Los últimos meses no han sido fáciles para nadie.
Hemos pasado muchos desafíos. Entre ellos, la pérdida de personas importantes para nosotros. Una economía debilitada por las consecuencias de un virus que no quiere irse. Asimismo, el distanciamiento social.
Para muchas personas, alejarse de sus seres queridos no solo significó 2 metros de distancia. Tal vez, significó kilómetros de distancia o incluso estar separados por toda una vida.
En medio de tantas restricciones, la soledad comenzó a formar parte de nuestras vidas.
En momentos en que parecemos estar solos, podemos recordar a Aquel que prometió llevar nuestras cargas. Aquel que sintió nuestro dolor y aflicción, y prometió consolarnos.
La hermana Sheri L. Dew dijo una vez:
“El dolor de la soledad parece ser parte de la existencia terrenal, pero el Señor, en Su misericordia, ha dispuesto que nunca tengamos que enfrentar solos las dificultades de la vida mortal”.
Podemos contar con la ayuda de nuestro Salvador Jesucristo. Él nos proporcionará una manera de sentir su amor, si lo permitimos.
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Me encanta esta historia que el presidente Thomas S. Monson relató una vez. Es un poco larga, ¡pero es hermosa!:
“Los problemas de Tiffany empezaron el año pasado cuando tuvo invitados en su hogar para el Día de Acción de Gracias y después para la Navidad. Su esposo había estudiado medicina y estaba en el segundo año de su residencia médica.
Debido a las largas horas de trabajo, no le fue posible ayudarla como ambos hubiesen querido. De modo que la mayor parte de las labores de esa época navideña, además del cuidado de los cuatro hijitos, recayeron en Tiffany.
Ella se empezó a sentir terriblemente abrumada, y después se enteró de que a un ser querido le habían diagnosticado cáncer.
El estrés y la preocupación empezaron a agobiarla tanto que se sumió en un periodo de desánimo y depresión.
Recurrió a la ayuda médica, pero nada cambió. Perdió el apetito y empezó a bajar de peso, lo que no ayudó a su pequeña constitución. Buscó paz en las Escrituras y oró para librarse de la melancolía que la abrumaba.
Cuando parecía que no llegaba ni la paz ni la ayuda, empezó a sentir que Dios la había abandonado. Su familia y amigos oraron por ella e hicieron todo lo posible por ayudar. Le llevaban su comida favorita a fin de mantenerla físicamente saludable. Sin embargo, sólo tomaba unos bocados y después no podía terminar de comer.
Un día particularmente difícil, una amiga trató en vano de tentarla con alimentos que siempre le habían gustado. Cuando nada dio resultado, la amiga dijo: ‘Tiene que haber algo que quieras comer’.
Tiffany pensó por unos momentos y dijo: ‘Lo único que se me ocurre que sabría bien es pan casero’.
Pero, en ese momento no tenían.
La tarde siguiente sonó el timbre de la casa de Tiffany; el esposo estaba en casa y fue a contestar. Cuando regresó, traía una hogaza de pan casero. Tiffany se asombró cuando él le dijo que se lo había traído una mujer que se llamaba Sherrie, a quien apenas conocían.
Sherrie era amiga de Nicole, la hermana de Tiffany que vivía en Denver, Colorado. Unos meses antes, Tiffany y su esposo habían conocido brevemente a Sherrie cuando Nicole y su familia se habían quedado en casa de Tiffany para celebrar el Día de Acción de Gracias. Sherrie, que vivía en Omaha, había ido a casa de Tiffany a visitar a Nicole.
Ahora, meses más tarde, con el delicioso pan en la mano, Tiffany llamó a su hermana Nicole para darle las gracias por haber mandado a Sherrie en una misión de misericordia. Pero, se enteró de que Nicole no había planeado la visita y no sabía nada al respecto.
Se descubrió el resto de la historia cuando Nicole se comunicó con su amiga Sherrie para averiguar qué es lo que la había motivado a llevar esa hogaza de pan. Lo que descubrió fue una inspiración para ella, para Tiffany, para Sherrie… y es una inspiración para mí.
Esa mañana particular en que fue a llevar el pan, Sherrie había sentido la impresión de hacer dos hogazas de pan en vez de sólo una, como lo había planeado. Dijo que había sentido la impresión de llevar la segunda hogaza en el auto ese día, aunque no sabía por qué.
Después de almorzar en casa de una amiga, su niña de un año empezó a llorar y era necesario llevarla a casa para que tomara una siesta. Sherrie vaciló cuando sintió el inconfundible sentimiento de que necesitaba llevar esa hogaza extra de pan a Tiffany, la hermana de Nicole, quien vivía a 30 minutos de distancia en el otro lado de la ciudad, y a quien apenas conocía.
Trató de no hacer caso a la impresión, deseando llevar a casa a su hijita sumamente cansada y sintiéndose un tanto avergonzada de llevar una hogaza de pan a personas que eran casi extrañas.
Sin embargo, la impresión de ir a casa de Tiffany era muy fuerte, de modo que hizo caso.
Al llegar, el esposo de Tiffany fue a la puerta; Sherrie le recordó que era la amiga de Nicole y que la habían conocido brevemente en el Día de Acción de Gracias, le entregó la hogaza, y se fue.
Y así fue que el Señor envió a alguien que era casi una persona extraña, al otro lado de la ciudad, a entregar no sólo la hogaza de pan deseada, sino también un claro mensaje de amor para Tiffany.
Lo que le ocurrió a ella no se puede explicar de ninguna otra manera. Tenía la urgente necesidad de sentir que no estaba sola, de que Dios estaba al tanto de ella y que no la había abandonado.
Aquel pan —lo que ella expresamente deseaba— se lo había llevado alguien a quien apenas conocía, alguien que no sabía nada de su necesidad, pero que escuchó el susurro del Espíritu y lo siguió.
Para Tiffany, fue una clara señal de que su Padre Celestial sabía de sus necesidades y la amaba lo suficiente para enviarle ayuda. Él había respondido a sus súplicas por alivio.
Mis queridas hermanas, su Padre Celestial las ama, a cada una de ustedes.
Ese amor nunca cambia, y en Él no influye su apariencia, sus posesiones ni la cantidad de dinero que tengan en su cuenta bancaria. No lo cambian sus talentos y habilidades; simplemente está allí.
Está allí para cuando se sientan tristes o felices, desanimadas o esperanzadas.
El amor de Dios está allí ya sea que sientan que merezcan amor o no; simplemente siempre está allí”.
Dios y Jesucristo están siempre con nosotros. Nos aman y siempre estarán con nosotros.
Sara Moraes expresó exactamente ese amor en este poema:
Cuando todo para ti parece perdido
O cuando te sientes destruido
Él viene para el dolor aliviar
Y para amparar.
Cuando nadie te entiende
O cuando nadie quiere oír
Él te hace sonreír
Y abre tu mente.
Cuando te ve llorar
Él te enseña a orar,
Cuando Él te ve sufrir
Él te ayuda a comprender.
Cuando caes en la tentación
O en las trampas del mal
Y calma tu corazón
Y te hace de la Tierra, la sal.
Cuando tu fe sea sacudida
Él te recompensará
Pero… cuando estés abatido
Él te consolará.
Y, para terminar
Él es la luz
¿Quién es llamado Cristo Jesús?
Quien prometió que nunca te fallará.
Que podamos compartir nuestras cargas con Él y poner nuestras preocupaciones y nuestra soledad a Sus pies. Porque es como dijeron el presidente Nelson y Sara, Él está allí y nunca fallará.
Fuente: Mais Fe