Hoy compartiremos la historia de conversión de Claire.
Claire fue miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días desde muy pequeña. Asistió a la Primaria, las Mujeres Jóvenes y seminario. Sus padres tenían llamamientos y siempre le enseñaron a diferenciar el bien del mal.
Sin embargo, a medida que Claire fue creciendo y conociendo nuevas personas, entró a un mundo que nunca imaginó.
Un nuevo mundo
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A los 12 años, conocí a mi mejor amiga, con quien pasaba mucho tiempo, entraba a las tiendas, tomaba barras de chocolate, las guardaba en su bolso y nos las llevábamos sin pagar.
Al principio, estos actos eran como una demostración de lo “geniales” que éramos. Aunque, por mi parte, sentía que debía hacer estas cosas para ser aceptada entre mis nuevos amigos.
A los 14 – 15 años, con mi mejor amiga, íbamos al mall y robábamos protectores para labios, maquillaje y ropa. Eventualmente, esto se convirtió en algo fácil y no sentía remordimiento al respecto.
Cuando la pequeña barra de chocolate se convirtió en protector para labios, maquillaje y después en ropa, mi sensación de que esto estaba mal simplemente desapareció.
Esconderse detrás de la imagen de una “niña buena”
Mis padres siempre hicieron su mejor esfuerzo para criar a mis hermanos y a mí según las enseñanzas del Salvador. Ellos siempre nos inculcaron la fe, la honestidad y la verdad.
Entonces, mantuve mis malos actos en secreto.
Al parecer, ellos creían que seguía siendo una niña buena. Me iba bien en la escuela, evitaba pelear con mis hermanos o causar problemas, ya que nunca me gustó la contención.
Mis padres siempre estaban ocupados con sus llamamientos y su negocio. Así que no los culpo por no saber lo que estaba haciendo. Además, yo siempre mantuve todo en secreto y era muy buena en ello.
Cuando las cosas se salieron de control
Creo que las cosas comenzaron a salirse de control cuando cumplí los 18 años, me gradué y me mudé.
Tenía 18 años y estaba libre. Trabajaba como mesera en un bar los fines de semana. Así que estaba muy ocupada como para ir a la Iglesia, ahí hubo una desconexión.
Comencé a rodearme de malas influencias y olvidé lo que me habían enseñado en casa.
En verdad, nunca admití que tuviera un problema con robar hasta que terminé en prisión.
Luego, seguí haciendo lo mismo. Me volvieron a arrestar muchas veces e incluso pasé un tiempo en la cárcel por eso. No podía detenerme. Aunque tuviera dinero, seguía robando.
No recuerdo el momento específico en el que dije “esto no es bueno”. Pero, lo que sí, es que entre los 18 y 20 años, mis amigos comenzaron a hacer cosas que sabía que estaban mal.
Iban de fiesta todo el tiempo. Esas fiestas se convirtieron en drogas y experiencias cada vez más fuertes. Sabía que estaba mal.
Consumía drogas y pasaba mucho tiempo con esas personas. No me sentía feliz. Sabía que me había desconectado del Espíritu que había sentido toda mi vida. Pude sentir que se había ido de mí.
Una luz en medio de tanta oscuridad
Finalmente, comencé a ir a diferentes centros de rehabilitación y también estuve en prisión algunas veces. Las cosas no cambiaban porque no estaba siendo honesta con cómo esto estaba afectando mi vida. Pensaba que podía dejarlo cuando quisiera, pero no era así.
Una noche, mientras estaba en mi habitación usando drogas, pensé, “esto necesita parar”. Comencé a orar: “Por favor, ayúdame a detener esto, por favor”. Ese fue el grito de ayuda más sincero que hice.
Al día siguiente, fui a prisión. Dios estaba respondiendo mi oración y alejándome de todas las cosas de las que me quería liberar.
Cuando estaba en la celda, un dominio de escritura vino a mi mente, “experimenta con mis palabras”. Entonces, le pregunté al oficial de la prisión si me podía traer un Libro de Mormón, lo leí cada día y comencé a sentir el Espíritu nuevamente. Era algo que extrañaba y fue maravilloso sentirlo.
Una nueva vida
Después de que salí de prisión, me comprometí a leer las Escrituras todos los días. De pronto, ya no sentía ese impulso de robar. Por primera vez en años, pude salir de las tiendas sin sentir temor de que alguien me persiguiera para arrestarme.
Eso sucedió porque estaba leyendo el Libro de Mormón y sabía que si seguía leyéndolo, todo iba a seguir mejorando.
Volví a la Iglesia, me reuní con el obispo, le conté todo lo que pasó, él me recomendó hacer algunas cosas, nunca sentí que me juzgara, así que cuando salí del obispado, me sentí muy aliviada y feliz. Comencé a pagar mi diezmo y asistir regularmente a la lglesia.
Dejé de fumar y me alejé de las personas con las que usualmente pasaba todo el tiempo. Los miembros de mi familia se convirtieron en mis mejores amigos. Ellos son mi fuente de fortaleza, amor y gozo.
Mi gran lección
Ahora sé que cuando no era sincera conmigo misma, mi familia lo sabía y aun así me perdonaron. Me enseñaron que necesitaba perdonarme.
Aprendí que a menos que no seas honesto, las personas no van a confiar en ti y me tomó mucho tiempo volver a ganar esa confianza.
Ahora, para mí, una vida honesta es poder ser quien realmente soy y divertirme con mi familia y amigos siendo quien soy en realidad. No tengo temor de lo que las personas puedan decir o pensar de mí.
Si soy sincera, no tengo nada que ocultar y ese es un sentimiento maravilloso.
Fuente: LDS Living