Una amiga mía tiene un cuñado que siempre hace comentarios y críticas cada vez que visita su casa. Ella se queda en silencio y trata de tolerarlo pero termina sintiendo resentimiento, por lo que su irritación aumenta con cada visita.
Ella detesta su arrogancia, sus quejas y su falta de sensibilidad. Para mantener la paz, ella no lo confronta, pero no le gusta recibirlo.
Le pregunté qué pensaba que diría Cristo sobre la situación. Ella dijo: “Obviamente Él lo amaría”.
Sí, Cristo lo amaría, pero a Él también le gustaría que ella se defendiera. Podemos seguir tener un trato respetuoso con los demás y establecer límites para cuando haya personas que quieran ofendernos.
Pero otra cosa que rara vez consideramos es esto: Cristo venció todo eso. Y es justo de este segundo punto del que quiero hablar.
Cristo pagó literalmente por cada tristeza, cada angustia que sentiremos, no solo por nuestros pecados. Pagó por la forma en que se siente mi amiga y el mal trato de su cuñado.
Buen ánimo a pesar de los problemas
Cristo dijo: “En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo” (Juan 16:33).
Y eso significa que lo venció todo. Pensar en eso me brinda tanta paz que apenas puedo comprenderla. Esto significa que cada vez que algo o alguien hace algo molesto, literalmente puedes pensar para ti mismo: “Cristo venció todo eso por mí”.
¿Enfrentamos injusticias? Claro que sí. ¿A veces necesitamos reflexionar sobre nuestras cargas y pérdidas? Sí. Pero no tenemos que dejar que cada pequeña provocación nos desvíe. Podemos “tener buen ánimo” y saber que Cristo realmente está al tanto de los detalles de nuestras vidas.
Todos tenemos problemas, desafíos que vienen con la mortalidad. A veces son enormes y parecen abrumadores desde cualquier perspectiva. La vida a veces nos brinda pérdidas dolorosas y experiencias desgarradoras.
Buscamos al Señor, recibimos bendiciones, a menudo tenemos amigos y familiares que se unen para ayudarnos. Es fácil creer, en esos momentos de gran dolor, que Cristo conoce nuestros corazones, sentimientos y que nos ayudará, pero muchos de nosotros olvidamos que Cristo también está ahí para las cosas pequeñas que pasan en nuestras vidas.
La mayoría de las pruebas que enfrentamos no son grandes, sino cosas cotidianas. Pequeños sucesos, como un cuñado cuyos comentarios son molestos e irritantes, pueden hacernos sentir que son demasiado insignificantes como para que el Señor se preocupe por ellos.
Y, sin embargo, son esos acontecimientos los que componen las diferentes experiencias de nuestras vidas, determinan el progreso espiritual diario que tengamos.
Cristo venció al mundo
Son estas pequeñas cosas las que nos hacen sentir demasiado cansados como para leer nuestras Escrituras, o demasiado exasperados como para ser pacientes. Nos ponemos de mal humor, nuestro temperamento se acorta y la vida se vuelve una carga.
Cristo lo venció todo para ayudarnos. Cada comentario que nos ofende, cada frustración en el trabajo, cada sueño que sientes que has perdido, cada momento en el que cediste y dijiste o hiciste algo incorrecto.
En lugar de hundirnos en la desesperación, debemos dirigir nuestra mirada hacia el Hijo de Dios y estar agradecidos porque Él realmente lo ha vencido todo.
Como seres mortales, es difícil estar felices y alegres todo el tiempo. Vivimos en lo que parece ser un mundo que a veces es una locura constante, pero este es el mismo mundo que Cristo venció.
Los cambios sociales que todos estamos viendo, muchos de los cuales nos sorprenden, Cristo lo ha vencido todo.
Cuando venga ese cuñado, o cuando algo pequeño te moleste, trata de respirar y recordar que Cristo está ahí para ti incluso en ese problema pequeño. No necesitas sacrificar tu corazón y alma, tu sentido del humor o inocencia.
Pensar en lo que Él hizo por nosotros nos ayuda a poner todo en perspectiva.
Nuestra parte es confiar en Él, saber que la victoria final será Suya y nuestra. Podemos poner nuestra fe en Jesucristo, ese es el primer principio del Evangelio.
Con Él como nuestro compañero a medida que avanzamos por la vida, podremos sentir una paz genuina en nuestros corazones y sentir verdadero gozo.
Fuente: Meridian Magazine
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