El consejo del Élder Holland para los misioneros retornados

El consejo del Élder Holland para los misioneros retornados

Para muchos misioneros retornados, el hecho de volver a sus hogares puede ser una de las partes más difíciles de servir una misión. Luego de 18 meses ó 2 años de encontrar, enseñar y servir a otros por tiempo completo, puede ser desorientador volver a una vida llena de escuela, trabajo y citas.

Aunque todos estos son grandes esfuerzos, a veces el cambio no intencional en el enfoque del Salvador a uno mismo deja a los misioneros retornados sintiendo que algo vital falta en sus vidas.

Élder Holland, en su discurso de la Conferencia General de Octubre de 2012, habló sobre la reacción de los Apóstoles luego de la muerte de Cristo, lo que podemos comparar, en cierta manera, a los misioneros retornados. Aunque los misioneros no han estado literalmente en presencia física con Jesucristo como los Apóstoles, ellos actuaron como representantes de Él y a menudo sentían su presencia a través del Espíritu al compartir sus testimonios de Él.

Élder Holland expresó este crucial momento cuando estos Apóstoles ya no caminaban diariamente con Jesucristo:

“Como seguramente se habrán preguntado: “¿Y ahora qué hacemos?”; para recibir respuesta, acudieron a Pedro, el apóstol de más antigüedad.

Les pido que me permitan tomar cierta libertad al hacer una descripción no basada en las Escrituras sobre esta conversación. En efecto, Pedro dijo a sus colegas:

Hermanos, han sido tres años gloriosos. Hace unos meses, ninguno de nosotros se habría imaginado los milagros que hemos visto y la divinidad que hemos disfrutado… Pero ya pasó… Ahora ustedes preguntan: ‘¿Y ahora qué hacemos?’ No sé qué más decirles, salvo que vuelvan a su vida anterior, con regocijo; yo intento ‘ir a pescar.”…

Pero, lamentablemente, la pesca no era muy buena. La primera noche que pasaron en el lago, no pescaron nada, ni un solo pez”.

Estos Apóstoles fueron llamados a servir, enseñar y sanar y esas responsabilidades no terminaron con la muerte de Jesucristo. Sin embargo, por un momento se olvidaron cuál era su propósito y volvieron a su vida anterior. Cuando ya no caminaban con Cristo diariamente, no aprendían directamente de Él y no veían los milagros de Sus manos, perdieron su enfoque momentáneamente.

Tal como Pedro y los demás Apóstoles, muchos misioneros regresan de su servicio de 18 meses ó 2 años con recuerdos latentes de milagros que vieron o experimentaron y que se desvanecieron rápidamente como si fueran solo un sueño. Así como los Apóstoles, muchos misioneros piensan, “¿Y ahora, qué hacemos? y finalmente vuelven a la vida que conocían antes de sus misiones.

No importa lo mucho que necesitábamos la ayuda de la mano del Salvador en nuestras misiones, necesitamos la misma ayuda cuando regresamos a nuestros hogares. Cuando pensamos, “Ok, esto es lo que tengo, ahora estoy por mi cuenta”, ahí es cuando cometemos un error terrible.

El hecho de regresar a casa de una misión no es el fin de nuestro viaje espiritual, ni tampoco el fin de nuestra misión en esta vida. Del mismo modo, la muerte del Salvador no marcó el fin del aprendizaje espiritual y el ministerio de los Apóstoles.

Elder Holland continua:

“Con los primeros rayos de la alborada, volvieron la mirada decepcionados hacia la playa donde en la distancia vieron una figura que los llamó: “Hijitos, ¿han pescado algo?”. Con tristeza, esos apóstoles convertidos otra vez en pescadores dieron la respuesta que ningún pescador quiere dar: “No hemos pescado nada”, murmuraron y, para añadir leña al fuego, los estaba llamando “hijitos.”

“Echad la red a la derecha de la barca y hallaréis”, les dice el extraño, y con esas simples palabras, empiezan a tener una idea de quién es. Hacía sólo tres años, esos mismos hombres habían estado pescando en ese mismo mar. En aquella ocasión, también habían “trabajado toda la noche y nada [habían] pescado”, dice en las Escrituras. Pero un compatriota galileo que estaba en la playa les había dicho que echaran sus redes, y sacaron “tal cantidad de peces” que sus redes se rompieron, y llenaron dos barcas de tal manera que se empezaron a hundir.

Ahora volvía a suceder. Esos “hijitos”, como acertadamente se los llamaba, ávidamente bajaron sus redes y no las “podían sacar, por la gran cantidad de peces”. Juan dijo lo obvio: “¡Es el Señor!” Y el irreprimible Pedro saltó por la orilla de la barca”.

En algún punto, cada misionero no satisface sus expectativas y metas al volver a su casa. Sin embargo, así como Pedro, podemos reconocer al Señor en nuestra vida post-misión. Él está deseoso de continuar usándonos para construir Su reino, tal como expresó a Pedro:

Pedro dijo por tercera vez: “Señor… tú sabes que te amo”.

A lo que Jesús respondió (y aquí vuelvo a reconocer mi elaboración no basada en las Escrituras), diciendo quizás algo como esto: “Entonces Pedro, ¿por qué estás aquí? ¿Por qué estamos otra vez en esta misma playa, cerca de estas mismas redes, teniendo la misma conversación? ¿No fue obvio en aquel entonces y no es obvio ahora que si quiero pescar, puedo conseguir peces? Lo que necesito, Pedro, son discípulos; y los necesito para siempre. Necesito que alguien alimente mis ovejas y salve mis corderos. Necesito que alguien predique Mi evangelio y defienda mi fe. Necesito a alguien que me ame, que verdaderamente me ame, y que ame lo que nuestro Padre Celestial me ha comisionado hacer. El nuestro no es un mensaje débil; no es una tarea fugaz; no es desafortunada; no es sin esperanza; no ha de quedar olvidada en las cenizas de la historia; es la obra del Dios Todopoderoso, y ha de cambiar al mundo”.

Tal como los Apóstoles aprendieron, no debemos dejar en el pasado las experiencias que vivimos en nuestras misiones. El Salvador nos llama, invitándonos no sólo a continuar su obra como lo hicimos en nuestras misiones. Claramente, no estaremos tocando puertas de desconocidos o concertando citas para enseñar lecciones, aún así podemos compartir el amor de Dios con Sus hijos cada día.

No importa si los misioneros experimentan una suave transición en sus hogares o pasan por grandes baches en el camino, podemos encontrar consuelo en las palabras finales del testimonio del Élder Holland:

“Si me amáis, guardad mis mandamientos”, dijo Jesús. De modo que tenemos vecinos a quienes bendecir, niños a quienes proteger, pobres a quienes elevar y la verdad que defender. Tenemos errores que rectificar, verdades que compartir y bienes que hacer. En una palabra, tenemos una vida de discipulado devoto que dar a fin de demostrar nuestro amor por el Señor. No podemos desistir y no podemos volver hacia atrás. Después de un encuentro con el Hijo viviente del Dios viviente, nada volverá a ser como lo era antes…

El llamado es para que regresen, para que permanezcan fieles, amen a Dios y den una mano de ayuda. En ese llamado a la fidelidad constante incluyo a todo ex misionero que haya estado en una pila bautismal con el brazo levantado en forma de escuadra y haya dicho: “Habiendo sido comisionado de Jesucristo”. Esa comisión debió haber cambiado a ese converso para siempre, pero se supone que debió haberlos cambiado a ustedes para siempre también”.

  

Este artículo fue escrito originalmente por Katharine Lyon y fue publicado en ldsliving.com, con el título “Counsel from Elder Holland Every returned missionary need to hear”  

Español ©2016 LDS Living, A Division of Deseret Book Company | Englsih ©2016 LDS Living, A Division of Deseret Book Company.

Traducido por Oscar Cerda Zamorano.

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Excelente mensaje del Elder Holland, gracias a quien lo tradujo, dado que sirve para fortalecer y animar, no solo a los misioneros retornados, si no a todo aquel que requiera de fortalecimiento. Muy buena idea la de publicar mensajes y palabras especiales de nuestras Autoridades Generales y líderes. Bendiciones desde Chile.
HècTor Hernan Henriquez Herrera

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