En una cultura cautivada por una visión altamente emocional del amor romántico, a veces pasamos por alto el trabajo silencioso, paciente y resistente que el amor verdadero y duradero requiere.
El amor no es simplemente una emoción que llega y permanece con facilidad. Es una elección deliberada, renovada diariamente, a través de los momentos más desafiantes y más felices de la vida.
La verdadera belleza del amor no radica en su perfección, sino en su resiliencia y profundidad. Las personas solteras deben ser conscientes de estos principios mientras buscan construir matrimonios nuevos y duraderos, basados en principios sólidos.
El amor debe ser dado libremente
En su esencia, el amor trata sobre el albedrío. El amor real no puede ser exigido, manipulado ni forzado; solo es auténtico cuando se ofrece libremente. A menudo tememos que, si dejamos a otros actuar por su cuenta, no satisfarán nuestras necesidades emocionales.
Tememos que a nadie le importe realmente. Este miedo puede llevarnos a controlar o castigar a otros. Pero esas tácticas provienen de un amor imitado, que es breve, superficial y, en última instancia, insatisfactorio.
El amor imitado se mide por lograr que otros hagan lo que queremos. Cuando obligamos o manipulamos a otros para que satisfagan nuestras necesidades, sabemos en el fondo que no fue dado libremente y no se siente como amor.
Al aprender a confiar en el amor que otros ofrecen libremente, desbloqueamos sus mayores recompensas. En su núcleo, el amor también trata de lealtad: estar ahí para tu ser querido, pase lo que pase.
La paradoja de la unidad y la individualidad
El matrimonio nos llama a lo que el profesor Jared Halverson denomina “probar los contrarios”, citando al Profeta José Smith, quien dijo que “por probar los contrarios, la verdad se manifiesta”. Los contrarios son dos verdades en tensión que necesitan coexistir para sostenerse.
En el contexto del matrimonio, los contrarios incluyen el albedrío y la unidad. Por un lado, somos individuos con pensamientos, deseos y necesidades únicas, y tenemos derecho a elegir por nosotros mismos. Nuestro albedrío literalmente define quiénes somos (Doctrina y Convenios 93:30).
Por otro lado, nos comprometemos a convertirnos en “uno” (Génesis 2:24). El mandato escritural de “aferrarse” el uno al otro no implica sofocación, sino una unión sagrada de dos almas.
La verdadera unidad no surge de la uniformidad, sino de navegar las diferencias con gracia y aprecio. Como en Sión, donde las personas eran “de un corazón y una mente” (Moisés 7:18), la unidad se logra a través de valores compartidos y respeto mutuo, incluso mientras los individuos conservan sus identidades y preferencias.
El amor real cierra la brecha entre la independencia y la unidad, creando una sociedad en la que cada persona se siente vista y valorada.
El costo y la recompensa del amor verdadero
El amor que perdura no es barato. A veces, el amor requiere atravesar malentendidos, frustraciones y momentos en los que uno se siente poco valorado. Pero esos momentos difíciles son cuando el amor demuestra su valor.
El amor real consiste en elegir ser amable cuando te sientes incomprendido o poco apreciado. Es brindar gracia al otro durante los momentos difíciles. Esa gracia, dada libremente, permite que las relaciones prosperen.
Crea un espacio seguro para que cada pareja crezca y para que la relación se profundice. Las recompensas son momentos de pura alegría que reafirman el valor del amor duradero.
Cuando demuestras que puedes superar juntos los tiempos difíciles en los que tu relación no parece funcionar, sabes que puedes experimentar lo que el presidente Kimball llamó “éxtasis exultante” cuando las cosas funcionan y parecen fluir sin esfuerzo.
Aferrarse sin perderte a ti mismo
El matrimonio requiere encontrar equilibrio, una danza entre el “yo independiente” y el “yo en la relación”. El amor reconoce que necesitar espacio o un descanso de la coordinación o la convivencia no es un rechazo, sino una forma de recargar energías y volver como una mejor pareja. Este equilibrio permite que los individuos contribuyan plenamente a la relación mientras mantienen su propia identidad y bienestar.
La clave para lograr este equilibrio necesario es la intencionalidad: evitar la contención y elegir abordar los desacuerdos con “persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y amor sincero” (D. y C. 121:41-42).
Debemos esforzarnos por la unidad mientras honramos el albedrío. De esta manera, el amor se convierte en un refugio seguro donde ambas partes pueden aferrarse la una a la otra sin temor a perderse a sí mismas.
Este esfuerzo requiere paciencia, persuasión suave en lugar de fuerza y humildad.
La obra divina del amor
Muchos divorciados con los que he trabajado y enseñado han renunciado al amor o han adoptado una visión cínica del sexo opuesto. Esa es una respuesta natural al dolor. Pero “el hombre natural es enemigo de Dios” (Mosíah 3:19). El miedo al dolor impide que muchos de nosotros nos abramos a un amor que podría bendecirnos por toda la eternidad.
El amor es uno de los mayores desafíos, los llamados más altos y las recompensas más dulces de la vida. Como seres imperfectos, inevitablemente tropezamos durante el proceso, a menudo quedándonos cortos frente a nuestros ideales. Sin embargo, mediante la gracia de Dios, aprendemos, crecemos y refinamos nuestra capacidad de amar mientras expandimos esa habilidad.
El amor es una obra sagrada. Amar es elegir al otro cada día, no porque sea fácil, sino porque vale la pena. Amar es ver al otro como una “obra sagrada en proceso” en manos de Padres Celestiales amorosos y un Salvador que nos amó tanto que creyó que valíamos la pena sufrir y morir por nosotros.
El amor verdadero perdura a través de las imperfecciones, decepciones y pruebas. El amor se dirige hacia la otra persona cuando sería más fácil alejarse. El amor atraviesa momentos de frustración y falta de entendimiento.
El amor es paciente y perdonador, siempre esforzándose por ser mejor. Y cuando tiene éxito, crea un vínculo de profundidad y alegría incomparables, un reflejo del amor divino que nos inspira y nos sostiene.
Fuente: Meridian Magazine
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