando nuestros cuerpos sean purificados, veremos que todo es materia”.
Somos testigos de la presencia espiritual humana
Así como puedo sentir la luz del sol sin comprender cómo las ondas de luz comparten características tanto de ondas como de partículas, he sido testigo de la verdad de la presencia espiritual humana sin comprenderla completamente.
Durante la escuela de posgrado, una querida amiga mía enfrentó su última batalla contra el cáncer. Me invitaron a su casa durante sus últimos días en la Tierra y considero esa experiencia como uno de los regalos más dulces de mi vida.
Me senté con ella, le froté una loción en las manos y hablé con ella mientras yacía casi inmóvil en su cama. Experimenté su presencia y ausencia espiritual mientras ella pasaba de un lado a otro, entre la conciencia y la inconsciencia.
Se sentía de alguna manera, y no entiendo la física de eso, como si estuviera pasando de un lado a otro del velo. Como si estuviera comenzando su obra en el otro lado, incluso mientras completaba su obra aquí. Sentí su presencia espiritual humana.
Cuando mi hija mayor nació, sentí fuertemente que los ángeles la cuidaban. Por un corto tiempo, sentí como si los ángeles caminaran de puntillas por mi casa.
Traté de sentir esa presencia angelical en mis otros partos, pero fue difícil. Tal vez, en lugar de sentir la ausencia de los mensajeros celestiales, pude haberme centrado en la presencia espiritual de los terrenales, de las enfermeras que me cuidaron.
Realmente, sentir la presencia como la ausencia espiritual da testimonio de la realidad tanto de los espíritus humanos como del Espíritu Santo.
No me había dado cuenta con tanta fuerza de que podía sentir la presencia espiritual de los demás hasta que sentí la fría soledad que proviene de su ausencia.
Esta presencia y ausencia de cercanía espiritual puede considerarse como un tipo y sombra de la presencia y ausencia espiritual suprema: nuestra conexión con nuestro Padre Celestial y Jesucristo a través del don del Espíritu Santo.
La luz de Cristo
La Luz de Cristo irradia, dicen las Escrituras, y:
“Procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio, la luz que existe en todas las cosas, que da vida a todas las cosas, que es la ley por la cual se gobiernan todas las cosas, sí, el poder de Dios que se sienta sobre su trono, que existe en el seno de la eternidad, que está en medio de todas las cosas”. (Doctrina y Convenios 88:12
Cada uno de nosotros tiene esta luz de Cristo y nos conecta con la presencia misma del Salvador y nuestro Padre Celestial, y entre nosotros.
Sentir Su presencia
El Espíritu Santo magnifica nuestra capacidad para sentir la conexión espiritual.
Fortalecer mi capacidad para discernir la presencia espiritual me ayuda a cubrir la brecha entre mi vida terrenal y mi hogar celestial. Tiene un efecto en mi vida y bienestar.
Mediante el don del Espíritu Santo, cada uno de nosotros puede sentir la presencia espiritual del Padre Celestial y de Jesucristo, a pesar del distanciamiento físico de ellos.
Si no fuera por el Espíritu Santo, estaríamos perpetuamente en un estado de duelo debido a nuestro distanciamiento físico de nuestro hogar celestial.
Nuestro espíritu anhela estar con nuestra familia celestial y reunirnos con nuestros Padres Celestiales.
Mi nueva comprensión de la presencia espiritual
Mi nueva comprensión de la presencia espiritual me da una mayor confianza para cuando vuelva a estar físicamente cerca de mi Salvador.
Sentiré Su presencia con tanta seguridad, tal familiaridad, que no necesitaré ver Su rostro ni escuchar Sus palabras, porque sentiré el vínculo de la Expiación en Su mismo ser.
Puedo imaginar la emoción de la cercanía espiritual que cada uno de nosotros experimentará cuando Cristo hable y, aunque nunca antes lo hayamos escuchado en la carne, “conoceremos Su voz”. (Juan 10: 4).
Esto me brinda un gran consuelo mientras reflexiono y espero con ansias el cumplimiento de la promesa del élder Bednar de que estar “’rodeado eternamente en los brazos de su amor’ (2 Nefi 1:15) será una experiencia real y no virtual”.
¿Cómo entonces, mientras esperamos la oportunidad de estar nuevamente cerca de nuestros amigos y familiares, y mientras esperamos la oportunidad de reunirnos con nuestro Salvador y Padre Celestial, recuperamos nuestro sentido de cercanía espiritual? ¿Cómo nos conectamos espiritualmente con nuestros amigos, familia y los cielos?
El élder Dieter F. Uchtdorf sugirió el remedio:
“Mediante la oración, podemos estar espiritual y socialmente cerca de nuestro Padre Celestial, Su Hijo Jesucristo, nuestra familia y amigos, dondequiera que estemos y cualesquiera que sean las circunstancias”.
Durante este tiempo de aislamiento, comencé a enfocarme no solo en la conexión social y física con los demás, sino también en la conexión espiritual.
He descubierto que al buscar este don, soy más capaz de sentir la luz de Cristo que está dentro y alrededor de nosotros, uniéndonos.
Todavía me siento sola a veces y todavía me siento más conectada cuando puedo estar en proximidad física con los demás.
Sin embargo, el simple hecho de saber que existe otra forma más profunda y poderosa de estar conectada. Una conexión más poderosa de la que podemos tener a través de un celular o una red social, me ha ayudado a profundizar el poder espiritual de mis relaciones con los demás, incluso mi relación con el Salvador y el Padre Celestial.
Fuente: LDS Living